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22/3/18
Dos noches atrás
Victor Pascow vino a visitarme en un sueño. Dejó un mancha de barro sobre la cama y escondió sus vísceras bajo la almohada
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25/3/17
Niño pobre
Dedicado a Domingo, esté donde esté.
Es tu canción.
No hay forma más cursi de evocarte que siguiendo su entonación
con el sonido motorizado de tu ronroneo en estéreo.
Hoy me puse mal mientras arrancaba brotes espinosos de tu arbusto favorito.
Necesitaba verte ahí trepándote con toda tu euforia,
esa velocidad potencial con la que te llevabas puesto todo.
Quería verte ahí, cómo te enredabas al follaje de las ramas
como el T-Rex de la primera Jurassic Park emergiendo por primera vez en la pantalla.
Porque puede sonar frívolo de mi parte -lo sé-, pero siempre me pregunto:
¿a dónde van los gatos desaparecidos como Winston y vos?
Sé que no a los vuelos de la muerte, pero sí víctimas posibles
del veneno de la maldad de los vecinos,
de manos apropiadoras,
o sucumbieron, quizás,
a bocas desgraciadas de perros o aves mutantes rencorosas.
Extraño tus mordidas a mi frente y a mis piernas, tu cuerpo desplomándose contra mis pies,
tus lamentos extendidos como suspiros que indicaban tu vejez prematura,
extraño que seas mi despertador en el medio de la madrugada y me dejes a la intemperie.
Extraño tu hambre invasiva al momento de cocinar y comer, robando como niño pobre que sos.
Lee también te extraña.
Te llora en la entrada del jardín,
te espera por las noches y duerme en tus rincones.
Extraña recrear escenas homosexuales con vos, esas de amor con persecuciones, lamidas y mordidas.
Te extraño y te amo mucho,
sos un forro por irte un viernes sin despedirte, por presentarte un domingo a la noche.
Porque vos llorabas esa noche y esta noche, soy yo quien no sabe llorarte,
no sé qué hacer con esta angustia de que ya no vivamos más juntos.
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29/11/16
Bichos
Me gusta escuchar cómo cruje el tejido de la ventana cuando los insectos se golpean contra él, atraídos por la luz de mi cuarto. No hay viento, así que detecto con mayor nitidez el vuelo corto y el golpe en seco. Respiro, exhalo, inhalo; repito manualmente la operación y me pierdo en los sonidos del tejido nuevamente.
-Sabemos ahora, que en los primeros años del siglo XX, nuestro planeta estaba siendo observado muy atentamente por inteligencias superiores a las del hombre, aunque también tan mortales como las nuestras.
Hace algunas semanas tuve una entrevista. Me sentí incómoda. No logré despegarme de la silla y hablé entrecortado. El chico de recursos humanos pasaba sus ojos sobre mis manos, continuaba en mi curriculum y terminaba sobre la taza de café en su mano. El cubículo se fue cerrando sobre nosotros hasta que sentí la asfixia de cada pregunta. Mis respuestas dubitativas se esfumaban por el conducto de aire. Sentí placer cuando indicó el cierre ceremonial al tomar de su carpeta un nuevo curriculum. Recién en ese instante pude inclinarme y adoptar una posición suelta. Desde esa mañana no recibí nuevos llamados, prácticamente dejé de insistir en la búsqueda. Me tomé un recreo.
La radio sigue. No la escucho, opto por la percusión del tejido poblándose de polillas, mosquitos, chinches, cascarudos: todas las especies. Me destapo y bebo un sorbo de agua. Me despeino el flequillo, recorro con vehemencia mi cabello y lo refriego contra mi cara, me sumerjo en él y lo huelo.
-Era la noche del 30 de octubre. La agencia de noticias Crossley estimó que unos treinta y dos millones de personas, en todo el país, tenían, en ese instante, conectada la radio.
Los golpes se pronuncian más. La luz pareciera irradiar algún tipo de sustancia seductora. Los bichos se están chocando como imbéciles contra el vidrio, ya traspasaron el tejido y lograron hacerle varias aberturas. El sonido se torna más grave y profundo. El repiqueteo perdió su naturaleza armónica. Me distraigo, pierdo de a poco la concentración y vuelven a inquietarme los pensamientos. Intento perderme en algún recuerdo placentero, alguna imagen que retenga. Viajo atrás, muy atrás y ya me llené de actividades. Tengo una lista mental de pendientes. Cierro los ojos.
-Me encuentro, en este instante, en una gran sala semicircular totalmente oscura, y que llama la atención por su larga ranura en la bóveda del techo. A través de esta abertura puedo contemplar el cielo lleno de estrellas, cuyas luces se reflejan sobre el complejo mecanismo del enorme telescopio instalado aquí.
