Juan Román es el único jugador actual que me despierta simpatías de todo tipo. No confundir con otro Juan Román, por favor, seamos respestuosos. De quien hablo es de Riquelme.
Siempre me deslumbró su juego, y aunque esté muy lejos de ser un experto en lo futbolístico, tengo el criterio de saber quién juega bien o mal. Pero esa no es la cuestión con Juan Román. Está muy lejos de mí cuestionar su destreza y talento. Lo que me interesa abordar y explorar es el misterio de su sujeto, de su creación y el halo que lo vuelve una figura rara en el deporte local. Un extraño en el paradigma del futbolista posmoderno.
Se hace respetar sin dar grandes discursos, es más, pocas veces se mezcla con los medios o da notas. Desconozco su vida privada y me complace que sea así. Sus aportes son más bien lacónicos y lo único que me perturbó fue su aparición en los noticiosos con ese video en el que declaraba por qué iba a dejar la selección nacional. Contradicciones hacen al ser humano, así que volvió.
Esa elegancia inmutable, que conserva desde que lo vi por primera vez, aquel adolescente de las inferiores de Argentino Juniors. E incluso conserva el mismo corte de siempre, el mismo rostro como si el tiempo no hubiera pasado para él. Y sí, el tiene el poder de conservar la pelota entre sus pies y hacer lo que desee con ella, sea retenerla como si estuviera unida a sus pies o simplemente buscar la fantasía, la ficción del fútbol. Todo es ficción y él lo sabe bien.
Esa rebeldía constante contra las autoridades y sus arbitrariedades. Pasó en su momento con Macri, más tarde con Pellegrini. La madre patria no lo recibió como debía, o nunca lo comprendió. Por eso está atado a sus defensores, que deben ser una cifra igual a la de sus detractores. Y ese odio amor lo hace más humano, más interesante. Dentro de la industria futbolística millonaria a la que él también está adherido, hizo siempre lo que quiso. Tomó sus decisiones por amor. Y creo que el único que valoró realmente su genialidad fue el ex anarco Carlos Bianchi, otro maestro con el que me gustaría en algún momento sentarme para hablar de inmigrantes y antepasados, café de por medio. O con un vino.
Todos notamos su cansancio. Desde que comienza el partido, muestra síntomas de cansancio, como si atravesara la gran vejez y fuera un veterano, o supongamos, trepó días atrás el Everest. La parsimonia para caminar, o trotar en el más extremo de los casos. -la oportunidad en que lo vi correr como nunca fue en aquella publicidad de desodorante repleta de estrellas internacionales del fútbol-. Impasible. Nunca -o ínfimas veces- demostró interés en pelear una pelota que le quitaran, ni hacer grandes esfuerzos para una marca. Lo suyo es el salto y la precisión matemática, una inteligencia mortal -para sus oponentes- en el que vuelca una pelota con un pase desde la distancia que sea, para generar una situación de gol. Sólo tenés que esperar su pase entre las piernas y estás en el lugar y momento indicado para anotar.
Sí, es quejón. Pero o todos los árbitros están equivocados, o él siempre tiene razón cuando se queja. Una falta y él sólo se detiene, no hace mucho más que eso y agita un poco los brazos para manifestar su molestia y ahí, el tiro libre. Seguramente lo haga él, y si le interesa, puede hacer una maravilla. Si no le interesa, probará suerte, experimentará quizás algún tiro excéntrico que será un desastre. Sí, es un excéntrico también. Y un jugador experimental. No olviden sus tiros de esquinas que rozan -o llegan- los goles.
Sus festejos son tan moderados y discretos como su figura. No es el clásico arengador efusivo, en lo absoluto. Es más, siempre da la impresión de estar aburrido o demasiado concentrado en el juego. Y en los partidos en que no está interesado, no juega. Está en la cancha pero no da señales de estarlo, pasa a ser un sujeto invisible. Y él quiere eso. Elige dentro de la maquinaria de este aparato del deporte, qué le interesa o no.
Juan Román es el centro. El engranaje de todo equipo y toda esa presión, por decirlo con sencillez y sin eufemismos, se la pasa bien por el orto. Le importa hacer lo que él quiere, aportando al juego colectivo cuando quiere. Si no, está ausente. Pensando en quién sabrá qué. Agotado. Con esa cara inexpresiva que lo caracteriza, como un hombre sufrido en el que todo el dolor conocido y por conocer, recorrió su cuerpo y sólo queda eso que se ve, no mucho más.
