Se agradece el hallazgo a Clara Cattaneo, mi versión altiplana/sueca ya era algo obsoleta. El tema es de Jenny Lewis y se llama See Fernando.
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30/9/11
Autobombo
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Adolescentes Pop,
Danza,
Fútbol,
Love Playmobil,
Pop,
Vestimentas,
Vogue
14/2/10
Bat pussy
Etiquetas:
Anarquismo pasivo,
Celuloidefilia,
Entretenimiento familiar,
Fútbol,
Sci-Fi
16/9/09
29/9/08
Cánticos (Hooligan Pop Market)

Los fanáticos del fútbol (barrabravas e hinchas fervientes) son personas de temer. Generalmente, suelen ser asociados con el malhumor; es
candalosas, indecorosas y ridículas descargas de fin de semana por penurias y desgracias de sus trabajos y familias; aspecto terrible y siempre amenazante; poco amables; irritables; big macho's; poco amistosos; clubes sociales delicitivos relativamente organizados; sementales poco cariñosos que les apetece el sexo anal; voces roncas y disfónicas; portadores de todo tipo de cicatrices de diversas trifulcas y embates de hinchadas; tatuajes tumberos; armas de todo tipo de color; agresivos hasta los dientes; fundamentalistas esquizofrénicos con insignias de la locura y estandartes varios; bengalistas; tres tiros; hombres de pocas pulgas; sucios; borrachos; jonkies; xenófobos; homófobos; misóginos y lo peor de todo, peronistas.Tipos jodidos, digamos. Pero se ponen mimosos a la hora de uno de sus cánticos predilectos, reversión de uno de los two-hits-wonder del pop. Nada que ver con esos tipos que son rudos hasta el final, esos hooligans británicos del Liverpool que cantan rock 'n roll en un estadio.
Aguanten Los Dogos!
16/8/08
El misterio bajo el diez
Juan Román es el único jugador actual que me despierta simpatías de todo tipo. No confundir con otro Juan Román, por favor, seamos respestuosos. De quien hablo es de Riquelme.
Siempre me deslumbró su juego, y aunque esté muy lejos de ser un experto en lo futbolístico, tengo el criterio de saber quién juega bien o mal. Pero esa no es la cuestión con Juan Román. Está muy lejos de mí cuestionar su destreza y talento. Lo que me interesa abordar y explorar es el misterio de su sujeto, de su creación y el halo que lo vuelve una figura rara en el deporte local. Un extraño en el paradigma del futbolista posmoderno.
Se hace respetar sin dar grandes discursos, es más, pocas veces se mezcla con los medios o da notas. Desconozco su vida privada y me complace que sea así. Sus aportes son más bien lacónicos y lo único que me perturbó fue su aparición en los noticiosos con ese video en el que declaraba por qué iba a dejar la selección nacional. Contradicciones hacen al ser humano, así que volvió.
Esa elegancia inmutable, que conserva desde que lo vi por primera vez, aquel adolescente de las inferiores de Argentino Juniors. E incluso conserva el mismo corte de siempre, el mismo rostro como si el tiempo no hubiera pasado para él. Y sí, el tiene el poder de conservar la pelota entre sus pies y hacer lo que desee con ella, sea retenerla como si estuviera unida a sus pies o simplemente buscar la fantasía, la ficción del fútbol. Todo es ficción y él lo sabe bien.
Esa rebeldía constante contra las autoridades y sus arbitrariedades. Pasó en su momento con Macri, más tarde con Pellegrini. La madre patria no lo recibió como debía, o nunca lo comprendió. Por eso está atado a sus defensores, que deben ser una cifra igual a la de sus detractores. Y ese odio amor lo hace más humano, más interesante. Dentro de la industria futbolística millonaria a la que él también está adherido, hizo siempre lo que quiso. Tomó sus decisiones por amor. Y creo que el único que valoró
realmente su genialidad fue el ex anarco Carlos Bianchi, otro maestro con el que me gustaría en algún momento sentarme para hablar de inmigrantes y antepasados, café de por medio. O con un vino.