Pierdo la voluntad y la necesidad. Días atrás había perdido el apetito. Por inercia o como acto reflejo, cierro mis piernas. Están fruncidas, el short ajustándose a mis glúteos y humectándose con el sudor. Froto mi cola, que se expande contra los pliegues de la sábana; me dejo envolver por la sensación de la textura del acolchado rozando mis pies. Los bichos rajaron el vidrio de la ventana. La vanguardia emerge como una patrulla de control y se tumba contra la lámpara, da vueltas alrededor de ella. La idolatría y sus devotos va in crescendo, amontonándose en un crisol de colores que resplandecen ante mis ojos semicerrados. Mis manos se cierran contra mis pechos. Exploran mi remera vieja, holgada y llena de roturas. Una caricia con fuerza prueba el estado rígido de mis pezones y mis dedos caen en picada por mi short, cada vez más pequeño e insignificante metido entre mis nalgas.
Los bichos invaden el cuarto y el ruido se vuelve imposible. Intento hacer algo, pienso un movimiento y cedo a hundirme en la dilatación de mis labios. Expandidos. Estoy lista, dispuesta a ser el alimento de una turba frenética de conducta patriarcal maligna, exacerbada y con erotismo básico. Empiezo a abrir mis piernas y las elevo. Apunto hacia la lámpara y oscilo mis pies como si fueran una carnada.
Los bichos giran por la luz, pero algunos comienzan a impregnarse en mi piel, merodeando. Se posan unos segundos y retoman vuelo, después vuelven y me inspeccionan como un nuevo objeto. Siento sus patas pequeñas adhiriéndose a mí, metiéndose a través de mis poros. Elevo más mis piernas y las separo. El enjambre se pega a la crema que había aplicado sobre mi cuerpo. Una grieta que se prolonga desde mis piernas y se profundiza hasta mi cintura, colmándose de más criaturas.
El ruido enfermizo se vuelve un sedante que relaja mis músculos. Siento mi cuerpo flojo; la tensión se libera y es absorbida por la luz que se vuelve más fuerte, menos infectada de insectos. Mi piel se contamina de pisadas y patas viscosas múltiples, indescifrables. Podría responder con soltura cada pregunta de una entrevista en este momento, podría ser una candidata encantadora, inmaculada. Corro el pliegue del short que cubre mi sexo. La cadencia del enjambre se volvió atractivo. Me invade y con mis manos dejo que se expanda y se consuma junto a mi flujo.
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24/10/16
Tía Ursulina, la pintura y yo
Cinco años después de Jorge Julio, mi hermano mayor y cuatro años antes de Edgardo, nacía en Buenos Aires Alberto Tomás Greco (yo). Lo escribo así para darle un poco más de importancia y al mismo tiempo hacer el cuestionario menos aburrido.
Según comentario de algunos, soy hijo de Úrsula, mi adorada tía materna: pero no es cierto, porque en ese 14 de enero de 1931, mi tía Ursulina hace 2 años estaba en Tokio, junto con mi tío Matías, adonde habían ido en un principio para participar en un certamen de barriletes y luego se quedaron hasta el invierno del 33. De todas maneras puedo decir, porque tengo ganas y porque tengo ganas y porque me gusta la idea que soy hijo de mi tía Ursulina y no de Ana Victoria Disolina Ferraris como figura en el insoportable papel de la identificación. Al regresar tía Ursulina de Japón recuerdo que trajo infinidad de objetos fabulosos, pero que no me dejaron tocar por miedo a que los ensuciara; tampoco verlos, por miedo a que me entusiasmara con ellos. El regalo que venía con mi nombre tía Ursulina los trajo hasta el dormitorio (yo tenía entonces dos años o dos años y medio, o quizás ya tres). Estaba envuelto en un papel extraño entre color tostado y violeta. Por supuesto rompí inmediatamente el papel, ante la sonrisa de tía Ursulina, encontrando una jaula (creo que era de mimbre). El ave (imagino un faisán) estaba tan asustado como yo. “Ponéle un nombre y sean amigos”, dijo tía Ursulina.
Esa noche dormí con la jaula del faisán al lado de mi cama. Muerto de miedo. Francisco José –mi padre- entonces y hasta que se jubiló, trabajaba en el Banco de Italia. Yo no lo veía nunca, y los únicos regalos que me hacía eran unos lápices de tinta que robaba del banco y unas gomitas para paquetes que también las sacaba de allí.
Las horas de siesta que mis parientes utilizaban para morirse un poco, yo jugaba en el vestíbulo y en el patio grande con el faisán (no estoy seguir de que lo fuera) y con los lápices de tinta. Puedo decir, con un poco de remordimiento (un poco nada más), que no dejé una sola baldosa del patio sin garabatear. Cuando se les acababan las puntas a los lápices, yo mismo se las sacaba raspándolos contra la pared.
A todo esto, el faisán parecía divertirse conmigo. Luego que mi madre se despertaba a la siesta, tomaba mate en casa y yo chocolate con mucha leche para que no me diera urticaria.
Los rayos del sol daban a los garabatos del patio un cierto brillo plateado pero casi no se notaban. En esa casa, por lo tanto, no me decían nada, pero en los días de lluvia, al mojar el agua los dibujos, las paredes, las persianas y todas las baldosas se teñían de violeta.