Y es paz. Verlo tomar la pelota transmite paz, seguridad. Tranquilidad. Porque dentro de toda la urgencia del fútbol, la obligación de la conquista de puntos y dinero, la desmesura y el jogo bonito a veces innecesario, él hace todo con tranquilidad, tomándose su tiempo. Se detiene y descansa el juego. El partido entra en pausa. No se guía por el cronómetro y su tiempo es el del universo. No hay registro de los segundos. Otro argumento para odiarlo que toman sus contrapartidarios.
Fair play es lo suyo, sin proponérselo como un slogan. Simplemente es justo y no está ligado con la violencia del fútbol. Un jugador diferente. Puede ser. Raro. Para mí es misterioso. Es épico. No es fútbol, lo suyo es otra cosa. Eso sí, la única vez que recuerdo que lo sancionaron -y expulsaron- reaccionó. Ahí se despertó y como siempre, fue claro y preciso. La precisión y el misterio son lo suyo.
Siempre me deslumbró su juego, y aunque esté muy lejos de ser un experto en lo futbolístico, tengo el criterio de saber quién juega bien o mal. Pero esa no es la cuestión con Juan Román. Está muy lejos de mí cuestionar su destreza y talento. Lo que me interesa abordar y explorar es el misterio de su sujeto, de su creación y el halo que lo vuelve una figura rara en el deporte local. Un extraño en el paradigma del futbolista posmoderno.
Se hace respetar sin dar grandes discursos, es más, pocas veces se mezcla con los medios o da notas. Desconozco su vida privada y me complace que sea así. Sus aportes son más bien lacónicos y lo único que me perturbó fue su aparición en los noticiosos con ese video en el que declaraba por qué iba a dejar la selección nacional. Contradicciones hacen al ser humano, así que volvió.
Esa elegancia inmutable, que conserva desde que lo vi por primera vez, aquel adolescente de las inferiores de Argentino Juniors. E incluso conserva el mismo corte de siempre, el mismo rostro como si el tiempo no hubiera pasado para él. Y sí, el tiene el poder de conservar la pelota entre sus pies y hacer lo que desee con ella, sea retenerla como si estuviera unida a sus pies o simplemente buscar la fantasía, la ficción del fútbol. Todo es ficción y él lo sabe bien.
Esa rebeldía constante contra las autoridades y sus arbitrariedades. Pasó en su momento con Macri, más tarde con Pellegrini. La madre patria no lo recibió como debía, o nunca lo comprendió. Por eso está atado a sus defensores, que deben ser una cifra igual a la de sus detractores. Y ese odio amor lo hace más humano, más interesante. Dentro de la industria futbolística millonaria a la que él también está adherido, hizo siempre lo que quiso. Tomó sus decisiones por amor. Y creo que el único que valoró realmente su genialidad fue el ex anarco Carlos Bianchi, otro maestro con el que me gustaría en algún momento sentarme para hablar de inmigrantes y antepasados, café de por medio. O con un vino.
Todos notamos su cansancio. Desde que comienza el partido, muestra síntomas de cansancio, como si atravesara la gran vejez y fuera un veterano, o supongamos, trepó días atrás el Everest. La parsimonia para caminar, o trotar en el más extremo de los casos. -la oportunidad en que lo vi correr como nunca fue en aquella publicidad de desodorante repleta de estrellas internacionales del fútbol-. Impasible. Nunca -o ínfimas veces- demostró interés en pelear una pelota que le quitaran, ni hacer grandes esfuerzos para una marca. Lo suyo es el salto y la precisión matemática, una inteligencia mortal -para sus oponentes- en el que vuelca una pelota con un pase desde la distancia que sea, para generar una situación de gol. Sólo tenés que esperar su pase entre las piernas y estás en el lugar y momento indicado para anotar.
Sí, es quejón. Pero o todos los árbitros están equivocados, o él siempre tiene razón cuando se queja. Una falta y él sólo se detiene, no hace mucho más que eso y agita un poco los brazos para manifestar su molestia y ahí, el tiro libre. Seguramente lo haga él, y si le interesa, puede hacer una maravilla. Si no le interesa, probará suerte, experimentará quizás algún tiro excéntrico que será un desastre. Sí, es un excéntrico también. Y un jugador experimental. No olviden sus tiros de esquinas que rozan -o llegan- los goles.