Todos notamos su cansancio. Desde que comienza el partido, muestra síntomas de cansancio, como si atravesara la gran vejez y fuera un veterano, o supongamos, trepó días atrás el Everest. La parsimonia para caminar, o trotar en el más extremo de los casos. -la oportunidad en que lo vi correr como nunca fue en aquella publicidad de desodorante repleta de estrellas internacionales del fútbol-. Impasible. Nunca -o ínfimas veces- demostró interés en pelear una pelota que le quitaran, ni hacer grandes esfuerzos para una marca. Lo suyo es el salto y la precisión matemática, una inteligencia mortal -para sus oponentes- en el que vuelca una pelota con un pase desde la distancia que sea, para generar una situación de gol. Sólo tenés que esperar su pase entre las piernas y estás en el lugar y momento indicado para anotar.
Sí, es quejón. Pero o todos los árbitros están equivocados, o él siempre tiene razón cuando se queja. Una falta y él sólo se detiene, no hace mucho más que eso y agita un poco los brazos para manifestar su molestia y ahí, el tiro libre. Seguramente lo haga él, y si le interesa, puede hacer una maravilla. Si no le interesa, probará suerte, experimentará quizás algún tiro excéntrico que será un desastre. Sí, es un excéntrico también. Y un jugador experimental. No olviden sus tiros de esquinas que rozan -o llegan- los goles.
Sus festejos son tan moderados y discretos como su figura. No es el clásico arengador efusivo, en lo absoluto. Es más, siempre da la impresión de estar aburrido o demasiado concentrado en el juego. Y en los partidos en que no está interesado, no juega. Está en la cancha pero no da señales de estarlo, pasa a ser un sujeto invisible. Y él quiere eso. Elige dentro de la maquinaria de este aparato del deporte, qué le interesa o no.
Juan Román es el centro. El engranaje de todo equipo y toda esa presión, por decirlo con sencillez y sin eufemismos, se la pasa bien por el orto. Le importa hacer lo que él quiere, aportando al juego colectivo cuando quiere. Si no, está ausente. Pensando en quién sabrá qué. Agotado. Con esa cara inexpresiva que lo caracteriza, como un hombre sufrido en el que todo el dolor conocido y por conocer, recorrió su cuerpo y sólo queda eso que se ve, no mucho más.
Y es paz. Verlo tomar la pelota transmite paz, seguridad. Tranquilidad. Porque dentro de toda la urgencia del fútbol, la obligación de la conquista de puntos y dinero, la desmesura y el jogo bonito a veces innecesario, él hace todo con tranquilidad, tomándose su tiempo. Se detiene y descansa el juego. El partido entra en pausa. No se guía por el cronómetro y su tiempo es el del universo. No hay registro de los segundos. Otro argumento para odiarlo que toman sus contrapartidarios.
Fair play es lo suyo, sin proponérselo como un slogan. Simplemente es justo y no está ligado con la violencia del fútbol. Un jugador diferente. Puede ser. Raro. Para mí es misterioso. Es épico. No es fútbol, lo suyo es otra cosa. Eso sí, la única vez que recuerdo que lo sancionaron -y expulsaron- reaccionó. Ahí se despertó y como siempre, fue claro y preciso. La precisión y el misterio son lo suyo.
Siempre me deslumbró su juego, y aunque esté muy lejos de ser un experto en lo futbolístico, tengo el criterio de saber quién juega bien o mal. Pero esa no es la cuestión con Juan Román. Está muy lejos de mí cuestionar su destreza y talento. Lo que me interesa abordar y explorar es el misterio de su sujeto, de su creación y el halo que lo vuelve una figura rara en el deporte local. Un extraño en el paradigma del futbolista posmoderno.
Se hace respetar sin dar grandes discursos, es más, pocas veces se mezcla con los medios o da notas. Desconozco su vida privada y me complace que sea así. Sus aportes son más bien lacónicos y lo único que me perturbó fue su aparición en los noticiosos con ese video en el que declaraba por qué iba a dejar la selección nacional. Contradicciones hacen al ser humano, así que volvió.
