Hace mucho que no veía una composición visual y argumentativa tan bien lograda como en el video del francés Juan de Guillebon (a.k.a. DyE) del tema "She's bad".
Llevo muchos años deseando realizar un disco karaoke pero como no toda consigna lleva a la obviedad que sugiere, los años pasaron hasta que con Mar decidimos emprender este proyecto unidos por la necesidad de seleccionar una lista de canciones (bajo un arduo criterio) y cantarlas con el mejor sistema de karaoke para pc.
Así fue que reunidos durante frías, tibias y cálidas noches en el cuartito de Bedoya, cantamos a dúo a merced de la prueba y el error como sello; la espontaneidad como aval y crédito. Así concebimos una lista de temas que creemos inspiradores, o en su defecto, cantables.
La otra cosa, la segunda, es lo que descubrimos a partir de este emprendimiento, en el cual fuimos indagando acerca del fanatismo que despierta el karaoke como fenómeno en Asia.
Al parecer, en Filipinas además de utilizarse los KTV -sitios de karaoke- como fachada para practicar la prostitución, también hay episodios de violencia inusual, cual barrabrava futbolístico, durante la performance de ciertas canciones, siendo "My way" de Frank Sinatra, el tema por excelencia con mayor cantidad de víctimas.
Terrible, ¿no?
Por eso y el punto anterior, decidimos hacer este disco. Buscamos hacer un aporte a la cultura del karaoke y rendirle nuestra devoción y quizás atraer mecenas -o diezmos ahora que el catolicismo está en voga (de) para muchos- que cubran los gastos y daños de los familiares de las víctimas de la actividad karaoke en Filipinas.
Retomando consignas, dejemos en claro qué pasó.
Hay un disco y se llama "My way killings at karaoke" que pueden escuchar desde el click a su título previamente escrito o acá abajo, donde les resulte más cómodo. También hay un fenómeno y como no se puede dejar pasar por alto, tras una larga e intensa búsqueda a través de contactos en Filipinas y por medio de diversas organizaciones internacionales, pudimos dar con el cantante / agitador cultural / activista / caudillo fuera de sus Pampas y virtuoso de esa tierra.
Su nombre es Boyet Vasquez y acá su video para que lo conozcan mejor. Aquellos que tengan Facebook y/o Twitter, pueden darse el placer de seguirlo a través de las redes sociales.
En realidad esta crónica nunca comenzó -y si acaso esto fuera su inicio sería la sobremesa del final de viaje- pero cobra sentido este post sólo por ser parte de un descubrimiento una vez ya instalado nuevamente en Buenos Aires, cuando el tiempo de ocio me permitió revisar inquietudes litoraleñas que quedaron volando como baba del Diablo por los aires.
"Soy mutante" es el sello de uno de los integrantes de la banda rosarina Matilda. Apresurado, paso a compartir uno de los discos que me despertó curiosidad al instante.
También dejo a disposición el sitio de Rosario Indie, a pesar de que tengas severas dudas sobre "lo indie" desde hace meses o años. Nomenclaturas más, nomenclaturas menos, vale la pena visitarlo.
El Señor Javier Downes sacó recientemente su primer disco solista, "Despertar en un dibujo atómico". A continuación una hermosa crítica del disco hecha por Francisco Picone.
“Hermano: no todo está mal. Mirá lo que recorriste”
Cita adaptada de "Gran Man"
Salió el disco de Javier Downes, señores. Y la espera no fue vana.
Trece canciones que son una fiel radiografía de cuerpo entero de este
artesano del desamor, incesantemente autorreferencial en las buenas y en las
malas.
Trece canciones precisas, completas, muy elaboradas; una larga confesión de
cerca de cuarenta minutos que no cualquier cristiano estaría dispuesto a escuchar
hasta el amén.
Trece canciones. Probablemente la manera más simple y menos arriesgada de
introducirse en este fabuloso pantano mágico de lodo benigno que es el universo
de Javier Downes.
Nos invita a sumergirnos en él ya desde Intro, el primer track. Con
una amena atmósfera onírica, paisajística, de colores a medio camino entre
luminosos y desconfiados de la vida; un pequeño viaje de placer artificial y
duda.
