29/4/08

Insoportablemente quisquilloso

Octubre, 1998

Me duele el pecho.
Un dolor agudo
punzante acá en el centro,
mirá es acá.
Para mí es un tumor
Sí, digo,
me duele la cabeza
y vos ya sabés cómo soy.
“Estás creciendo”
No, ya no.
Me estanqué en 1,78
y eso ya fue hace años.

Me diagnostiqué hiv
la primera vez que cogí.
Después me olvidé,
me enfermé de otras cosas.
Miraba Discovery y me actualizaba;
la ciencia más avanzaba
más me enfermaba.

23.30 horas

Es enero.
Miro el sillón y estás vos
Dormida entre los pies de mi perra.
Tu boca abierta y un par de moscas en celo
practicando tiro al blanco.

Es enero.
Sabés que hace calor
y en mi carta de presentación
resalté claramente en rojo
Sufro el calor”.
Pero no
me robaste los abanicos de cartón,
desenchufaste el ventilador
y sabés que después de la siesta
no coordino
no soy yo.

Mañana es mi cumpleaños
y te mandé por correo la lista:
una decena de libros
caros,
raros,
agotados.
Para poblar mi nueva biblioteca de cedro
y decorar el ambiente con cultura
olor a hojas nuevas y relucientes.

Dos días antes

Dudo que me entiendas
por eso me anticipo
y te pido perdón.

11/4/08

Lunes feriado
















Que vengan todos mis amigos
también mis familiares y amantes
a mi fiesta privada y exclusiva.

Pondré mi colección de vinilos de Pedrito Rico
y la vajilla elegante para ocasiones especiales.
Haré ponche con jengibre y canela
para que luego coman canapés rellenos de dulce de leche.
Me vestiré todo de negro
y me perfumaré totalmente,
hasta que pueda extinguir mi olor a hombre.

Cuando lleguen los saludaré cálidamente
y no dudaré en colgar de cada cuello un collar,
hechos con canicas recolectadas en mi infancia
pintadas a mano con escenas de perros copulando.

Cuando lleguen los invitaré a pasar
y me disculparé y ausentaré por unos instantes.
Me distraeré leyendo catálogos de Life early '70 como un otaku
y espiaré desde la rendija de la habitación de huéspedes.

Cómo destruyen mi palacio lentamente
y se masturban criticando mi nuevo peinado de otoño.

Develando el misterio del humo

Como había escrito, el misterioso humo había inundado mi casa el miércoles a la tarde y estaba por todo Avellaneda. Cuando regresamos del partido, estaba metido dentro de todos los cuartos impregnando de olor a quemado cada mueble y objeto. Hoy a la mañana, cuando salí hacia el trabajo, había más humo. Parecía una neblina, pero el olor era a humo, humo, humo y más humo.

9/4/08

El interior de John

Arsenal



Fui invitado por mi familia a ir a la cancha para ver Arsenal contra Fluminense. Partido despedida del equipo local de la Libertadores. Según cuenta la leyenda, en 1998 hice la promesa de que sería hincha oficial de Arsenal cuando ascendiera a primera, época en la que mi ídolo era el sapo Cuevas, un delantero curioso. Después vinieron otras cosas y el fútbol no fue una de las prioridades, así que dejé de lado la promesa. La última vez que había visto a Arsenal fue hace un poco más de un año, cuando jugó contra Rosario Central y empataron. Un partido mediocre que aburrió demasiado. Me la pasé tomando café en el buffet.

Hoy dudé en ir un rato antes de que empezara el encuentro -el desgano me está ganando siempre estos días-, pero finalmente Yami decidió sumarse a la troupe, compuesta por mi hermano menor, mi hermana y mi padre, y me animé. Además todos querían que fuera y desconozco los motivos de ese deseo.

Ambos equipos con mayoría de suplentes pretendían hacer los menores esfuerzos. El partido no modificaría ni alteraría nada, sea cual fuese el resultado. Un primer tiempo para el olvido. Destacable el afrobeat delicioso de los hinchas brasileños de Fluminense. Atrás nuestro estaba el presidente del club, uno más del clan Grondona, mafia nefasta que gobierna el fútbol argentino desde los tiempos de la dictadura. Me compré una coca a temperatura ambiente que estaba excesivamente cara. Destacable también el logo de Santander, empresa auspiciante de la copa Libertadores: parece un sorete con su respectivo olor.

