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23/10/17

Mi hermano del medio


Tendría seis o siete años. Con certeza, ya estaba en la primaria. 

No podía dormirme. Sentía el chirrido de mi cabeza rozando el respaldo de esterilla de la cama, un entramado complejo en el cual invertía horas jugando con mis dedos, debilitando el tejido sin cruzar el límite de quebrarlo. Mi cabeza orbitaba alrededor de la muerte mientras transcurría la noche en el cuarto donde conviví durante años con mis hermanos. La ventana hacia la calle Iguazú ya debía estar colmada de stickers que coleccionaba sin demasiado criterio. 

En mi cabeza se habían presentado imágenes de mi hermana y mi abuela: trataba de comprender la mortalidad de las que fueron víctimas, y si eso afectaría también a mis padres que dormían en el cuarto contiguo. El insomnio producto del miedo me permitió profundizar capas de análisis, dudar con mayor seguridad -y angustia- sobre si ellos se mantendrían vivos sin importar el curso biológico de la vida ni cualquier creencia subyacente. 

A la mañana recuerdo que me senté a desayunar con mi mamá. Tenía vergüenza de preguntarle, no sé si por sentirme estúpido o indefenso ante la probable explicación que me diera. Recuerdo que el sol pasaba por las cortinas formando un rectángulo sobre la mesa redonda. Mamá me respondió. No recuerdo la respuesta precisa, tengo sensaciones de su cara hablándome con seguridad, transportándome la tranquilidad que necesitaba en ese momento. 

Ellos representaban figuras fuertes y gigantes, imposibles de derribar. 

Mis antecedentes cercanos a la muerte eran pequeños fantasmas que muchas veces me hacían levantarme de la cama. Iba al pasillo, me acercaba a la puerta de mis padres para sentir la luz proyectada por su televisor para sentirme protegido. Según el volumen de miedo que me invadiera, emitía sonidos o recortes de mi sombra que evidenciaran mi presencia a mi madre, y ella alertada preguntara por mi nombre. Generalmente respondía y me iba a dormir con ellos, pocas veces volvía silenciosamente a mi cama. 

Cuando tenía dieciséis volví a sentir esa angustia con mayor intensidad. Tras la muerte de mi abuelo materno pasé una semana en mi cuarto desvelado. Para ese momento tenía una pieza para mí solo, la que antes usaban mis padres. Esas noches intentaba revelar algún sentido desde la pérdida, hacia dónde iba todo el flujo de energía y vida después de la muerte; intentaba precisar en mi mente qué se sentía antes de nacer. Hacía suposiciones y atravesaba instancias que me dejaban más dudas, más dolores al amanecer. Mi espíritu se vio más alterado y revuelto; un año más tarde se traduciría en el comienzo de mi trastorno de ansiedad y en crisis de pánico. 

Mientras tanto, pasaron los años. Esos pensamientos y esas capas volvieron a hacerse visibles con diferente intensidad, siempre en un simulacro mortal que me dejaría agotado, pero podría alejar y evitar a nivel cognitivo a través del placer, con la vida sudando por mi pecho y secándose en mi espalda. 

Gusti en cambio era diferente. No padeció esos miedos. De todos los hermanos, él era el más fuerte. Se mostraba seguro y avanzaba, respaldado por el humor escatológico con el que perdía pudor. Crecía a través del proyecto que le daba un marco de seguridad: su profesión y su propia familia, a las que dedicaba toda su vida. Definían su independencia y el grado de observación crítica al interior del núcleo familiar predecesor. 

La angustia vuelve hacerse profunda estas noches y toma dimensiones infinitas, aún cuando pensé que podría esquivar ciertas conductas primarias, ciertas preguntas resueltas.

El chirrido del respaldo de esterilla sigue sonando en mi cabeza.

25/3/17

Niño pobre


Dedicado a Domingo, esté donde esté.

