18/11/20

Dibujo del cielo

No te acuestes con ella

no te acuestes con él

no te acuestes con su perro.

Mirá el cielo y dibujalo.

Dejá. No me escuches, no me leas,

hacé lo que quieras

pero no te olvides de mirar el cielo y dibujarlo

28/7/18

Prueba y olor



¿En cinco años seguirá existiendo esta plataforma?

Me hago esta pregunta basado en el tiempo de vida del blog pronto a vestir un traje de quinceañera hecho con gasa blanca mortajada. Cuando lo empecé no tenía expectativas, lo hacía por inmediatez. Hoy ya no me encuentro en esa situación y por eso ahora pienso que lo que estoy escribiendo podría tener un tiempo de vida útil comparable al de una reseña para TripAdvisor. 

¿Considero más trascendente lo que escribo ahora que cualquier crítica de un usuario random de TripAdvisor?

No. Ambas plataformas pueden caerse, perder sentido antes o después sin importar ni sus usuarios ni sus contenidos, pero las fusiono porque pensé en quienes no les gusta comer. A esas personas tampoco les disgusta comer. Es una actividad sin goce, una necesidad vital y fisiológica asociada al refrán productivo y salubre que imperativamente indica: “Comer para vivir, no vivir para comer”. Me lo remarcaron toda mi vida como si se tratase de una jornada laboral en relación de dependencia en el que por medio de un contrato, queda pautada la entrega de energía y creatividad por un tiempo determinado a un cierto patroncito para que pueda edificarse un jardín inundado de faisanes y pavos reales. 

Muchos años atrás en un texto me proclamé sibarita y no voy a cuestionarlo ahora. El goce que me provoca comer está entre los más elevados y eso me sitúa sobre la muestra colectiva los “Olores de la memoria colectiva” de Cecilia Catalin. 

El olfato está totalmente ligado al disfrute de una comida: primero olfateo, después me llevo esa sensación al paladar. El olor condiciona la valoración de esa comida en un escalón básico, primitivo y esencial. El olfato dialoga antes con la comida y después la desintegra hasta aprobarla y darle pase libre al esófago. 

Catalin trabaja desde la cocina de un químico y sintetiza esencias y aromas que seguramente podrían ser narrados con gran calidad por Miss Tacuarembó o Jean-Baptiste Grenouille. Su colección en el sótano es un inventario de olores que recorren el pasaje “entre las connotaciones colectivas y las memorias íntimas; entre los olores concretos y los olores abstractos”. Un muestrario de boticario que exalta la capacidad olfativa y pone a prueba la distancia que te separa de olores -agradables, insignificantes, desagrables, pasajeros- consensuados. La nariz repleta y satisfecha, afectada por olores y definiciones.

26/5/18

Hipoxifilia en el último día en la tierra



Intento aprender de los errores de mi vida anterior, mi amor, como cuando veo mi cuerpo muerto con una leve erección: comprendo que la hipoxifilia no fue una buena idea.

22/3/18

Dos noches atrás



Victor Pascow vino a visitarme en un sueño. Dejó un mancha de barro sobre la cama y escondió sus vísceras bajo la almohada

13/2/18

¿Cómo te llamabas?



-¿Cómo te llamabas?

Ahora no importa eso. Acabo de terminar de ver una película. Había un tipo, el jefe de policía, que va a su establo como si fuera un templo donde reflexiona sin la presencia de su familia. También es ahí donde se encapucha y se pega un tiro en la cabeza. 

Sus caballos al otro día pastan a campo abierto porque les deja sus corrales abiertos. Pensé que debería existir un territorio donde los caballos puedan optar por ser libres.

“¿Cómo te llamabas?” es una pregunta mal formulada y además molesta. 

¿Cómo te llamabas?
Todo el tiempo abandonamos nombres, cuerpos e identidades. Creo que puede ser algo bueno. Podríamos hacer algo bueno con eso. Realmente.

23/10/17

Mi hermano del medio


Tendría seis o siete años. Con certeza, ya estaba en la primaria. 

No podía dormirme. Sentía el chirrido de mi cabeza rozando el respaldo de esterilla de la cama, un entramado complejo en el cual invertía horas jugando con mis dedos, debilitando el tejido sin cruzar el límite de quebrarlo. Mi cabeza orbitaba alrededor de la muerte mientras transcurría la noche en el cuarto donde conviví durante años con mis hermanos. La ventana hacia la calle Iguazú ya debía estar colmada de stickers que coleccionaba sin demasiado criterio. 

En mi cabeza se habían presentado imágenes de mi hermana y mi abuela: trataba de comprender la mortalidad de las que fueron víctimas, y si eso afectaría también a mis padres que dormían en el cuarto contiguo. El insomnio producto del miedo me permitió profundizar capas de análisis, dudar con mayor seguridad -y angustia- sobre si ellos se mantendrían vivos sin importar el curso biológico de la vida ni cualquier creencia subyacente. 