Sus festejos son tan moderados y discretos como su figura. No es el clásico arengador efusivo, en lo absoluto. Es más, siempre da la impresión de estar aburrido o demasiado concentrado en el juego. Y en los partidos en que no está interesado, no juega. Está en la cancha pero no da señales de estarlo, pasa a ser un sujeto invisible. Y él quiere eso. Elige dentro de la maquinaria de este aparato del deporte, qué le interesa o no.
Juan Román es el centro. El engranaje de todo equipo y toda esa presión, por decirlo con sencillez y sin eufemismos, se la pasa bien por el orto. Le importa hacer lo que él quiere, aportando al juego colectivo cuando quiere. Si no, está ausente. Pensando en quién sabrá qué. Agotado. Con esa cara inexpresiva que lo caracteriza, como un hombre sufrido en el que todo el dolor conocido y por conocer, recorrió su cuerpo y sólo queda eso que se ve, no mucho más.
Y es paz. Verlo tomar la pelota transmite paz, seguridad. Tranquilidad. Porque dentro de toda la urgencia del fútbol, la obligación de la conquista de puntos y dinero, la desmesura y el jogo bonito a veces innecesario, él hace todo con tranquilidad, tomándose su tiempo. Se detiene y descansa el juego. El partido entra en pausa. No se guía por el cronómetro y su tiempo es el del universo. No hay registro de los segundos. Otro argumento para odiarlo que toman sus contrapartidarios.
Fair play es lo suyo, sin proponérselo como un slogan. Simplemente es justo y no está ligado con la violencia del fútbol. Un jugador diferente. Puede ser. Raro. Para mí es misterioso. Es épico. No es fútbol, lo suyo es otra cosa. Eso sí, la única vez que recuerdo que lo sancionaron -y expulsaron- reaccionó. Ahí se despertó y como siempre, fue claro y preciso. La precisión y el misterio son lo suyo.
diste en la clave. en el multimediático mundo deportivo actual parece que fuera una obligación la simpatía. este sentimiento lo estimulan los programas pseudoperiodisticos que quieren hacer creer que los periodistas son amigazos de los jugadores.
ResponderBorrarel jugador antipático tiene que destacarse aunque no quiera porque contradice la norma.
que curioso, debo reconocer que mi admiración a riquelme se debe mas a su caracter insoportable que a su estilo de juego tortuguesco.
Chris, tanto tiempo sin verte por acá. Entre tanta vedette o chica del especta-culo amando la gamba del soccerismo, Wanda Narismo y Goleando por un sueño, no entiendo nada. Ni quiero. La farándula y la vieja de cotillón metida en el vestuario me da escozor. Y sí, los únicos intocables (relativamente) a esta altura son Gonzalo Bonadeo y Martín Souto. El resto son un asco. Pero tampoco veo ni conozco mucho de programas de fútbol. El que me daba vergüenza era ese de Recondo con el gordo ese Palacios con la pelota siempre bajos las manos, o ese de los nabos de Fox Sport que jugaban al Fútbol Tenis o como sea. Eso es temible.
ResponderBorrarDespués lo tenés a Messi, el mesías publicitario que no me mueve un pelo, el pibe. Es el ídolo modelo de creación urgente de los medios, del photoshop y la escasez de brillo argentino (y mundial). Ojo, capaz sea un genio. Pero siempre que lo vi jugar, no me lo demostró.
Juancete Román es una criatura rara. Pero a mí sí me gusta su juego. Es otra propuesta. No sé, me encanta esa velocidad y vértigo que imponen los monstruos brasileros o africanos, pero Riquelme, así tortuga y pecho frío, me conmueve.
Igual mi punto de vista no es de un amante del fútbol. Pongámosle, sé más o menos de fútbol como puede saber la señora del 5to A cuando le tira un comentario al pasar a su marido que se la pasa en el sofá todo el fin de semana viendo todos los partidos de todas las ligas universales por haber con el decodificador instalado en el orto a más no poder.
Abracete y gracias por el celular! Ya sabía que tenías, por eso te lo pedí, pero igual me lo pasó Yami antes porque te tenía en sus contactos. La foto del cuadro te la debo, cuando le saque te la mando por mail.
Jan: vi tu comentario sobre mi retrato y vine a decirte que lo espero con impaciencia. Dejo el comentario acá y no en el último post, porque me llamó la atención lo que decías y, de hecho, me hizo mirar las cosas de otro modo. ¡Gracias por eso!
ResponderBorrarAbrazo
Daniel, es un placer dar la posibilidad de mirar las cosas de otra manera. Me complace saber que algo de lo que escriba pueda lograrlo.
ResponderBorrarEl retrato ya debe estar viajando por la cybergüenza.
Abrazo