Muchas dudas o una sola duda, que se desliza perpetuamente a la velocidad de
la luz tenue. Planea a media altura, y llega a un abrupto final inesperado
(¿aterrizaje forzoso?), dando lugar casi sin respiro al tema más crudo y
compadrito de todo el disco.
Micro escolar, el bad boy track, la
canción insana de “Despertar en un dibujo atómico”. “Este asado va a caerte pesado”, advierte. Y por lo amenazante del clima,
parece hablarle al escucha siendo ese asado una alegoría del disco que está
apenas arrancando. Cargada de tinta -roja, naturalmente- de calles empedradas, llenas de
amenazas que rezan navajas y tajos. Canyengue del siglo XXI en clave de hip hop
sudaca.
La siguiente canción, Amantres, es un peluche cariñoso en
comparación. La contracara inocente y esperanzada. “Pongo toda mi sensibilidad
para no hacerte mal / quisiera soltar la represa de tu amor y disfrutar”, dice,
entregando enormes olas de pureza y optimismo. Aunque siempre persiste la duda,
ese desconfío-de-la-vida inherente que se adivina a lo largo de todo el
disco.
Párrafo aparte para la notable interpretación de la batería pura-sangre de
Jorge Sabelón. Un armónico equilibrio entre el golpe seco, contundente, y la
profunda gravidez y distensión propia de un sabio del instrumento (que conste:
la semejanza con el apellido es pura
coincidencia).
Internet se abre paso con el ingenioso recurso del ya retro sonido
emblema del dial-up al conectarse a la web (metáfora precisa de los 90s).
Otrora engorroso, hoy tan tierno que despierta la sonrisa de los más
nostálgicos. El juego de palabras y consecuente guiño sonoro es decididamente lúcido:
“yo pasé por ahí para charlar con algún infeliz”, revela no sin antes dejar en
claro su cinismo. Quienes lo conocen saben que no pasó por ahí sólo para
charlar con algún infeliz sino para vivir en gracia con ese estado. Basta
escucharlo decir “la internación es una linterna hacia vos” para comprender que
quien nos interpela sí sabe de qué está hablando.
Siempre que esté cantando (siempre, señores), Javier nos está diciendo algo.
No hay una sílaba que no esté sentida; concentra “puro sentimiento” el canto,
el decir de Downes, y su devenir narrativo.
Buen momento es la otra balada del disco. Desde la introducción nos
recuerda en su contexto sonoro a los últimos trabajos de Andrés Calamaro.
Pianos tratados suavemente, trompetas cálidas, percusiones y guitarras
acústicas acariciadas con dulzura.
Llegamos a la sexta canción y ya está más que garantizado que la búsqueda
camina -sinuosamente- por el barrio del eclecticismo: en esta oportunidad nos
sorprende con una pieza de corte netamente jazzero. Clásico, elegante y
acústico. Chiusso, es una inyección de swing que aporta instantáneamente
la cuota necesaria para descomprimir el matiz agridulce saboreado durante la
primera mitad del disco. Es una nueva introducción como puente a lo que será el
costado más introspectivo del disco: el lado b, más ligado a su primera
adolescencia.
Sí, señores, sin dudas este disco puede leerse perfectamente como los
diarios íntimos que Javier nunca escribió. Al menos, nunca en un libro cerrado
con candado, destinado al “querido diario” y dejado reposando bajo la suavidad
de una almohada.
Abre este segundo tomo con dos canciones compuestas a sus 13 años: Gran
man y Sin sentir (la última con ecos del rock latino de Santana).
Paradójicamente, se trata de las canciones más proféticas y resplandecientes.
Las de halo más místico. Aunque claro, siempre la duda.
Surge ya una reflexión casi ineludible: ¿Es posible la convivencia entre
chicos internados que esperan “el evento” (o esperan estar muertos) y niños que
saben amar y nadar en gotas contentas, todo eso a media canción de distancia?
¿Es posible el maridaje en un mismo disco de ritmos callejeros, sugerentemente
violentos de una canción como Micro Escolar y aquellas guitarras
empalagosas, backing vocals falseteados y abarrotados de miel de Amantres?