Es tu canción.
No hay forma más cursi de evocarte que siguiendo su entonación
con el sonido motorizado de tu ronroneo en estéreo.
Hoy me puse mal mientras arrancaba brotes espinosos de tu arbusto favorito.
Necesitaba verte ahí trepándote con toda tu euforia,
esa velocidad potencial con la que te llevabas puesto todo.
Quería verte ahí, cómo te enredabas al follaje de las ramas
como el T-Rex de la primera Jurassic Park emergiendo por primera vez en la pantalla.

Porque puede sonar frívolo de mi parte -lo sé-, pero siempre me pregunto:
¿a dónde van los gatos desaparecidos como Winston y vos?
Sé que no a los vuelos de la muerte, pero sí víctimas posibles
del veneno de la maldad de los vecinos,
de manos apropiadoras,
o sucumbieron, quizás,
a bocas desgraciadas de perros o aves mutantes rencorosas.

Extraño tus mordidas a mi frente y a mis piernas, tu cuerpo desplomándose contra mis pies,
tus lamentos extendidos como suspiros que indicaban tu vejez prematura,
extraño que seas mi despertador en el medio de la madrugada y me dejes a la intemperie.
Extraño tu hambre invasiva al momento de cocinar y comer, robando como niño pobre que sos.

Lee también te extraña.
Te llora en la entrada del jardín,
te espera por las noches y duerme en tus rincones.
Extraña recrear escenas homosexuales con vos, esas de amor con persecuciones, lamidas y mordidas.

Te extraño y te amo mucho,
sos un forro por irte un viernes sin despedirte, por presentarte un domingo a la noche.
Porque vos llorabas esa noche y esta noche, soy yo quien no sabe llorarte,
no sé qué hacer con esta angustia de que ya no vivamos más juntos.

26/2/12

Despertares no tan tóxicos


El Señor Javier Downes sacó recientemente su primer disco solista, "Despertar en un dibujo atómico". A continuación una hermosa crítica del disco hecha por Francisco Picone.

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“Hermano: no todo está mal. Mirá lo que recorriste”

          Cita adaptada de "Gran Man"









Salió el disco de Javier Downes, señores. Y la espera no fue vana.

Trece canciones que son una fiel radiografía de cuerpo entero de este artesano del desamor, incesantemente autorreferencial en las buenas y en las malas.

Trece canciones precisas, completas, muy elaboradas; una larga confesión de cerca de cuarenta minutos que no cualquier cristiano estaría dispuesto a escuchar hasta el amén.

Trece canciones. Probablemente la manera más simple y menos arriesgada de introducirse en este fabuloso pantano mágico de lodo benigno que es el universo de Javier Downes.

Nos invita a sumergirnos en él ya desde Intro, el primer track. Con una amena atmósfera onírica, paisajística, de colores a medio camino entre luminosos y desconfiados de la vida; un pequeño viaje de placer artificial y duda.

Muchas dudas o una sola duda, que se desliza perpetuamente a la velocidad de la luz tenue. Planea a media altura, y llega a un abrupto final inesperado (¿aterrizaje forzoso?), dando lugar casi sin respiro al tema más crudo y compadrito de todo el disco.


Micro escolar, el bad boy track, la canción insana de “Despertar en un dibujo atómico”. “Este asado va a caerte pesado”, advierte. Y por lo amenazante del clima, parece hablarle al escucha siendo ese asado una alegoría del disco que está apenas arrancando. Cargada de tinta -roja, naturalmente- de calles empedradas, llenas de amenazas que rezan navajas y tajos. Canyengue del siglo XXI en clave de hip hop sudaca.

La siguiente canción, Amantres, es un peluche cariñoso en comparación. La contracara inocente y esperanzada. “Pongo toda mi sensibilidad para no hacerte mal / quisiera soltar la represa de tu amor y disfrutar”, dice, entregando enormes olas de pureza y optimismo. Aunque siempre persiste la duda, ese desconfío-de-la-vida inherente que se adivina a lo largo de todo el disco.

Párrafo aparte para la notable interpretación de la batería pura-sangre de Jorge Sabelón. Un armónico equilibrio entre el golpe seco, contundente, y la profunda gravidez y distensión propia de un sabio del instrumento (que conste: la semejanza con el apellido es pura coincidencia).      
  
