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31/8/13

Profetas pesados


El miércoles 28 de este mes inauguró "Profecías pasadas" en Pasaje 17. Curada por Celina Marco, es la intervención del baño de mujeres de la galería. Los textos se basan en una selección de diferentes series de fotografías de Anatole (Rodrigo Salvador). El día de la inauguración Claudio Bidegain hizo una performance sobre la muestra llamada "Transmutación del recuerdo". 



Un panorama de lo intervenido.

Profecías pasadas





En aquellas primeras décadas la música solía estar acompañada por infantes. 
Vestían mamelucos bermellón, los peinaban con raya al medio inmaculada.
Repetían siempre un mismo paso coreográfico, 
luego se quedaban quietos amontonados en un rincón.

Una señora de inmensa y exuberante cabellera pasaba a retirarlos,
los metía uno a uno en una bolsa de consorcio para la congoja y decepción del público.

Ese recuerdo inauguró mis primeras tristezas,
el mismo tenor violento de los cascotes que emergían del techo de la casa de mis padres.
Corría cuán rápido me permitieran mis piernas para esquivarlos al cruzar el living 
hasta alcanzar mi habitación evitando los trazos de sangre 
aquellos que decoraran aleatoriamente mi espalda.

Mientras una cuadrilla pavimenta mi calle
repaso entre cada interrupción de la obra,
entre cada pasaje de silencio -respiro, también-,
mi cuaderno de apuntes con mis primeras tristezas.
  
Cubiertos de olor a hidrocarburos 
se propagan y expanden por mis sábanas
cubriendo mis manos de viscosidad. 
Mis dedos se aventuran en páginas en blanco
intentando apresurarse a adelantar un futuro lleno de grietas,
tapizado por una mezcla de hormigón caliente, 
tejido por la flota proletaria del ruido,
de las máquinas insolentes.

Bajo capas de asfalto resisten los baños portuarios primitivos 
donde mis noches de desvelo me llevaban a ciertos parajes estivales. 
Invitaba a marineros y pescadores por igual, 
entre copas que trastabillan y caen junto a la saliva indescifrable y los insultos copiosos,
para que se prestaran a explorar mi cuerpo vuelto residuo cívico, 
materia de testimonios orales distorsionados en cada nueva narración.

Me atraviesa el aviso profético del alemán de Camelle: 
“En mi sueño, el alquitrán entra en mí, se me pega en los huesos. 
Lo siento por todo el cuerpo. Seguirá llegando alquitrán hasta que no quede alquitrán en el mar, y cuando ya no llegue alquitrán, vendrá una ballena negra, muerta. 
Entonces la enterraré y todo habrá acabado para mí. Diré adiós”. 

Siento la nostálgica desaparición del mundo de Manfred Gnädinger y luego, años después, de su obra escultural, destrozada por un temporal que decidió llevarse toda su creación junto a la marea baja que deja su marca de sal y los recuerdos una ceniza.




1. Anatomía de una guerrera

Releo algunas anécdotas y siento el peso lejano de una angustia
que se traduce en otras, infinitas e incesantes mientras mi mente las embate.
Un yelmo pelado, repleto de heridas de disturbios ancestrales
que dejaron desnudo un heraldo con su soberana imagen
devenida criatura grotesca e incomprensible.
Una cota de malla deshilachada y empetrolada
con inscripciones adosadas aún visibles:

"En un campo de plata, un oso rampante de sable (negro) armado y linguado de gules (rojo). 
Al timbre, una corona de oro decorada con ocho florones del mismo metal, vistos cinco".   



El agua lavará tus pies pero jamás saciará tu sed. 





2. Maqueta de un cumpleaños
La memoria de las páginas -es prudente mencionarlo- pierden sentido
a medida que el asfalto se extiende y el atardecer está signado por la demora. 
El desvelo diurno se regocija en la exhibición obscena de situaciones,
nombres, apellidos, direcciones y un conjunto de coordenadas 
que estallan la cartografía de mi organismo. 
Intento escuchar esa vieja música de cumpleaños
que ponían mis tías en el cassette azul.
Veo las caras del grupo de niños repitiendo los pasos de baile
fosilizándose a cada segundo en un extremo de la casa. 
La señora atraviesa mis recuerdos subida a una topadora, 
empujando bolsas de consorcio desbordadas junto a mis memorias
traducidas en escombros y pedazos de tierra. 


 ¡Líbrate de tu raíces materiales, húndete en las aguas de Walden!


Instrucciones para el papel higiénico:

Pergamino económico para utilizar con descuidada moderación.
Reúna una cantidad significativa de recuerdos.
Si acaso encontrara su primera tristeza, triturarla en el papel bajo algún signo de escritura.
Retire su contenido memorial del recipiente.
Haga un bollo con el mismo durante unos segundos. 
Vuélquelo en el interior del inodoro.
No olvide presionar la cadena al despedirlo. 


Y algunos consejos escritos en los zócalos:

El silencio de las voces oficia como carril para recuerdos asfixiantes.