Esa elegancia inmutable, que conserva desde que lo vi por primera vez, aquel adolescente de las inferiores de Argentino Juniors. E incluso conserva el mismo corte de siempre, el mismo rostro como si el tiempo no hubiera pasado para él. Y sí, el tiene el poder de conservar la pelota entre sus pies y hacer lo que desee con ella, sea retenerla como si estuviera unida a sus pies o simplemente buscar la fantasía, la ficción del fútbol. Todo es ficción y él lo sabe bien.
Esa rebeldía constante contra las autoridades y sus arbitrariedades. Pasó en su momento con Macri, más tarde con Pellegrini. La madre patria no lo recibió como debía, o nunca lo comprendió. Por eso está atado a sus defensores, que deben ser una cifra igual a la de sus detractores. Y ese odio amor lo hace más humano, más interesante. Dentro de la industria futbolística millonaria a la que él también está adherido, hizo siempre lo que quiso. Tomó sus decisiones por amor. Y creo que el único que valoró
realmente su genialidad fue el ex anarco Carlos Bianchi, otro maestro con el que me gustaría en algún momento sentarme para hablar de inmigrantes y antepasados, café de por medio. O con un vino.Todos notamos su cansancio. Desde que comienza el partido, muestra síntomas de cansancio, como si atravesara la gran vejez y fuera un veterano, o supongamos, trepó días atrás el Everest. La parsimonia para caminar, o trotar en el más extremo de los casos. -la oportunidad en que lo vi correr como nunca fue en aquella publicidad de desodorante repleta de estrellas internacionales del fútbol-. Impasible. Nunca -o ínfimas veces- demostró interés en pelear una pelota que le quitaran, ni hacer grandes esfuerzos para una marca. Lo suyo es el salto y la precisión matemática, una inteligencia mortal -para sus oponentes- en el que vuelca una pelota con un pase desde la distancia que sea, para generar una situación de gol. Sólo tenés que esperar su pase entre las piernas y estás en el lugar y momento indicado para anotar.
Sí, es quejón. Pero o todos los árbitros están equivocados, o él siempre tiene razón cuando se queja. Una falta y él sólo se detiene, no hace mucho más que eso y agita un poco los brazos para manifestar su molestia y ahí, el tiro libre. Seguramente lo haga él, y si le interesa, puede hacer una maravilla. Si no le interesa, probará suerte, experimentará quizás algún tiro excéntrico que será un desastre. Sí, es un excéntrico también. Y un jugador experimental. No olviden sus tiros de esquinas que rozan -o llegan- los goles.
Sus festejos son tan moderados y discretos como su figura. No es el clásico arengador efusivo, en lo absoluto. Es más, siempre da la impresión de estar aburrido o demasiado concentrado en el juego. Y en los partidos en que no está interesado, no juega. Está en la cancha pero no da señales de estarlo, pasa a ser un sujeto invisible. Y él quiere eso. Elige dentro de la maquinaria de este aparato del deporte, qué le interesa o no.
Juan Román es el centro. El engranaje de todo equipo y toda esa presión, por decirlo con sencillez y sin eufemismos, se la pasa bien por el orto. Le importa hacer lo que él quiere, aportando al juego colectivo cuando quiere. Si no, está ausente. Pensando en quién sabrá qué. Agotado. Con esa cara inexpresiva que lo caracteriza, como un hombre sufrido en el que todo el dolor conocido y por conocer, recorrió su cuerpo y sólo queda eso que se ve, no mucho más.
Y es paz. Verlo tomar la pelota transmite paz, seguridad. Tranquilidad. Porque dentro de toda la urgencia del fútbol, la obligación de la conquista de puntos y dinero, la desmesura y el jogo bonito a veces innecesario, él hace todo con tranquilidad, tomándose su tiempo. Se detiene y descansa el juego. El partido entra en pausa. No se guía por el cronómetro y su tiempo es el del universo. No hay registro de los segundos. Otro argumento para odiarlo que toman sus contrapartidarios.
