7/1/15

El patriarcado vaquero del futuro



Haber cursado recientemente una materia llamada “Arte, estado y política” que proponía en su currícula el análisis de la propaganda del New Deal, y en mi caso específico, un parcial sobre Pare Lorentz y la política de Estado de Franklin D. Roosevelt, me permite sentir que cierta basura audiovisual tiene sentido para causas futuras. O bien, para películas de un futuro (obviamente apocalíptico) crudo. Escaso de agua. Contextualizo en base a lo que escribí en instancias académicas sobre esta referencia inicial:

“En tanto, el realizador Pare Lorentz filmó en el marco de una gran ola de producción fotográfica y literaria que buscaba sentar las asperezas de la depresión de los 30's con la “pérdida” como uno de sus tópicos narrativos de protesta social. “La continuidad de pérdida de tierra y agua se destacó por la devolución de las Grandes Llanuras en tormentas de arena”, remarca Terry Cooney, refiriendo al típico lamento ante el desperdicio de la mayor riqueza del continente americano: las tierras agrícolas. Roosvelt convocó al cineasta durante el primer New Deal para su programa de la FSA. Allí realiza “El arado que labró las llanuras” (1936), un proyecto documental que líricamente expone las tormentas de arena -Dust Bowl- que arrasaron y erosionaron el suelo de la zona central de Estados Unidos en la década del 30. A través de la composición de imágenes envueltas por la desolación, el sol y el viento, una voz en off sitúa al espectador desde el prólogo, declamando que “este es un registro de la tierra…”, un documental dotado de verosimilitud del contexto histórico que representa, potenciado por su realismo visual. Dividido en ocho capítulos, repasa visualmente los diferentes estadíos del territorio que va desde la frontera con Canadá hasta Texas. El recorrido de las imágenes, apoyado por la narración, exhibe tierras inicialmente cubiertas por pasto que luego se convertirían en el “paraíso del ganado”, permitiendo la llegada del ferrocarril a las Grandes Llanuras. A su vez, eso dio paso a la llegada de nuevas poblaciones de colonos “que harían el arado a su propio riesgo”, enfrentando las épocas de sequía. La llegada de la Primera Guerra Mundial fue para los colonos una panacea: la exportación masiva de trigo a los países aliados fue una nueva esperanza que dio trabajo y nueva maquinaria, bajo el lema de que “El mundo era nuestro mercado”. Sin embargo, hacia 1933 las tierras volvieron a ser las iniciales, cubiertas por pasto. La devastación llegó con la peor sequía de la tierra, y Lorentz documentó la miseria de los colonos desprovistos de esperanzas. Las Grandes Llanuras, con el viento y el sol como protagonistas, fueron testigos de uno de los “capítulos más trágicos de la agricultura estadounidense”. Como señala Cooney, esta propaganda auspiciada por el New Deal también respondía a la acción estatal a través del programa CCC, que dio trabajo a los “parados” con la creación de un manto conservacionista, plantando árboles como protección contra el viento de los llanos. La propaganda en “El arado…” educaba a la población sobre el uso consciente, equilibrado y racional de la tierra, elogiando los planes de la administración Roosevelt para mejorar la situación de los agrícolas”.

“Young ones” –y no “The young ones”, que fue una serie británica de los 80’s- dispone un western situado en un futuro no tan lejano, con ciertas referencias tecnológicas que si bien puede que nunca se realicen –véase la nota “Volver del futuro”- nos demuestran que efectivamente no están en el 2015. Ernest Holm es el pilar del patriarcado, con su rifle montado sobre la camisa llena de tierra seca y una mirada Clint Eastwood aún verde, sin el componente cautivante. Un hombre rústico, con una obstinación dañina que hasta se torna optimista, y eso trata de inspirar a sus hijos, Jerome y Mary. 

Durante la película la sensación que abunda y que su director Jake Paltrow transmite hasta erosionar la vista del espectador, es la sequía. También la sed. Esa última, es el culo de la cuestión, donde centralizará su atención por el ansia de venganza, un motivo recurrente en materia de westerns. Pero esencialmente del espectador, que prácticamente esperará eso hasta el final, depositando el voto en las manos de quizás el único que pueda hacerlo: Jerome.

La película, como el documental de Lorentz, está divida en capítulos. Cada uno propone de manea lineal seguir la película centrada en alguno de sus protagonistas. Tienen su turno el inmutable Ernest Holm así como Jerome y el novio de Mary, Flem Lever. Los personajes miran ese desierto distópico del mismo modo que podría hacerlo Mad Max, por las mismas razones pero con menos locura y violencia. Las ambiciones son el punto de diversidad, así como la sensibilidad en esa ciencia ficción a veces pasteurizada por el olor a tierra seca, repleta de Dust Bowl. 

La dureza del suelo, el polvo recorriendo el escenario. Robots que parecen salir de chatarreros de Jawas de Star Wars, que apenas tienen alguna mejoría respecto a un animal de carga: la caja negra. “Young ones” no se esmera por demostrar innovaciones tecnológicas, avances científicos, médicos ni de ningún tipo. Simplemente se entierra en una cuestión que forma parte del futuro mundial como lo es la sequía pero que, sin hacer grandes hallazgos, algo que en los 30’s Lorentz ya había trabajado visualmente con el mismo fin sensibilizador: la aspereza desintegradora. Esto es un western para ser visto en tiempos en los que el petróleo sigue siendo el recurso no renovable más importante. Es una historia que no posee amor. Sólo admiración, legado, rivalidad, propiedades privadas, tierras fértiles llenas de grietas por la sequía y venganzas. 

Gente linda, elegantemente sucia con polvo. Algo que puede sustraerse y quitarse con alguna mejora de conductos y canales de agua estatales. Una belleza de ojos claros y cabellos rubios Ingalls con el mismo vestuario de ocasión. Con el antes y el después del crecimiento agrícola revestido en camisas nuevas, cuerpos limpios entre la cosecha de trigo.

Tal vez me haya atraído la representación de esas tierras, ese comercio de trueque que va de alcohol, alimentos a bebés, esos personajes white trash depositados en una tierra sin mucho para dar más que alguna esperanza, alguna distracción como hacer dibujos en la soledad, retratar a alguna chica con la oreja sobresaliendo del cabello lacio y oscuro; apuestas con palomas pintadas a mano; reuniones en una pileta de cemento vacía y noches oscuras y cálidas. 

No hay grandes hallazgos, sólo pequeñas grandes escenas encerradas en capítulos. Una mezcla de sabores y referencias fílmicas, y un paisaje cautivante. Ascensos económicos y sociales quedan también como anécdotas, así como Mary lavando los platos con tierra seca. O como dos hombres deshidratados y sin fuerzas para moverse, en una larga tensión entre rocas y un paraje que podría ser el planeta de Tatooine, toman whisky hasta bañarse con él y lanzártelo en tu cara como una escupida mezclada con sangre y olor a tabaco.