Es posible implorar ayuda (“sáname de esta tristeza”, en Chiusso) y
plantarse casi en simultáneo, o apenas unos minutos después, como una especie
de guía espiritual entregando parte de su iluminación (“me encontré un atajo a
la eternidad”, en Sin Sentir “hay un rescate y lo tendrás que encontrar”
en Gran Man). Sí, señores. En el universo de Javier Downes todo esto
resulta posible. Y genuinamente. Quienes lo conocen pueden dar fé. Alcanza con
escucharlo.
Sigue Canciones Bonitas, la primera de las tres que toma prestada de
sus amigos. En este caso la autoría es de Gonzalo Formoso, actual bajista de El
gran búfalo blanco, ex compañero de ruta musical de Javier al comienzo
de esta década. El rock hablando acerca del rock, interrogándolo con dureza;
exigiéndole “que suene bien la canción del horror”. El clima es levemente
asfixiante, en sintonía con una interpretación vocal desgarrada que deja al
oyente condenado a no quitarle los oídos de encima. Dentro de esta trama de
diálogo sucede una frase en clave de cita, apenas perceptible, a Esa
estrella era mi lujo, de Carlos Indio Solari. ¿Marcando territorio?
¿Homenajeando? De nuevo: el rock hablando del rock.
Turno ahora de La nariz del rey, composición del multiinstrumentista
Julián Repetto, músico de Los Grumis, también ex partenaire
musical de Javier, años luz atrás. Es un meta-reggae narcótico, oscuro y
sintético. Un groove de influencias más bien blancas. A tono, casualmente, con
la tónica de la lírica de la canción (ejemm).
El primer bonus del disco expone un Javier más puro y despojado. Un pedigree
cruza entre Tanguito y Pity Alvarez. Por cierto, su arista más filosa. La
del policía nos regala una frase memorable por su mordacidad: “¿Por qué te
fuiste con un rati? / Hubiera preferido que te fueras con mi amigo”. Una
composición redonda que se regocija en la tragicomedia. Un hit desgarrador que
sobrevivió al reviente y viene en forma espectral. Otra faceta del universo de
Javier (y van…). En el mismo track hay una segunda cita, esta vez más explícita:
Por ejemplo, una canción de Mateo y Cabrera (próceres de la canción
mística uruguaya) y seguimos con las declaraciones de principios estéticos.
Marcando territorio una vez más para definir la línea conceptual del estilo de
este joven cantautor santelmiano.
El segundo bonus es una canción de Diego Briata, quien supo ponerle la
guitarra a las composiciones de Javier cuando tocaban juntos (también con
Julián Repetto) en su grupo de la adolescencia, La Infinita.S.O.S. también viene con ciertos ecos jamaiquinos, contiene un
lirismo barrial –de vuelo enigmático- y hace referencia explícita a un
escenario ligado a la estimulación química al igual que La nariz del rey.
El encargado del arte de tapa es un polifacético artista del Sur del
Conurbano Bonaerense, Fernando Ghersini, quien raciona su tiempo entre las
letras, la experimentación sonora y los pinceles. En este caso con una obra por
encargo del autor del disco. En perfecta concordancia con la esencia de
Downes, la estética es meramente artesanal y desprejuiciada. Trazos simples,
colores vivos. Referencias a un erotismo a medio camino entre naïf y perverso:
un duende de espaldas, desnudo de la cintura para abajo, siendo observado
bajo la sugerente mirada de una princesa también desnuda (aunque en su caso de
la cintura para arriba). Todo en el marco de un escenario idílico de fábula
campestre, bucólica, onírica. Cordialmente asaltada por cierta simbología
nuclear. ¿La moraleja? Saquen sus propias conclusiones, señores.
El nombre del disco es, una vez más, fruto del intertexto con la cultura
rock. Una obvia referencia al título de una canción de Tango (José Alberto
Iglesias, Ramsés VII): “Despertar en un refugio atómico”.
La otra referencia
obvia a Tango (Donovan el protestón, Drago. Nunca “Feroz”, por favor): es la
imagen generada cuando lo vemos dejar cuerpo y alma tocando solo con su
guitarra de cuerdas de nylon cualquier madrugada de un día de semana en algún
tugurio porteño.