Fair play es lo suyo, sin proponérselo como un slogan. Simplemente es justo y no está ligado con la violencia del fútbol. Un jugador diferente. Puede ser. Raro. Para mí es misterioso. Es épico. No es fútbol, lo suyo es otra cosa. Eso sí, la única vez que recuerdo que lo sancionaron -y expulsaron- reaccionó. Ahí se despertó y como siempre, fue claro y preciso. La precisión y el misterio son lo suyo.
9/4/08
Arsenal

Fui invitado por mi familia a ir a la cancha para ver Arsenal contra Fluminense. Partido despedida del equipo local de la Libertadores. Según cuenta la leyenda, en 1998 hice la promesa de que sería hincha oficial de Arsenal cuando ascendiera a primera, época en la que mi ídolo era el sapo Cuevas, un delantero curioso. Después vinieron otras cosas y el fútbol no fue una de las prioridades, así que dejé de lado la promesa. La última vez que había visto a Arsenal fue hace un poco más de un año, cuando jugó contra Rosario Central y empataron. Un partido mediocre que aburrió demasiado. Me la pasé tomando café en el buffet.
Hoy dudé en ir un rato antes de que empezara el encuentro -el desgano me está ganando siempre estos días-, pero finalmente Yami decidió sumarse a la troupe, compuesta por mi hermano menor, mi hermana y mi padre, y me animé. Además todos querían que fuera y desconozco los motivos de ese deseo.
Ambos equipos con mayoría de suplentes pretendían hacer los menores esfuerzos. El partido no modificaría ni alteraría nada, sea cual fuese el resultado. Un primer tiempo para el olvido. Destacable el afrobeat delicioso de los hinchas brasileños de Fluminense. Atrás nuestro estaba el presidente del club, uno más del clan Grondona, mafia nefasta que gobierna el fútbol argentino desde los tiempos de la dictadura. Me compré una coca a temperatura ambiente que estaba excesivamente cara. Destacable también el logo de Santander, empresa auspiciante de la copa Libertadores: parece un sorete con su respectivo olor.
Me gustó el joven Bottaro. El partido fue más atractivo en el segundo período y salió a la luz la idiosincrasia de Arsenal, guerrero de humildes ballestas oxidadas como armas. Contento. El clima festivo, un aire de familia y vecinos. Puteadas simpáticas y distendidas. Se escuchó mucho "negro puto" y cosas similares. Noche agradable. Un poco molesto el humo que desde la tarde invadió Sarandí y también se diseminaba por toda la cancha como una lluvia fija. Ya había sucedido unas semanas atrás. ¿De dónde sale tanto humo?
Hoy dudé en ir un rato antes de que empezara el encuentro -el desgano me está ganando siempre estos días-, pero finalmente Yami decidió sumarse a la troupe, compuesta por mi hermano menor, mi hermana y mi padre, y me animé. Además todos querían que fuera y desconozco los motivos de ese deseo.
Ambos equipos con mayoría de suplentes pretendían hacer los menores esfuerzos. El partido no modificaría ni alteraría nada, sea cual fuese el resultado. Un primer tiempo para el olvido. Destacable el afrobeat delicioso de los hinchas brasileños de Fluminense. Atrás nuestro estaba el presidente del club, uno más del clan Grondona, mafia nefasta que gobierna el fútbol argentino desde los tiempos de la dictadura. Me compré una coca a temperatura ambiente que estaba excesivamente cara. Destacable también el logo de Santander, empresa auspiciante de la copa Libertadores: parece un sorete con su respectivo olor.
Me gustó el joven Bottaro. El partido fue más atractivo en el segundo período y salió a la luz la idiosincrasia de Arsenal, guerrero de humildes ballestas oxidadas como armas. Contento. El clima festivo, un aire de familia y vecinos. Puteadas simpáticas y distendidas. Se escuchó mucho "negro puto" y cosas similares. Noche agradable. Un poco molesto el humo que desde la tarde invadió Sarandí y también se diseminaba por toda la cancha como una lluvia fija. Ya había sucedido unas semanas atrás. ¿De dónde sale tanto humo?
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Fútbol
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