Todo atardecer es desamparo, refugio para un pasado temeroso.
Ansioso de cuerpos, sediento de tristezas. 


Finalmente, algunas fotos y un video de la performance de Claudio Bidegain que le dio cuerpo y voz a la dispersión de palabras e imágenes.





30/1/12

Confesionario musical


Confesionario, pero sin la presencia de Jorginho Rial, ni la de Cecilia Szperling ni párrocos de ningún tipo. A modo de agasajo, un banquete a compartir. 

La experiencia de libertad creativa entre un grupo estimado de diez personas es un acto de comulgación mínimamente exquisito. Exquisito y raramente acontecido en mi vivencia; quizás lo mismo suceda para otros. Me resulta muy significativo en este caso poder compartir dicha experiencia ahora. 

Cuando me refiero a libertad, es algo que afecta a cada partícula. Se prende como garrapata a los poros y se manifiesta en total plenitud como un estallido orgánico y espiritual. Como si volaran de repente Las Vegas dentro de un envase utilizado para esferas de nieve.

Hace unos meses -con entusiasmo, recaudo y sobre todo inquietud- empecé un taller/laboratorio/playroom de experimentación sonora que daba una colorida presentación de temario. Gratuito, inicial, prueba piloto. Todas las características definidas como experimentales e innovadoras dadas por defecto como carta de presentación. Además, gestado y coordinado por dos de los integrantes de un grupo experimental al cual sólo había escuchado por la web pero cuyo nombre generaba entre mis contactos respeto. “A los gauchos psicomísticos del miasma”

Me sentí agradecido por la admisión habiendo un cupo limitado y reconociendo mis limitaciones como músico, sumado que era un desconocido para los profesores. Emocionado, desde el momento de completar la ficha de inscripción, poseedora de un grado atractivo de composición. Amistosa pero más filosa que una primera entrevista con un terapeuta. 

Me siento agradecido, nunca mejor expresado en su literalidad, respecto a la sensación de bienvenido para formar parte del inicio y desarrollo del taller. Primero, al poner a prueba mi voluntad y constancia; no recaer en estados abandónicos que acompañaron casi todas las actividades que emprendí. Segundo, por sostener aún terminado el taller la experiencia y poder seguir disfrutándola. 

Un breve paréntesis. 

Nunca hice uno de los ejercicios de base que pedía el taller. Un compilado en CD. Retomando algún análisis retrospectivo de mi relación con la música, daba como ejemplo mis primeros cds, allá por 1994 en Foz do Iguaçu. “Dangerous”, de Michael Jackson, y “Acid eaters” de The Ramones. Esa combinación es parte de lo amplio, relajado pero selectivo que siempre fui con la música. Como hablé alguna vez con mi amiga Irupé, existe obviamente una relación con cierta música a nivel corporal, en otros casos más intelectual y en otros puramente espiritual o intuitiva. O puramente experimental, para crear desde el estado más puro y despojado, con el cuerpo y alma en acción.

Cierro el paréntesis, le pego una patada y me quedo con lo intuitivo, que forma parte de mi búsqueda en todos los aspectos de la vida, sin poder omitir la gran porción de raciocinio que me domina. Eso había comprendido muy bien Hernán Hayet, el único profesor de música al que fui a los 18 años para aprender a tocar el bajo. También entendió y siguió mi simpatía por tocar algo diferente, salirme de lo convencional. Y finalmente también entendió que en un momento me había aburrido de las clases y mi dispersión era muy alta.

La vocación musical siempre fue entre mis actividades, la que tenía más técnica, burocracia y obstáculos para implementar en forma práctica, por ello en la secundaria la tomé por el lado de cantar en varios grupos, o en realidad casi siempre el mismo pero bajo diferentes nombres y leves cambios de formación, pero casi siempre acompañado del hermano Fran. Después de mi primer instrumento –que no fue un bajo tal como había pedido sino una guitarra eléctrica porque el vendedor sugirió que iba a ser mejor para aprender y tocar solo- intenté tomar la iniciativa. El bajo para mí significaba groove, sexo, bajo perfil. Ideal. No quería el narcisismo molesto de la guitarra. Buscaba el núcleo del soul y durante un año, en paralelo con mis clases de bajo, en “La suma debilidad” me relacioné ampliamente y crecí a través de la ejecución del bajo como tal, ensayando una vez por semana, tocando en vivo y haciendo todo lo que hace una banda medianamente convencional, aunque ésta tampoco realmente lo fuera del todo. Pero ese es otro tema, otra canción, otro tópico. Una anécdota cariñosa levemente tétrica.

Dejé el bajo, lentamente. Colmado de polvo y roña. Nunca me acostumbré ni me encariñé de lleno con mi bajo actual siendo el previo del mismo luthier pero de cuatro cuerdas, otro formato, otra madera, otro color. Ese murió despedazado en un trágico acto de arrebato de rabia por parte de mi padre. Creo que el duelo material forma parte del rechazo. Y lo dejé en reposo, descansando verticalmente durante una década.