El disco pasa por infinidad de momentos, estilos y estados de ánimo, pero hay
un valor que dura, queda instalado en el escucha atento y es lo que genera:
Respeto, señores. Genera respeto y atención, que acá hay arte genuino y
verdadero. Hay alguien contando historias, hay alguien ahogado en gritos
desesperados en busca del amor, la comprensión, la redención. Intentando
librarse del dolor a través de la canción. Eso es para lo que Javier Downes
está en este mundo.
Para comprarlo recomiendo ponerse en contacto directo con su autor a través del siguiente correo: javaier@hotmail.com; también pueden adquirirlo en "Disquería
T", Lavalle 744 o en "Abraxas", Av. Santa Fe 1270
Loc. 74/76. Para los curiosos, les dejo un video con una canción que forma parte del disco.
Rage against the machine hace una excelente versión de "Renegades of funk" que fue a través de la cual conocí la original, la de Afrika Bambaataa.
Después el resto se dio solo, naturalmente; me refiero precisamente a hundirme como un yonkie a navegar entre la vieja old skool del hip hop y algunas cosas preciosas del funk.
Esas distintivas bellezas aquí abajo: el germen negro.
Segundo, otro detalle. Hoy más que nunca desearía ser negro.
Confesionario, pero sin la presencia de Jorginho Rial, ni la de Cecilia Szperling ni párrocos de ningún tipo. A modo de agasajo, un banquete a compartir.
La experiencia de libertad creativa entre un grupo estimado de diez personas es un acto de comulgación mínimamente exquisito. Exquisito y raramente acontecido en mi vivencia; quizás lo mismo suceda para otros. Me resulta muy significativo en este caso poder compartir dicha experiencia ahora.
Cuando me refiero a libertad, es algo que afecta a cada partícula. Se prende como garrapata a los poros y se manifiesta en total plenitud como un estallido orgánico y espiritual. Como si volaran de repente Las Vegas dentro de un envase utilizado para esferas de nieve.
Hace unos meses -con entusiasmo, recaudo y sobre todo inquietud- empecé un taller/laboratorio/playroom de experimentación sonora que daba una colorida presentación de temario. Gratuito, inicial, prueba piloto. Todas las características definidas como experimentales e innovadoras dadas por defecto como carta de presentación. Además, gestado y coordinado por dos de los integrantes de un grupo experimental al cual sólo había escuchado por la web pero cuyo nombre generaba entre mis contactos respeto. “A los gauchos psicomísticos del miasma”.
Me sentí agradecido por la admisión habiendo un cupo limitado y reconociendo mis limitaciones como músico, sumado que era un desconocido para los profesores. Emocionado, desde el momento de completar la ficha de inscripción, poseedora de un grado atractivo de composición. Amistosa pero más filosa que una primera entrevista con un terapeuta.
Me siento agradecido, nunca mejor expresado en su literalidad, respecto a la sensación de bienvenido para formar parte del inicio y desarrollo del taller. Primero, al poner a prueba mi voluntad y constancia; no recaer en estados abandónicos que acompañaron casi todas las actividades que emprendí. Segundo, por sostener aún terminado el taller la experiencia y poder seguir disfrutándola.
Un breve paréntesis.
Nunca hice uno de los ejercicios de base que pedía el taller. Un compilado en CD. Retomando algún análisis retrospectivo de mi relación con la música, daba como ejemplo mis primeros cds, allá por 1994 en Foz do Iguaçu. “Dangerous”, de Michael Jackson, y “Acid eaters” de The Ramones. Esa combinación es parte de lo amplio, relajado pero selectivo que siempre fui con la música. Como hablé alguna vez con mi amiga Irupé, existe obviamente una relación con cierta música a nivel corporal, en otros casos más intelectual y en otros puramente espiritual o intuitiva. O puramente experimental, para crear desde el estado más puro y despojado, con el cuerpo y alma en acción.