Al principio, el faisán no quería comer, como si tuviera pudor de hacerlo ante alguien, entonces yo me escondía en el dormitorio de mis padres y lo espiaba por las mirillas de las celosías. Pero luego fue tomándome confianza, andando detrás de mí por toda la casa (que era enorme), por los patios y por los dormitorios.
Un día, también a la hora de la siesta, él solo, sin mi autorización, decidió adelantarse y subir por la escalera del fondo que llevaba al altillo. Entonces yo fui un poco él mismo y lo seguí callado, en señal de complicidad, tratando como él había hecho conmigo, de que me sintiera acompañado en su curiosidad. Antes de llegar a la parte más alta de la escalera, que daba vuelta hacia una especie de balcón, me caí. Rodé. Sólo recuerdo el susto del faisán y el revolotear de sus alas, como intentando volar hacía mí, para salvarme. Por supuesto, pasé largos meses en cama. Perdí el habla y Jorge Julio sentía cierto placer en llamarme “el mudito” y traer a casa amigos para que me vieran. Creyeron que nunca más iba a hablar, pero no me despertaba la idea; al contrario, me gustaba.
Me hacían hacer extraños ejercicios, poniéndome botones bajo la lengua. No volví a ver al faisán; supe que tía Ursulina se lo había llevado a su casa de campo. Pero sin la jaula de mimbre, que quedó colgada en la cocina.
Más tarde, mi madre, con otras tías creyendo que yo no lo recordaba ni me importaba, comentó que el faisán había sido muerto a picotazos por dos gallos que habían logrado saltar el gallinero, allá, en el campo.
En esa época, ya no me interesaban los lápices de tinta que traía mi padre del Banco. Había descubierto algo mejor: los colores. Quizás, porque me recordaban al faisán.
Pintaba sobre cualquier papel pasando de los dedos mojados en saliva sobre esos redondeles de acuarela pegados sobre cartulina blanca con forma de paleta de pintor.
Pintaba todo el tiempo con los dedos.
Eran manchas muy raras. Jorge Julio insistía en que yo explicara el sentido de esas manchas de colores, qué querían decir, por qué las había hecho. En qué pensaba cunado las estaba haciendo. Quería a toda costa un explicación. Pero nunca supe que responderle, deseando continuar mudo toda mi vida para no tener que dar explicaciones nunca. Y también sordo, para no oírlas.
Alberto Greco
Publicado originalmente como respuesta a un cuestionario del fotógrafo Saamer Makarius que preparaba un libro sobre pintores argentinos que nunca vio la luz. En 1961, Greco lo leyó durante una sesión de la SAAP (Sociedad Argentina de Artistas Argentinos).
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10/3/16
Ambush Bug
Deadpool dejó su marca. Confío en cierto cierre anticipado al éxtasis de transposiciones a modo franquicia de la industria Marvel (que tiene décadas aseguradas de inversión y desarrollo). Acá una deformidad del género, un pequeño abrazo a Ambush Bug y los hoyos negros en los comics de héroes y anti héroes, mutantes malos, buenos y marginales.
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30/3/15
Radioterapia
Menos ionizante que la radioterapia pero con poderes al fin, este espacio que denominé "Crítica cultural" -con cierto humor y vanidad, por qué no- es donde estaré actualizando los audios de la columna de cultura que hago en el programa TKn Radial en FM La Tecno 88.3.
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6/9/14
The evil of the thriller
Darkness falls across the land
The midnight hour is close at hand
Creatures crawl in search of blood
To terrorize y'awl's neighborhood
And whosoever shall be found
Without the soul for getting down
Must stand and face the hounds of hell
And rot inside a corpse's shell
The foulest stench is in the air
The funk of forty thousand years
And grizzly ghouls from every tomb
Are closing in to seal your doom
And though you fight to stay alive
Your body starts to shiver
For no mere mortal can resist
The evil of the thriller
The demons squeal in sheer delight
Itπs you they spy, so plump, so right
For although the groove is hard to beat
It's still you stand with frozen feet
You try to run, you try to scream
But no more sun you'll ever see
For evil reached from the crypt
To crush you in it's icy grip.
The demons squeal in sheer delight
Itπs you they spy, so plump, so right
For although the groove is hard to beat
It's still you stand with frozen feet
You try to run, you try to scream
But no more sun you'll ever see
For evil reached from the crypt
To crush you in it's icy grip.
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15/11/13
Las chicas de Arsenal
Las chicas de Arsenal van a entrenar, pasan.
Visten uniformes relucientes.
Van duras e indiferentes, cruzando la sombra que deposita a sus pies el viaducto.
Se pierden en forma aislada por la tierra seca del conducto hasta sus profundidades voraces.
Cargan sus palos de hockey como elementos cotidianos, un accesorio más.