Internet se abre paso con el ingenioso recurso del ya retro sonido emblema del dial-up al conectarse a la web (metáfora precisa de los 90s). Otrora engorroso, hoy tan tierno que despierta la sonrisa de los más nostálgicos. El juego de palabras y consecuente guiño sonoro es decididamente lúcido:  “yo pasé por ahí para charlar con algún infeliz”, revela no sin antes dejar en claro su cinismo. Quienes lo conocen saben que no pasó por ahí sólo para charlar con algún infeliz sino para vivir en gracia con ese estado. Basta escucharlo decir “la internación es una linterna hacia vos” para comprender que quien nos interpela sí sabe de qué está hablando.

Siempre que esté cantando (siempre, señores), Javier nos está diciendo algo. No hay una sílaba que no esté sentida; concentra “puro sentimiento” el canto, el decir de Downes, y su devenir narrativo.

Buen momento es la otra balada del disco. Desde la introducción nos recuerda en su contexto sonoro a los últimos trabajos de Andrés Calamaro. Pianos tratados suavemente, trompetas cálidas, percusiones y guitarras acústicas acariciadas con dulzura. 

Llegamos a la sexta canción y ya está más que garantizado que la búsqueda camina -sinuosamente- por el barrio del eclecticismo: en esta oportunidad nos sorprende con una pieza de corte netamente jazzero. Clásico, elegante y acústico. Chiusso, es una inyección de swing que aporta instantáneamente la cuota necesaria para descomprimir el matiz agridulce saboreado durante la primera mitad del disco. Es una nueva introducción como puente a lo que será el costado más introspectivo del disco: el lado b, más ligado a su primera adolescencia.

Sí, señores, sin dudas este disco puede leerse perfectamente como los diarios íntimos que Javier nunca escribió. Al menos, nunca en un libro cerrado con candado, destinado al “querido diario” y dejado reposando bajo la suavidad de una almohada.

Abre este segundo tomo con dos canciones compuestas a sus 13 años: Gran man y Sin sentir (la última con ecos del rock latino de Santana). Paradójicamente, se trata de las canciones más proféticas y resplandecientes. Las de halo más místico. Aunque claro, siempre la duda.

Surge ya una reflexión casi ineludible: ¿Es posible la convivencia entre chicos internados que esperan “el evento” (o esperan estar muertos) y niños que saben amar y nadar en gotas contentas, todo eso a media canción de distancia? ¿Es posible el maridaje en un mismo disco de ritmos callejeros, sugerentemente violentos de una canción como Micro Escolar y aquellas guitarras empalagosas, backing vocals falseteados y abarrotados de miel de Amantres?

Es posible implorar ayuda (“sáname de esta tristeza”, en Chiusso) y plantarse casi en simultáneo, o apenas unos minutos después, como una especie de guía espiritual entregando parte de su iluminación (“me encontré un atajo a la eternidad”, en Sin Sentir “hay un rescate y lo tendrás que encontrar” en Gran Man). Sí, señores. En el universo de Javier Downes todo esto resulta posible. Y genuinamente. Quienes lo conocen pueden dar fé. Alcanza con escucharlo.

Sigue Canciones Bonitas, la primera de las tres que toma prestada de sus amigos. En este caso la autoría es de Gonzalo Formoso, actual bajista de El gran búfalo blanco, ex compañero de ruta musical de Javier al comienzo de esta década. El rock hablando acerca del rock, interrogándolo con dureza; exigiéndole “que suene bien la canción del horror”. El clima es levemente asfixiante, en sintonía con una interpretación vocal desgarrada que deja al oyente condenado a no quitarle los oídos de encima. Dentro de esta trama de diálogo sucede una frase en clave de cita, apenas perceptible, a Esa estrella era mi lujo, de Carlos Indio Solari. ¿Marcando territorio? ¿Homenajeando? De nuevo: el rock hablando del rock.