Cierro el paréntesis, le pego una patada y me quedo con lo intuitivo, que forma parte de mi búsqueda en todos los aspectos de la vida, sin poder omitir la gran porción de raciocinio que me domina. Eso había comprendido muy bien Hernán Hayet, el único profesor de música al que fui a los 18 años para aprender a tocar el bajo. También entendió y siguió mi simpatía por tocar algo diferente, salirme de lo convencional. Y finalmente también entendió que en un momento me había aburrido de las clases y mi dispersión era muy alta.
La vocación musical siempre fue entre mis actividades, la que tenía más técnica, burocracia y obstáculos para implementar en forma práctica, por ello en la secundaria la tomé por el lado de cantar en varios grupos, o en realidad casi siempre el mismo pero bajo diferentes nombres y leves cambios de formación, pero casi siempre acompañado del hermano Fran. Después de mi primer instrumento –que no fue un bajo tal como había pedido sino una guitarra eléctrica porque el vendedor sugirió que iba a ser mejor para aprender y tocar solo- intenté tomar la iniciativa. El bajo para mí significaba groove, sexo, bajo perfil. Ideal. No quería el narcisismo molesto de la guitarra. Buscaba el núcleo del soul y durante un año, en paralelo con mis clases de bajo, en “La suma debilidad” me relacioné ampliamente y crecí a través de la ejecución del bajo como tal, ensayando una vez por semana, tocando en vivo y haciendo todo lo que hace una banda medianamente convencional, aunque ésta tampoco realmente lo fuera del todo. Pero ese es otro tema, otra canción, otro tópico. Una anécdota cariñosa levemente tétrica.
Dejé el bajo, lentamente. Colmado de polvo y roña. Nunca me acostumbré ni me encariñé de lleno con mi bajo actual siendo el previo del mismo luthier pero de cuatro cuerdas, otro formato, otra madera, otro color. Ese murió despedazado en un trágico acto de arrebato de rabia por parte de mi padre. Creo que el duelo material forma parte del rechazo. Y lo dejé en reposo, descansando verticalmente durante una década.
Hace unos meses volví a tocarlo por sugerencia de un amigo o ex amigo, Matías, de Good time for Dynacom. Quería un bajista y siempre hablamos de hacer música juntos, así que me invitó a probarme a su banda pero obviamente no estaba a altura de la circunstancia ni necesidad musical de ellos, por más simple que fueran de tocar todos sus temas.
La mencionada década –marcada entre 2001 y parte de 2011- me dejó aspectos de creación sonora más que musical. Un disco llamado “Ríos”, hecho con micrófono de pc, bases de Fruity loops y samplers de todo tipo; concebido en la oscuridad de algunas semanas de 2002/2003. Luego de eso un curso de edición musical, la posibilidad de una banda electrónica usando sintetizadores virtuales elaborados por nosotros mismos, emulando un Kraftwerk de Constitución. Abandonado. Retomé con “Pétalo de otoño”, lo más experimental que debo haber hecho donde recurrí a una guitarra criolla, cáscaras de una planta, didjeridoo, voz y flema. Escupir todo mi interior dentro de un cuarto. Escupiendo y vomitando sobre mí y toda la amplitud espacial de esa pieza que fue mi refugio del mundo exterior por unos meses. Todo eso, grabado con el micrófono de un reproductor mp3 en 2006.
Entonces,
¿qué confieso?
Confieso sintéticamente un camino buscado y el goce obtenido tras encaminar mi creación musical a través de lo experimental, no siendo este concepto el que más atractivo me generara a la hora de escucharlo pero logra convocar todo tipo de inquietudes gestarlo. Confieso que encontré un bosquejo de oasis poblado por personas diversas, heterogéneas en sus búsquedas y en su formación (musical y no musical). Un sistema de señas. Un espacio que considerado –o contemplado- desde afuera, me hubiera resultado inaccesible encontrar y permanecer.
Aprender sobre eso y relacionarse desde lo creativo, a veces estrictamente. Sentir esa posibilidad de compartir/se, la idea de ¡No hay banda! ni se sigue una pauta como tal en su concepción ni en su grado de vivencia; sí respecto al grado de compromiso como proyecto. Un punto justo de equilibrio, ese matiz gris tan sinuoso a la hora de atraparlo para los extremistas crónicos.