Entre vendedores
pasajeros que deambulan por las escalinatas,
se oye el sonido de los petardos
ruidos secos
expansivos
mortíferos para la auralidad del nicho oscuro,
ese que yace bajo la estructura de la estación de Sarandí.
Ese monstruo gigantesco,
formado por inmensas columnas
pintadas con colores de gestión alegre estridente.
Una especie de esqueleto de cetáceo que reposa lánguido,
aceptando el desplazamiento de las cansadas formaciones de trenes.
Resaltan en su superficie
las marcas de pisadas, golpes,
ruedas de skaters de los 90s y actuales.
Las marquitas que dejo en mis esperas por mi amor.
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11/9/13
Happy endings
Las historias ocurren sin necesidad de ser protagonizadas; prescinden de nuestra presencia y nuestras acciones, quizás con el cumplido de ser talentos desmedidos. Simplemente pasan, como cualquier situación. Pensar este momento mundial como algo crítico o determinar que es una época especial por algunas circunstancias son cuestiones que el revisionismo histórico del futuro se encargará de agrupar en catálogos que estarán a la venta en saldos.
De todas formas, en el auge de las 1001 películas que tenés que ver antes de morir, en la diversidad y en el cinturón ecológico donde se deposita cada molécula virtual que oscila y destella en internet, es agradable sentir una idea de presente y preservar en el tiempo lo posible; llevar un registro de situaciones que no harán a la historia universal pero sí a una pequeña tejida por un narrador que pueda llevarse en su memoria y palpar con un grado de felicidad al recordarla.
Esa historia es la que me interesa, como la de Menchi y el excelente final de este animé llamado Excel Saga. Como aquella primera vez que lo vi compartido por mi hermano menor, Panky. Momentos que quedan atrapados en breves y sencillas historias que difícilmente -y sanamente- no estarán enmarcadas en ningún cuadro de honor.
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4/1/13
))<>((

Parte del guión de "Me you and everyone we know":
I'll poop in your butt hole...
and then you will poop it back...
into my butt...
and we will keep doing it"—
- Back—
- Back—
- And forth—
- And forth—
With the same poop.
Same poop.
Forever.
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23/12/12
Elías, el robot misántropo y feliz
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22/10/12
Restos de mi marea
Los restos como un forma de recordatorio.
Papel picado, bolsas de consorcio y de regalos.
Vasos amontonados, grietas en el cuerpo,
en la cabeza y en la memoria.
Restos, todos restos.
Resabios de un dragado mental,
excesos que dañan mi cuerpo,
tu cuerpo.
Un cuento de hadas que nuevamente leemos en la noche,
prácticamente eterna,
culminada en la neblina espesa del bosque
invadido débilmente a través del sol lejano parpadeante.
Una foto gigante tuya reprobándome
desde un pasado de desconocidos
y un viaje de aventuras exitosas.
Coordenadas deseadas y habitables
que fueran anotadas con marcador en un mapa geográfico
mental.
Para regresar, hacerse pies, manos,
toda una tuna repleta de agua
dispuesta a fundirse en la tierra seca
para luego cambiar destinos.
Nuevas coordenadas.
Cambiar atuendos de tuna
por araucaria patagónica.
Lamentable –desde el momento del repaso de un listado con
la sucesión de los acontecimientos-
no haber podido tomar conciencia presente de todos los daños.
Destrozar con tanta facilidad,
como un preparado vertiginoso de confetti con mis libros favoritos.
O esa lectura del cuento de hadas
declamada entre susurros con el calor de los gatos
y luces apenas brillando en el cuarto.
Triste nota al pie de eventos épicos llenos de amor,
con personas brindando amor,
y un disco homenaje treintañero como banda de sonido.
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27/8/12
La opulencia y el fraude de los labios
La versión de "The first time ever I saw your face" fue popularizada por Roberta Flack en 1972.
La versión hecha por The flaming lips con Erykah Badu (video que nunca fue aprobado por ella por lo que tuvo que ser descartado).
La versión hecha por The flaming lips con Amanda Palmer.
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12/7/12
7-11
I met her at the 7-11
Now I'm in 7th heaven
Tell me, tell me
Can this be true
I never thought I'd ever
meet a girl like you
She was standing by the Space Invaders
So I said can I see you later
Yeah we went for a little spin
Down to the Holiday Inn
We was young and in love
We was young and in love
And you're the only girl
I'm ever thinking of
We went down to the record swap
The kids were dancing
to the blitzkrieg bop
Bop-shoo-wop shoo-wop shoo-wop
Bop-shoo-wop shoo-wop shoo-wop
What ever happend to the radio
And where did all the fun songs go
Summer fun, with the Beach Boys on
But we all know what went wrong
Oh-wo-wo
We was young and in love
We was young and in love
And you're the only girl
I'm ever dreaming of
And so we went down to the dance
Which turned into a whole romance
And after just one night
I never knew that things could be so right
Oh-no-no-no-no-no-no-no
I kissed her and hugged her
And I said good-bye
Last thing I knew
She wouldn't make it alive
Oncoming car went out of control
It crushed my baby
And it crushed my soul
Now all I've got is sorrow and pain
Standing out here in the rain
The crash, shattering glass
The sirens, and pain
Is driving me insane oh-yeah
We was young and in love
We was young and in love
And you're the only girl
I'm ever thinking of
Yeah, yeah, yeah, yeah, yeah
del disco Pleasant dreams (1981), The Ramones.
