4/10/11

Exilio interior



El viento de un mar que está cerca pero no lo suficiente para verlo. Podés sentirlo flotando y migrando sobre la tierra en movimiento con un sentimiento raspante, podés olfatearlo e imaginarlo bañando tus manos en el frío de comienzos de primavera. El viento que te escupe encima recuerdos del tipo ancestrales, como flema llena de purpurina de épocas diferidas y llenas de glorias. Efervescencia adolescente llena de estímulos indescifrables y adrenalina. Noches sin sueño y cubiertas de etílico y música.

El calor fraternal, maternal y de toda índole que te abraza, te cobija y te hace sentir en casa, te invitan a tu hogar para que puedas dormir tranquilo y en paz. Sientas tu ansiedad en reposo alejándose en barrilete volando lejos hacia ese mar que descubrís en formas y recreás con retazos de otros mares. Olores de otros espacios y eras. Ese mar que inunda Bahía Blanca de noche y te llena de restos de conchilla las orejas, deja tus labios secos y tu cuerpo arenoso.

Un viaje largo, pero breve desde el anhelo. Lleno de millones de sensaciones, espejos, tertulias en silencio, cariño y la salud de encontrarse en buen camino. Siempre de viaje; distancias largas, breves, sin mediciones. Sin destinos claros. Sin idea del futuro, apenas del corto plazo. Entre el ruido de la marcha del tren, los portazos, el frío espeluznante, las miradas furtivas de los viajeros espectrales y los rifadores timadores. Y en mis ronquidos se ahogan las criaturas bellas junto al amanecer y al sol que nace de diferentes colores en las estaciones del universo. Para despertar nuevamente hacia otro viaje solo. Sentirse realmente solo al bostezar y despejar los ojos.

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