Me gustó el joven Bottaro. El partido fue más atractivo en el segundo período y salió a la luz la idiosincrasia de Arsenal, guerrero de humildes ballestas oxidadas como armas. Contento. El clima festivo, un aire de familia y vecinos. Puteadas simpáticas y distendidas. Se escuchó mucho "negro puto" y cosas similares. Noche agradable. Un poco molesto el humo que desde la tarde invadió Sarandí y también se diseminaba por toda la cancha como una lluvia fija. Ya había sucedido unas semanas atrás. ¿De dónde sale tanto humo?

3/4/08

Ay Negro...

Se fue el Negro. Hay quienes dicen que estaba viviendo años de más. Tengo mi propia versión y difiere un poco de esa; para mí vivió menos de lo que debía. Pero deber, merecer, no son más que palabras inofensivas ante la bestia arrasadora que es la muerte.

Callejero toda su vida, fue mascota temporal de una remisería, un kiosco de diarios, una verdulería, una veterinaria y la casa de mis padres, con la que en el último período alternaba a la mañana con el kiosco de diarios porque quería mucho a su dueño y si además de ser un perro bueno hasta el cansancio, era leal. Mis padres lo habían adoptado hace unos años, aunque adoptarlo sólo fuera darle casa y alimento, cobijarlo cuando llovía, soportar su temor a los truenos y cohetes, darle cariño, resistir sus hediondos pedos constantes. Él hacía lo que quería. A veces ni volvía, otras quería irse a la madrugada. Venía a la mañana haciendo notar su presencia crujiendo la puerta con su pata y si nadie le abría, entonces insistía con algunos ladridos. O cuando quería irse simplemente se acercaba a la puerta y miraba más allá de la casa.

Sin embargo pocas veces ladraba, menos gruñía pero cuidaba a quienes quería. Cualquier vecino lo reconocía por su paso lento, siempre agitado. Y lo saludaban al Negro, como popularmente se hizo conocido y todos respetamos que así fuese. Inevitable recurrir a otro nombre. Muchos eran los que le dejaban alguna sobra, alguna caridad, como si fuese un mendigo, o un santo brasileño. Él, puedo asegurarlo, lo agradecía pero no condicionaba sus sentimientos. Claro que cuando comíamos se aparecía y te miraba insistentemente cuando te metías un bocado. Y te ganaba, sabía que te iba a ganar con su mirada, con esa cara de tristeza no tem fim. Y nunca se pudo sacar el vicio de comer la basura de la calle, lo que le trajo más problemas a su débil pero insaciable estómago.

Ya en estos últimos tiempos todo era un sacrificio para él. Levantarse no era algo menor: implicaba llevar adelante una panza que parecía no tener fin, si incluso parecía un manatí oscuro. Era un sacrificio ir a tomar agua del bowl, o ir a la calle y sentarse como solía hacerlo: cancerbero mirando la gente pasar, las palomas en sus vuelos cortos y cagadas diurnas. Imponía su casta y antigüedad ante los otros perros, sus codos gastados y las canas emergiendo de su pelaje oscuro. Los otros perros se volvían diminutos frente a él, a pesar de que cada día estuviera encogiéndose más y más, lo miraban con respeto porque era un señor perro. Todo era un sacrificio para él últimamente. Hasta su tos que parecía un vómito, fue uno de los hábitos que no repetía. Descartado totalmente que hiciera su seguimiento a la camioneta del kiosquero, rutina que antes hacía todos los mediodías y decoraba con ladridos y saltos por la calle Iguazú. Otro tema para el olvido se había vuelto cagar. Pero comer no. Ni estar echado en el piso mirando con esos ojos tan humanos, agitando la cola llena de hedor cuando te le acercabas y esperando los mimos sobre su cabeza. Sacrificio sería aguantar las palizas que debió recibir, las embestidas de autos que lo obligaron a que fuera un no rotundo cruzar cualquier avenida. Era todo un sacrificio, pero no sé si debía volverse su muerte un sacrificio. Pero así fue.

Ayer tomaron la medida cuestionable. Muchos eran sus seguidores y quienes repetían que así se debía proceder con el Negro como si todos supiesen qué hacer con él, o fueran sus dueños. Él debía elegir la opción, aunque sólo se tratase de un perro con ojos de brillo divino. Yami y yo nos consideramos los detractores principales de la medida que lo llevó a su paraíso, o al menos los que manifestamos nuestro descontento en ese punto. El Negro no merecía morir. Pero como dije antes, merecer o pensar en justicia ante semejante asunto, no existe, cabe pensar que ahora actuará la justicia divina sobre él. Pero si de algo estoy seguro, es que merecía morir de otra manera, más acorde a su forma de vivir y amar. Que su última bocanada de aire se fuera lentamente en una de sus siestas por la tarde, manso en la vereda con el sol suave cayendo sobre su lomo, habiendo comido previamente un buen corte de carne como a él tanto le gustaba.