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9/7/12
Love eats brains! A zombie romance
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28/5/12
Mario
Versión 70s de su período de adolescencia, previo a iniciarse en el oficio de la fontantería y de los hongos.
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22/5/12
Encuentros labiales
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26/2/12
Despertares no tan tóxicos
El Señor Javier Downes sacó recientemente su primer disco solista, "Despertar en un dibujo atómico". A continuación una hermosa crítica del disco hecha por Francisco Picone.
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“Hermano: no todo está mal. Mirá lo que recorriste”
Cita adaptada de "Gran Man"
Salió el disco de Javier Downes, señores. Y la espera no fue vana.
Trece canciones que son una fiel radiografía de cuerpo entero de este
artesano del desamor, incesantemente autorreferencial en las buenas y en las
malas.
Trece canciones precisas, completas, muy elaboradas; una larga confesión de
cerca de cuarenta minutos que no cualquier cristiano estaría dispuesto a escuchar
hasta el amén.
Trece canciones. Probablemente la manera más simple y menos arriesgada de
introducirse en este fabuloso pantano mágico de lodo benigno que es el universo
de Javier Downes.
Nos invita a sumergirnos en él ya desde Intro, el primer track. Con
una amena atmósfera onírica, paisajística, de colores a medio camino entre
luminosos y desconfiados de la vida; un pequeño viaje de placer artificial y
duda.
Muchas dudas o una sola duda, que se desliza perpetuamente a la velocidad de
la luz tenue. Planea a media altura, y llega a un abrupto final inesperado
(¿aterrizaje forzoso?), dando lugar casi sin respiro al tema más crudo y
compadrito de todo el disco.
Micro escolar, el bad boy track, la canción insana de “Despertar en un dibujo atómico”. “Este asado va a caerte pesado”, advierte. Y por lo amenazante del clima, parece hablarle al escucha siendo ese asado una alegoría del disco que está apenas arrancando. Cargada de tinta -roja, naturalmente- de calles empedradas, llenas de amenazas que rezan navajas y tajos. Canyengue del siglo XXI en clave de hip hop sudaca.
Micro escolar, el bad boy track, la canción insana de “Despertar en un dibujo atómico”. “Este asado va a caerte pesado”, advierte. Y por lo amenazante del clima, parece hablarle al escucha siendo ese asado una alegoría del disco que está apenas arrancando. Cargada de tinta -roja, naturalmente- de calles empedradas, llenas de amenazas que rezan navajas y tajos. Canyengue del siglo XXI en clave de hip hop sudaca.
La siguiente canción, Amantres, es un peluche cariñoso en
comparación. La contracara inocente y esperanzada. “Pongo toda mi sensibilidad
para no hacerte mal / quisiera soltar la represa de tu amor y disfrutar”, dice,
entregando enormes olas de pureza y optimismo. Aunque siempre persiste la duda,
ese desconfío-de-la-vida inherente que se adivina a lo largo de todo el
disco.
Párrafo aparte para la notable interpretación de la batería pura-sangre de
Jorge Sabelón. Un armónico equilibrio entre el golpe seco, contundente, y la
profunda gravidez y distensión propia de un sabio del instrumento (que conste:
la semejanza con el apellido es pura
coincidencia).
Internet se abre paso con el ingenioso recurso del ya retro sonido
emblema del dial-up al conectarse a la web (metáfora precisa de los 90s).
Otrora engorroso, hoy tan tierno que despierta la sonrisa de los más
nostálgicos. El juego de palabras y consecuente guiño sonoro es decididamente lúcido:
“yo pasé por ahí para charlar con algún infeliz”, revela no sin antes dejar en
claro su cinismo. Quienes lo conocen saben que no pasó por ahí sólo para
charlar con algún infeliz sino para vivir en gracia con ese estado. Basta
escucharlo decir “la internación es una linterna hacia vos” para comprender que
quien nos interpela sí sabe de qué está hablando.
Siempre que esté cantando (siempre, señores), Javier nos está diciendo algo.
No hay una sílaba que no esté sentida; concentra “puro sentimiento” el canto,
el decir de Downes, y su devenir narrativo.
Buen momento es la otra balada del disco. Desde la introducción nos
recuerda en su contexto sonoro a los últimos trabajos de Andrés Calamaro.
Pianos tratados suavemente, trompetas cálidas, percusiones y guitarras
acústicas acariciadas con dulzura.