Hace unos meses volví a tocarlo por sugerencia de un amigo o ex amigo, Matías, de Good time for Dynacom. Quería un bajista y siempre hablamos de hacer música juntos, así que me invitó a probarme a su banda pero obviamente no estaba a altura de la circunstancia ni necesidad musical de ellos, por más simple que fueran de tocar todos sus temas.

La mencionada década –marcada entre 2001 y parte de 2011- me dejó aspectos de creación sonora más que musical. Un disco llamado “Ríos”, hecho con micrófono de pc, bases de Fruity loops y samplers de todo tipo; concebido en la oscuridad de algunas semanas de 2002/2003. Luego de eso un curso de edición musical, la posibilidad de una banda electrónica usando sintetizadores virtuales elaborados por nosotros mismos, emulando un Kraftwerk de Constitución. Abandonado. Retomé con “Pétalo de otoño”, lo más experimental que debo haber hecho donde recurrí a una guitarra criolla, cáscaras de una planta, didjeridoo, voz y flema. Escupir todo mi interior dentro de un cuarto. Escupiendo y vomitando sobre mí y toda la amplitud espacial de esa pieza que fue mi refugio del mundo exterior por unos meses. Todo eso, grabado con el micrófono de un reproductor mp3 en 2006.

Entonces,
¿qué confieso?

Confieso sintéticamente un camino buscado y el goce obtenido tras encaminar mi creación musical a través de lo experimental, no siendo este concepto el que más atractivo me generara a la hora de escucharlo pero logra convocar todo tipo de inquietudes gestarlo. Confieso que encontré un bosquejo de oasis poblado por personas diversas, heterogéneas en sus búsquedas y en su formación (musical y no musical). Un sistema de señas. Un espacio que considerado –o contemplado- desde afuera, me hubiera resultado inaccesible encontrar y permanecer.

Aprender sobre eso y relacionarse desde lo creativo, a veces estrictamente. Sentir esa posibilidad de compartir/se, la idea de ¡No hay banda! ni se sigue una pauta como tal en su concepción ni en su grado de vivencia; sí respecto al grado de compromiso como proyecto. Un punto justo de equilibrio, ese matiz gris tan sinuoso a la hora de atraparlo para los extremistas crónicos.

Entonces, como decía, confieso sentirme lleno de alegría y sentimientos positivos, alojado en un estado de gracia inmenso tocando en ensayos masivos o de grandes ausencias –incluso la propia- o en vivo, ante el bravo calor de las luces y los aires tropicales deformes. En ese sentido, me permito seguir descubriendo, si bien insisto en mi ineptitud musical acrecentada por falta de práctica. Me vuelco con una ejecución económica a compartir y desarrollar una idea colectiva coordinada y ciertamente, muy afortunada. Eso es parte de lo que ofrece NoiseLab Kabinett, o cual sea su nombre tan mutable como su formación; es parte de una idea de libertad a desarrollar. En el sonido, en la vida.

Un hallazgo, como dije antes. Un oasis cuando las inquietudes nunca daban con el espacio para largarse a nadar desnudas en la pelopincho, a la vista de todos los vecinos, maestros, profesores y familiares de mirada severa y criteriosa. Eso, básicamente, es mi sensación de sinestesia provocada por el taller/grupo humanoide/comunión sonora.

4/10/11

Exilio interior



El viento de un mar que está cerca pero no lo suficiente para verlo. Podés sentirlo flotando y migrando sobre la tierra en movimiento con un sentimiento raspante, podés olfatearlo e imaginarlo bañando tus manos en el frío de comienzos de primavera. El viento que te escupe encima recuerdos del tipo ancestrales, como flema llena de purpurina de épocas diferidas y llenas de glorias. Efervescencia adolescente llena de estímulos indescifrables y adrenalina. Noches sin sueño y cubiertas de etílico y música.

El calor fraternal, maternal y de toda índole que te abraza, te cobija y te hace sentir en casa, te invitan a tu hogar para que puedas dormir tranquilo y en paz. Sientas tu ansiedad en reposo alejándose en barrilete volando lejos hacia ese mar que descubrís en formas y recreás con retazos de otros mares. Olores de otros espacios y eras. Ese mar que inunda Bahía Blanca de noche y te llena de restos de conchilla las orejas, deja tus labios secos y tu cuerpo arenoso.

Un viaje largo, pero breve desde el anhelo. Lleno de millones de sensaciones, espejos, tertulias en silencio, cariño y la salud de encontrarse en buen camino. Siempre de viaje; distancias largas, breves, sin mediciones. Sin destinos claros. Sin idea del futuro, apenas del corto plazo. Entre el ruido de la marcha del tren, los portazos, el frío espeluznante, las miradas furtivas de los viajeros espectrales y los rifadores timadores. Y en mis ronquidos se ahogan las criaturas bellas junto al amanecer y al sol que nace de diferentes colores en las estaciones del universo. Para despertar nuevamente hacia otro viaje solo. Sentirse realmente solo al bostezar y despejar los ojos.

29/7/07

25 Watts

Hola.Cómo estás tanto tiempo? Te veo bien!
Yo no. Debe ser la luz del ambiente