14/6/10

D-63



Oh sí, por los conductos de la salvación
brilla una pequeñísima tuerca
revestida de color de baños de soda cáustica,
bronce de segunda calidad,
y así usted llega al portal de la cocina:

La cocina de terminación,
la cocina de Abel,
y su dueño, Abel.

Duerme entre sus santos junto al tablero de electricidad
Gauchito Gil desteñido y a la sombra de San Cayetano,
sus vírgenes ahogadas en resina y cola vinílica.

Todo ello, en los baños de vapor en la cocina, entre los conductos podridos
que alguna vez terminan en máquinas continuas textiles.

Descarga su magia - la del Picci -
que rasca las paredes como felino
con la inscripción de su apodo
y el color de noches de éxtasis de horas extras.

Allí, señores, donde antes funcionara un viejo baño,
Abel se torna una bestia.

Se despoja de sus elementos de seguridad
sus guantes,
sus botas,
sus protectores auditivos,
sus botines de seguridad.

Allí, señores, comienza a revolcarse entre la mugre de la tintorería
colmando su rostro de miseria y locura de baños.

La cocina hecha vapor caliente:

lo desintegra,
llena de cáncer su espíritu

su cuerpo, muta a una simulación de Tolkien
de asquerosidad Gollum.

Sólo puede salvarlo lo siguiente:

"  Salgo por la puerta de la cocina
veo de refilón los techos de chapa de Varela.
Me cebo unos mates amargos mirando mi perennifolio,
aquel, sepan ustedes, que he rescatado de las fauces del Parque Pereyra
y ahora
y desde hace 27 años, 
se mece entre mis manos
en un tacho de basura.


Le sirvo un mate entre sus hojas para que brille un poco más de vida  ".