Llegamos a la sexta canción y ya está más que garantizado que la búsqueda
camina -sinuosamente- por el barrio del eclecticismo: en esta oportunidad nos
sorprende con una pieza de corte netamente jazzero. Clásico, elegante y
acústico. Chiusso, es una inyección de swing que aporta instantáneamente
la cuota necesaria para descomprimir el matiz agridulce saboreado durante la
primera mitad del disco. Es una nueva introducción como puente a lo que será el
costado más introspectivo del disco: el lado b, más ligado a su primera
adolescencia.
Sí, señores, sin dudas este disco puede leerse perfectamente como los
diarios íntimos que Javier nunca escribió. Al menos, nunca en un libro cerrado
con candado, destinado al “querido diario” y dejado reposando bajo la suavidad
de una almohada.
Abre este segundo tomo con dos canciones compuestas a sus 13 años: Gran
man y Sin sentir (la última con ecos del rock latino de Santana).
Paradójicamente, se trata de las canciones más proféticas y resplandecientes.
Las de halo más místico. Aunque claro, siempre la duda.
Surge ya una reflexión casi ineludible: ¿Es posible la convivencia entre
chicos internados que esperan “el evento” (o esperan estar muertos) y niños que
saben amar y nadar en gotas contentas, todo eso a media canción de distancia?
¿Es posible el maridaje en un mismo disco de ritmos callejeros, sugerentemente
violentos de una canción como Micro Escolar y aquellas guitarras
empalagosas, backing vocals falseteados y abarrotados de miel de Amantres?
Es posible implorar ayuda (“sáname de esta tristeza”, en Chiusso) y
plantarse casi en simultáneo, o apenas unos minutos después, como una especie
de guía espiritual entregando parte de su iluminación (“me encontré un atajo a
la eternidad”, en Sin Sentir “hay un rescate y lo tendrás que encontrar”
en Gran Man). Sí, señores. En el universo de Javier Downes todo esto
resulta posible. Y genuinamente. Quienes lo conocen pueden dar fé. Alcanza con
escucharlo.
Sigue Canciones Bonitas, la primera de las tres que toma prestada de
sus amigos. En este caso la autoría es de Gonzalo Formoso, actual bajista de El
gran búfalo blanco, ex compañero de ruta musical de Javier al comienzo
de esta década. El rock hablando acerca del rock, interrogándolo con dureza;
exigiéndole “que suene bien la canción del horror”. El clima es levemente
asfixiante, en sintonía con una interpretación vocal desgarrada que deja al
oyente condenado a no quitarle los oídos de encima. Dentro de esta trama de
diálogo sucede una frase en clave de cita, apenas perceptible, a Esa
estrella era mi lujo, de Carlos Indio Solari. ¿Marcando territorio?
¿Homenajeando? De nuevo: el rock hablando del rock.
Turno ahora de La nariz del rey, composición del multiinstrumentista
Julián Repetto, músico de Los Grumis, también ex partenaire
musical de Javier, años luz atrás. Es un meta-reggae narcótico, oscuro y
sintético. Un groove de influencias más bien blancas. A tono, casualmente, con
la tónica de la lírica de la canción (ejemm).
El primer bonus del disco expone un Javier más puro y despojado. Un pedigree
cruza entre Tanguito y Pity Alvarez. Por cierto, su arista más filosa. La
del policía nos regala una frase memorable por su mordacidad: “¿Por qué te
fuiste con un rati? / Hubiera preferido que te fueras con mi amigo”. Una
composición redonda que se regocija en la tragicomedia. Un hit desgarrador que
sobrevivió al reviente y viene en forma espectral. Otra faceta del universo de
Javier (y van…). En el mismo track hay una segunda cita, esta vez más explícita:
Por ejemplo, una canción de Mateo y Cabrera (próceres de la canción
mística uruguaya) y seguimos con las declaraciones de principios estéticos.
Marcando territorio una vez más para definir la línea conceptual del estilo de
este joven cantautor santelmiano.
El segundo bonus es una canción de Diego Briata, quien supo ponerle la
guitarra a las composiciones de Javier cuando tocaban juntos (también con
Julián Repetto) en su grupo de la adolescencia, La Infinita. S.O.S. también viene con ciertos ecos jamaiquinos, contiene un
lirismo barrial –de vuelo enigmático- y hace referencia explícita a un
escenario ligado a la estimulación química al igual que La nariz del rey.
El encargado del arte de tapa es un polifacético artista del Sur del
Conurbano Bonaerense, Fernando Ghersini, quien raciona su tiempo entre las
letras, la experimentación sonora y los pinceles. En este caso con una obra por
encargo del autor del disco. En perfecta concordancia con la esencia de
Downes, la estética es meramente artesanal y desprejuiciada. Trazos simples,
colores vivos. Referencias a un erotismo a medio camino entre naïf y perverso:
un duende de espaldas, desnudo de la cintura para abajo, siendo observado
bajo la sugerente mirada de una princesa también desnuda (aunque en su caso de
la cintura para arriba). Todo en el marco de un escenario idílico de fábula
campestre, bucólica, onírica. Cordialmente asaltada por cierta simbología
nuclear. ¿La moraleja? Saquen sus propias conclusiones, señores.