Entonces, como decía, confieso sentirme lleno de alegría y sentimientos positivos, alojado en un estado de gracia inmenso tocando en ensayos masivos o de grandes ausencias –incluso la propia- o en vivo, ante el bravo calor de las luces y los aires tropicales deformes. En ese sentido, me permito seguir descubriendo, si bien insisto en mi ineptitud musical acrecentada por falta de práctica. Me vuelco con una ejecución económica a compartir y desarrollar una idea colectiva coordinada y ciertamente, muy afortunada. Eso es parte de lo que ofrece NoiseLab Kabinett, o cual sea su nombre tan mutable como su formación; es parte de una idea de libertad a desarrollar. En el sonido, en la vida.
Un hallazgo, como dije antes. Un oasis cuando las inquietudes nunca daban con el espacio para largarse a nadar desnudas en la pelopincho, a la vista de todos los vecinos, maestros, profesores y familiares de mirada severa y criteriosa. Eso, básicamente, es mi sensación de sinestesia provocada por el taller/grupo humanoide/comunión sonora.
Con el taller/laboratorio de experimentación sonora que estoy haciendo junto con otras mentes y culos inquietos, luego de meses de sesiones grabadas y ediciones de las mismas, decidimos lanzar un disco. Ya tocamos el 6 de enero en el Centro Cultural San Martín y el 28 de enero tocamos en el Centro Cultural Matienzo. Tendrán novedades pronto de eso pero de momento me aboco al disco -que pueden bajar y/o escucharlo gratis ACÁ- y paso la info del mismo:
Orquesta Rizomática del Noiselab Kabinett integrada por:
Alan Serué: violín (melódico armónico)
Dionisio Pérez: violín (atonal cósmico)
Diego Lambertucci: violín (eléctrico procesado)
Vanesa Iris Chaim: trompeta, radio am y walkman alterado
Zigo Rayopineal: theremin, kaos pad, soundscapes y stylophone
Pablo Séspedes: calimba amplificada y piezoeléctricos varios
Facundo Rivarola: gaita, circuit bending y diy gadgets
Guido Flichman: guitarra, loops y electrónica
Tomás Tow: guitarra procesada y artillería lúdica
Andrés Figueroa: guitarra (técnica extendida)
Fernando Ghersini: bajo preparado y ruidismo
Pablo Paz: guitarra preamp, armónicos y poéticas de thailandia
Gonzalo Ruiz: motorik bass y homemade oscilator
Débora Gotlib: la voz, los coros y el cuerpo
Dafne Narváez: xilofón, metalofón, percusión y video
Juan Martín García: cajón, objetos y visuales en vivo
Florencia Firvida: didjeridoo e intervenciones performáticas
Luciano Colman: percusión con objetos de la naturaleza
Martín Simonovich: percusión con objetos de la vida cotidiana
Santiago Doljanin: concepto e instrumentos de su propia factoría
Max Yakin Bozek: concepto, piano, sintetizadores y mantras
Noiselab Kabinett en Vivo:
Consola y Sonido: Hernán Corona / Sharpnoise
Escenografía e Iluminación: Marianel / La Wife
Ayuda Constante y Soporte Espiritual: María Rayopineal
Diseño de Objetos e Indumentaria: Santiago Doljanin
Diseño Gráfico: Max Yakin Bozek / Juan Martín García
Agradecimiento muy especial a:
Daniel Melero / Sami Abadi / A Los Gauchos Psicomísticos del Miasma
Sala Alberdi / CCGSM Centro Cultural General San Martín
Laboratorio de Experimentación Sonora (Seminario) / Atari Burroughs
To the sound of a dirge from the mist, I emerge from the gloom, from the grey leading us into the day if you’ll only reach out reach for me there is a fire in me
I burn with empathy
Dear, let compassion reign call out my name and face the flame in the black of the night when the dark steals your sight let my voice be your guide let my love be your light and reach out in the night reach for me there is a fire in me
I burn with empathy
Dear, let compassion reign call out my name and face the flame reach out with all your might reach out beyond the blight that has surrounded you and start anew with love so true let my voice be your guide let my love be your light and reach out in the night reach for me there is a fire in me
I burn with empathy
Dear, let compassion reign call out my name and face the flame reach out with all your might reach out beyond the blight that has surrounded you and start anew with love so true reach out with all your might reach out beyond the blight that has surrounded you and start anew with love so true.