A la mañana recuerdo que me senté a desayunar con mi mamá. Tenía vergüenza de preguntarle, no sé si por sentirme estúpido o indefenso ante la probable explicación que me diera. Recuerdo que el sol pasaba por las cortinas formando un rectángulo sobre la mesa redonda. Mamá me respondió. No recuerdo la respuesta precisa, tengo sensaciones de su cara hablándome con seguridad, transportándome la tranquilidad que necesitaba en ese momento. 

Ellos representaban figuras fuertes y gigantes, imposibles de derribar. 

Mis antecedentes cercanos a la muerte eran pequeños fantasmas que muchas veces me hacían levantarme de la cama. Iba al pasillo, me acercaba a la puerta de mis padres para sentir la luz proyectada por su televisor para sentirme protegido. Según el volumen de miedo que me invadiera, emitía sonidos o recortes de mi sombra que evidenciaran mi presencia a mi madre, y ella alertada preguntara por mi nombre. Generalmente respondía y me iba a dormir con ellos, pocas veces volvía silenciosamente a mi cama. 

Cuando tenía dieciséis volví a sentir esa angustia con mayor intensidad. Tras la muerte de mi abuelo materno pasé una semana en mi cuarto desvelado. Para ese momento tenía una pieza para mí solo, la que antes usaban mis padres. Esas noches intentaba revelar algún sentido desde la pérdida, hacia dónde iba todo el flujo de energía y vida después de la muerte; intentaba precisar en mi mente qué se sentía antes de nacer. Hacía suposiciones y atravesaba instancias que me dejaban más dudas, más dolores al amanecer. Mi espíritu se vio más alterado y revuelto; un año más tarde se traduciría en el comienzo de mi trastorno de ansiedad y en crisis de pánico. 

Mientras tanto, pasaron los años. Esos pensamientos y esas capas volvieron a hacerse visibles con diferente intensidad, siempre en un simulacro mortal que me dejaría agotado, pero podría alejar y evitar a nivel cognitivo a través del placer, con la vida sudando por mi pecho y secándose en mi espalda. 

Gusti en cambio era diferente. No padeció esos miedos. De todos los hermanos, él era el más fuerte. Se mostraba seguro y avanzaba, respaldado por el humor escatológico con el que perdía pudor. Crecía a través del proyecto que le daba un marco de seguridad: su profesión y su propia familia, a las que dedicaba toda su vida. Definían su independencia y el grado de observación crítica al interior del núcleo familiar predecesor. 

La angustia vuelve hacerse profunda estas noches y toma dimensiones infinitas, aún cuando pensé que podría esquivar ciertas conductas primarias, ciertas preguntas resueltas.

El chirrido del respaldo de esterilla sigue sonando en mi cabeza.

8/8/17

Hojas de palmera




Ahora no ves bien, pero tenés una plaza al lado.

Está vacía. Hay un rincón donde se trenzan a la altura del monumento una variedad de hojas de palmera. La vereda está cubierta por una identidad difusa de manchas de pintura o alimentos que forman una red carpet donde se amontonan las palomas.

Ahí abriste los ojos, pienso. Estás acostado en un asiento cubierto de mierda, intenté advertirte. No importa. Óleo y aceite para pintar un sábado cuando te aburras de escribir. Te sacás esta ropa y la usás de material. Te usás a vos mismo como material, te convertís en lienzo, en mástil, en héroe o en vos.

Te huele un perro. Ya está, perdió interés. Todos perdemos interés y nos dedicamos a otras cosas. Nos internamos en la complejidad y nos alejamos de lo importante. Nos convertimos en nuestro propio alien alimentándose en el abdomen.

Ahora te mira un croto; cayó un grupo de amigos con una pelota. Podés seguir sin ver. No te levantes, no te preocupes, todo va a estar bien.

No tengas miedo.

Ahora no ves bien, pero tenés una plaza al lado.

1/5/17

Anoche

Anoche me acosté tarde.
Envolví la cabeza en la almohada y escuché el primer tiro.

Seguí atento el trayecto de un auto.
Silbaba restos de cordones con un trazo filoso.
Recreé un mapa del barrio -ese barrio nocturno posible-
acorde al sonido cuanto más cercano parecía.

Otro tiro más cercano.
Un peatón en la madrugada embestido por el auto volando contra alguna casa,
o el coche puesto contra un poste con los chorros como crash test dummies
clavados en un sueño atroz contra el airbag.

El zigzag se puso más violento,
tomó distancia del zumbido de la autopista,
un coro lateral que se agotaba junto a los sonidos de mi casa.

Imaginé la escena: los tipos del auto se estacionarían violentamente en la puerta de casa
Me agotó pensar mi muerte y tener a la inseguridad como agenda antes de estar inconsciente.