El nombre del disco es, una vez más, fruto del intertexto con la cultura
rock. Una obvia referencia al título de una canción de Tango (José Alberto
Iglesias, Ramsés VII): “Despertar en un refugio atómico”.
La otra referencia obvia a Tango (Donovan el protestón, Drago. Nunca “Feroz”, por favor): es la imagen generada cuando lo vemos dejar cuerpo y alma tocando solo con su guitarra de cuerdas de nylon cualquier madrugada de un día de semana en algún tugurio porteño.
La otra referencia obvia a Tango (Donovan el protestón, Drago. Nunca “Feroz”, por favor): es la imagen generada cuando lo vemos dejar cuerpo y alma tocando solo con su guitarra de cuerdas de nylon cualquier madrugada de un día de semana en algún tugurio porteño.
El disco pasa por infinidad de momentos, estilos y estados de ánimo, pero hay
un valor que dura, queda instalado en el escucha atento y es lo que genera:
Respeto, señores. Genera respeto y atención, que acá hay arte genuino y
verdadero. Hay alguien contando historias, hay alguien ahogado en gritos
desesperados en busca del amor, la comprensión, la redención. Intentando
librarse del dolor a través de la canción. Eso es para lo que Javier Downes
está en este mundo.
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Para comprarlo recomiendo ponerse en contacto directo con su autor a través del siguiente correo: javaier@hotmail.com; también pueden adquirirlo en "Disquería
T", Lavalle 744 o en "Abraxas", Av. Santa Fe 1270
Loc. 74/76. Para los curiosos, les dejo un video con una canción que forma parte del disco.
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16/2/12
Chicas de la triple frontera
Esta semana por la tarde en Avenida Caseros al 500, pasó una morocha con un vestido rosa típico de (este) verano. Compacta, en movimiento casi cronometrado por androides. Se violaba hasta los postes de luz en su embestida.
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30/1/12
Confesionario musical
Confesionario, pero sin la presencia de Jorginho Rial, ni la de Cecilia Szperling ni párrocos de ningún tipo. A modo de agasajo, un banquete a compartir.
La experiencia de libertad creativa entre un grupo estimado de diez personas es un acto de comulgación mínimamente exquisito. Exquisito y raramente acontecido en mi vivencia; quizás lo mismo suceda para otros. Me resulta muy significativo en este caso poder compartir dicha experiencia ahora.
Cuando me refiero a libertad, es algo que afecta a cada partícula. Se prende como garrapata a los poros y se manifiesta en total plenitud como un estallido orgánico y espiritual. Como si volaran de repente Las Vegas dentro de un envase utilizado para esferas de nieve.
Hace unos meses -con entusiasmo, recaudo y sobre todo inquietud- empecé un taller/laboratorio/playroom de experimentación sonora que daba una colorida presentación de temario. Gratuito, inicial, prueba piloto. Todas las características definidas como experimentales e innovadoras dadas por defecto como carta de presentación. Además, gestado y coordinado por dos de los integrantes de un grupo experimental al cual sólo había escuchado por la web pero cuyo nombre generaba entre mis contactos respeto. “A los gauchos psicomísticos del miasma”.
Me sentí agradecido por la admisión habiendo un cupo limitado y reconociendo mis limitaciones como músico, sumado que era un desconocido para los profesores. Emocionado, desde el momento de completar la ficha de inscripción, poseedora de un grado atractivo de composición. Amistosa pero más filosa que una primera entrevista con un terapeuta.
Me siento agradecido, nunca mejor expresado en su literalidad, respecto a la sensación de bienvenido para formar parte del inicio y desarrollo del taller. Primero, al poner a prueba mi voluntad y constancia; no recaer en estados abandónicos que acompañaron casi todas las actividades que emprendí. Segundo, por sostener aún terminado el taller la experiencia y poder seguir disfrutándola.
Un breve paréntesis.
Nunca hice uno de los ejercicios de base que pedía el taller. Un compilado en CD. Retomando algún análisis retrospectivo de mi relación con la música, daba como ejemplo mis primeros cds, allá por 1994 en Foz do Iguaçu. “Dangerous”, de Michael Jackson, y “Acid eaters” de The Ramones. Esa combinación es parte de lo amplio, relajado pero selectivo que siempre fui con la música. Como hablé alguna vez con mi amiga Irupé, existe obviamente una relación con cierta música a nivel corporal, en otros casos más intelectual y en otros puramente espiritual o intuitiva. O puramente experimental, para crear desde el estado más puro y despojado, con el cuerpo y alma en acción.
Cierro el paréntesis, le pego una patada y me quedo con lo intuitivo, que forma parte de mi búsqueda en todos los aspectos de la vida, sin poder omitir la gran porción de raciocinio que me domina. Eso había comprendido muy bien Hernán Hayet, el único profesor de música al que fui a los 18 años para aprender a tocar el bajo. También entendió y siguió mi simpatía por tocar algo diferente, salirme de lo convencional. Y finalmente también entendió que en un momento me había aburrido de las clases y mi dispersión era muy alta.