Letra de Reach out, de "Music go music" acompañada por Glorious chorus, de "Go Kart Mozart"
¿Qué resultaría en el caso de que se mezclaran dos canciones techno pop de los 80s contextualizadas por un lado (siniestra) en una película francesa y por el otro lado (diestra), en una partitura de Mario Bros.?
¿Te la sabés guachín?
Propongo que juguemos y probemos la experiencia juntos, ¿les parece?
Jugate conmigo. Vení, jugate ya.
Extraído del final de Beau travail, de Claire Denis
Si te aburrís mientras mezclás, podés fumarte esto:
Sobre eso hay un muy buen ejemplo. Mi final favorito de temporada, que vuelvo a ver y vuelve a arrasar cada pelito de mi cuerpo dándole vueltas y contorneándolo como si se tratara de hierbas suaves y silvestres. También insisto en la repetición porque extraño a Nathan, irremplazable aunque pongan un sujeto que se desarme en dos personalidades opuestas/complementarias. No, el combo 2x1 no funciona a este nivel.
No puedo conformarme con su final en Las Vegas de ninguna manera, y eso duele. El pequeño Bob Dylan, elaborado con las características más imperfectas del ser humano, con todo lo insoportable y agradable que pueda tener una persona, manifestado de una forma tan natural y creíble que llega a ser considerado eso, alguien sumamente extrañable al volver a ver Misfits.
Con los ojos pesados y dolidos, sin pensar. Con una condena de recuerdos revoloteando mi cabeza, así me siento después de ver Barney's version, película basada en la vida de Barney Panofsky, un productor televisivo del que nada sé, y en realidad poco me importa saber de momento. La película está muy bien. Pero hay algo más, o todo estaba predispuesto para emocionarme y lanzarme al llanto espasmódico que te vuelve primario e indefenso. Algo que hace un poco más de un año que no me sucedía.
Una pequeña frase que me queda, además de las sensaciones de la totalidad de la película, es este diálogo que mantiene Barney con su mejor amigo Boogie después de descubrirlo teniendo sexo con la que era su actual esposa, algo que se desprende ante la negación de Boogie a pedir disculpas:
-Déjame recomendarte otro libro para que llenes tus estantes con él, "La vida de Heinrich Heine", a quien, en su lecho de muerte su amada le rogó que pida el perdón de Dios antes de morir. Pero el bueno de Heinrich, sólo tenía esto para decir, "Dios seguramente me perdonará. Después de todo, ese es su maldito trabajo."
Ellos son el éxtasis -hablo de Die Antwoord- y desenfreno audiovisual, lo que necesitás para estallar en acotados segundos en cualquier momento y lugar. Del buen uso del dialecto, la composición de imágenes y las disonancias en torno a las cadencias, el buen gusto para seleccionar lo molesto y perturbador, atormentándote en deseos de repetir en forma inconsciente su porquería.
Ella, Yolandi Visser, una guachina insolente y que bien podría estar callejeando en cualquier calle de Buenos Aires, pero no. Y por eso, el encanto de su reviente, por su distinción arrogante.
Ellos son los dealers. Ella es la droga mejor compuesta, el psicotrópico del amor.
Entre más pienso esa palabra,
más la siento arder por dentro.
Rabia que se esparce como copos de nieve
decorando el villancico de los niños,
reunidos en torno a un fogón de camping,
ellos, los rabiosos,
les escupen borbotones de sangre.
Esa música siniestra,
repleta de todo el terror que ni una infancia
de películas de monstruos pudo proporcionar.
Esa música suena en mi viaje
mientras veo a los rabiosos
blasfemando las vitrinas de tiendas caras,
organizando festines en sus peregrinaciones,
devorando las capas de piel de monjas,
monaguillos,
chicxs scout,
adolescentes rockers cristianos.
Los rabiosos en fuga.
Echan espuma, echan sangre,
sangre y espuma,
ante el glorioso y coagulante ícono de la vírgen Luján.