Turno ahora de La nariz del rey, composición del multiinstrumentista Julián Repetto, músico de Los Grumis, también ex partenaire musical de Javier, años luz atrás. Es un meta-reggae narcótico, oscuro y sintético. Un groove de influencias más bien blancas. A tono, casualmente, con la tónica de la lírica de la canción (ejemm).

El primer bonus del disco expone un Javier más puro y despojado. Un pedigree cruza entre Tanguito y Pity Alvarez. Por cierto, su arista más filosa. La del policía nos regala una frase memorable por su mordacidad: “¿Por qué te fuiste con un rati? / Hubiera preferido que te fueras con mi amigo”. Una composición redonda que se regocija en la tragicomedia. Un hit desgarrador que sobrevivió al reviente y viene en forma espectral. Otra faceta del universo de Javier (y van…). En el mismo track hay una segunda cita, esta vez más explícita: Por ejemplo, una canción de Mateo y Cabrera (próceres de la canción mística uruguaya) y seguimos con las declaraciones de principios estéticos. Marcando territorio una vez más para definir la línea conceptual del estilo de este joven cantautor santelmiano.

El segundo bonus es una canción de Diego Briata, quien supo ponerle la guitarra a las composiciones de Javier cuando tocaban juntos (también con Julián Repetto) en su grupo de la adolescencia, La Infinita. S.O.S. también viene con ciertos ecos jamaiquinos, contiene un lirismo barrial –de vuelo enigmático- y hace referencia explícita a un escenario ligado a la estimulación química al igual que La nariz del rey.

El encargado del arte de tapa es un polifacético artista del Sur del Conurbano Bonaerense, Fernando Ghersini, quien raciona su tiempo entre las letras, la experimentación sonora y los pinceles. En este caso con una obra por encargo del autor del disco. En perfecta concordancia con la esencia de Downes, la estética es meramente artesanal y desprejuiciada. Trazos simples, colores vivos. Referencias a un erotismo a medio camino entre naïf y perverso: un duende de espaldas, desnudo de la cintura para abajo,  siendo observado bajo la sugerente mirada de una princesa también desnuda (aunque en su caso de la cintura para arriba). Todo en el marco de un escenario idílico de fábula campestre, bucólica, onírica. Cordialmente asaltada por cierta simbología nuclear. ¿La moraleja? Saquen sus propias conclusiones, señores.

El nombre del disco es, una vez más, fruto del intertexto con la cultura rock. Una obvia referencia al título de una canción de Tango (José Alberto Iglesias, Ramsés VII): “Despertar en un refugio atómico”.

La otra referencia obvia a Tango (Donovan el protestón, Drago. Nunca “Feroz”, por favor): es la imagen generada cuando lo vemos dejar cuerpo y alma tocando solo con su guitarra de cuerdas de nylon cualquier madrugada de un día de semana en algún tugurio porteño.

El disco pasa por infinidad de momentos, estilos y estados de ánimo, pero hay un valor que dura, queda instalado en el escucha atento y es lo que genera: Respeto, señores. Genera respeto y atención, que acá hay arte genuino y verdadero. Hay alguien contando historias, hay alguien ahogado en gritos desesperados en busca del amor, la comprensión, la redención. Intentando librarse del dolor a través de la canción. Eso es para lo que Javier Downes está en este mundo.

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Para comprarlo recomiendo ponerse en contacto directo con su autor a través del siguiente correo: javaier@hotmail.com; también pueden adquirirlo en "Disquería T", Lavalle 744 o en "Abraxas", Av. Santa Fe 1270 Loc. 74/76. Para los curiosos, les dejo un video con una canción que forma parte del disco.

13/10/08

Mis queridos blandengues




.Blandengue (según la Real Academia Española, atenti!)













1. adj. despect. Blando, con blandura poco grata.

2. adj. Dicho de una persona: De excesiva debilidad de fuerzas o de ánimo.

3. m. Ur. Soldado de caballería de la Guardia presidencial y de la Corte de justicia de la República Oriental del Uruguay.