La vocación musical siempre fue entre mis actividades, la que tenía más técnica, burocracia y obstáculos para implementar en forma práctica, por ello en la secundaria la tomé por el lado de cantar en varios grupos, o en realidad casi siempre el mismo pero bajo diferentes nombres y leves cambios de formación, pero casi siempre acompañado del hermano Fran. Después de mi primer instrumento –que no fue un bajo tal como había pedido sino una guitarra eléctrica porque el vendedor sugirió que iba a ser mejor para aprender y tocar solo- intenté tomar la iniciativa. El bajo para mí significaba groove, sexo, bajo perfil. Ideal. No quería el narcisismo molesto de la guitarra. Buscaba el núcleo del soul y durante un año, en paralelo con mis clases de bajo, en “La suma debilidad” me relacioné ampliamente y crecí a través de la ejecución del bajo como tal, ensayando una vez por semana, tocando en vivo y haciendo todo lo que hace una banda medianamente convencional, aunque ésta tampoco realmente lo fuera del todo. Pero ese es otro tema, otra canción, otro tópico. Una anécdota cariñosa levemente tétrica.
Dejé el bajo, lentamente. Colmado de polvo y roña. Nunca me acostumbré ni me encariñé de lleno con mi bajo actual siendo el previo del mismo luthier pero de cuatro cuerdas, otro formato, otra madera, otro color. Ese murió despedazado en un trágico acto de arrebato de rabia por parte de mi padre. Creo que el duelo material forma parte del rechazo. Y lo dejé en reposo, descansando verticalmente durante una década.
Hace unos meses volví a tocarlo por sugerencia de un amigo o ex amigo, Matías, de Good time for Dynacom. Quería un bajista y siempre hablamos de hacer música juntos, así que me invitó a probarme a su banda pero obviamente no estaba a altura de la circunstancia ni necesidad musical de ellos, por más simple que fueran de tocar todos sus temas.
La mencionada década –marcada entre 2001 y parte de 2011- me dejó aspectos de creación sonora más que musical. Un disco llamado “Ríos”, hecho con micrófono de pc, bases de Fruity loops y samplers de todo tipo; concebido en la oscuridad de algunas semanas de 2002/2003. Luego de eso un curso de edición musical, la posibilidad de una banda electrónica usando sintetizadores virtuales elaborados por nosotros mismos, emulando un Kraftwerk de Constitución. Abandonado. Retomé con “Pétalo de otoño”, lo más experimental que debo haber hecho donde recurrí a una guitarra criolla, cáscaras de una planta, didjeridoo, voz y flema. Escupir todo mi interior dentro de un cuarto. Escupiendo y vomitando sobre mí y toda la amplitud espacial de esa pieza que fue mi refugio del mundo exterior por unos meses. Todo eso, grabado con el micrófono de un reproductor mp3 en 2006.
Entonces,
¿qué confieso?
Confieso sintéticamente un camino buscado y el goce obtenido tras encaminar mi creación musical a través de lo experimental, no siendo este concepto el que más atractivo me generara a la hora de escucharlo pero logra convocar todo tipo de inquietudes gestarlo. Confieso que encontré un bosquejo de oasis poblado por personas diversas, heterogéneas en sus búsquedas y en su formación (musical y no musical). Un sistema de señas. Un espacio que considerado –o contemplado- desde afuera, me hubiera resultado inaccesible encontrar y permanecer.
Aprender sobre eso y relacionarse desde lo creativo, a veces estrictamente. Sentir esa posibilidad de compartir/se, la idea de ¡No hay banda! ni se sigue una pauta como tal en su concepción ni en su grado de vivencia; sí respecto al grado de compromiso como proyecto. Un punto justo de equilibrio, ese matiz gris tan sinuoso a la hora de atraparlo para los extremistas crónicos.
Entonces, como decía, confieso sentirme lleno de alegría y sentimientos positivos, alojado en un estado de gracia inmenso tocando en ensayos masivos o de grandes ausencias –incluso la propia- o en vivo, ante el bravo calor de las luces y los aires tropicales deformes. En ese sentido, me permito seguir descubriendo, si bien insisto en mi ineptitud musical acrecentada por falta de práctica. Me vuelco con una ejecución económica a compartir y desarrollar una idea colectiva coordinada y ciertamente, muy afortunada. Eso es parte de lo que ofrece NoiseLab Kabinett, o cual sea su nombre tan mutable como su formación; es parte de una idea de libertad a desarrollar. En el sonido, en la vida.
Un hallazgo, como dije antes. Un oasis cuando las inquietudes nunca daban con el espacio para largarse a nadar desnudas en la pelopincho, a la vista de todos los vecinos, maestros, profesores y familiares de mirada severa y criteriosa. Eso, básicamente, es mi sensación de sinestesia provocada por el taller/grupo humanoide/comunión sonora.
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