21/11/11

Finales inmortales

Sobre eso hay un muy buen ejemplo. Mi final favorito de temporada, que vuelvo a ver y vuelve a arrasar cada pelito de mi cuerpo dándole vueltas y contorneándolo como si se tratara de hierbas suaves y silvestres. También insisto en la repetición porque extraño a Nathan, irremplazable aunque pongan un sujeto que se desarme en dos personalidades opuestas/complementarias. No, el combo 2x1 no funciona a este nivel.

No puedo conformarme con su final en Las Vegas de ninguna manera, y eso duele. El pequeño Bob Dylan, elaborado con las características más imperfectas del ser humano, con todo lo insoportable y agradable que pueda tener una persona, manifestado de una forma tan natural y creíble que llega a ser considerado eso, alguien sumamente extrañable al volver a ver Misfits.

( cranch - spoiler alert - cranch )


20/11/11

Caprichos botánicos de ayer (para hoy)



Si bien hablo de capricho, no es la adquisición por sí sola de la planta insectívora (a.k.a. planta carnívora para los pibes) sino la forma de adquirirla, en este caso en particular. También forma parte de aceptar un paseo por Capital Federal propuesto por mi hermana para que un amigo y compañero de trabajo que vino de Rosario conozca algunos lugares que ni ella misma conoce, como es el caso de los lugares comunes del turismo en La Boca y el exquisito Jardín Japonés.

En realidad, aceptar ir al Jardín Japonés es ceder al pasado. Volver a un punto de contacto espiritual, cultural y laboral de mi experiencia pasada. La última vez que lo había pisado, estaba resfriado y sacudido por una gripe. Trabajaba ahí los fines de semana como promotor en diferentes puntos turísticos de Capital Federal y en el Jardín como espacio físico cuando se realizaban matsuris -eventos y festivales- que solían ser abundantes en la agenda anual. Así que después de un par de faltas de mi parte a la ética laboral de los nikkei, no volvieron a llamarme. Recuerdo aún estar pegando letras para un cartel de bienvenida, sacándolas una por una cuidadosamente de una plancha para que no se rompieran. Mientras hablaba con Kiku, la chica de la recepción que habían enviado para que me ayudara. Recuerdo momentos de nuestra charla entrecortada para subestimar el automatismo de la tarea, mis mocos acuáticos cayéndose sobre mi ropa de trabajo, la aspereza del papel en mi nariz y el tedio. Retengo también el extraño pedido después de terminar mi trabajo, antes de retirarme rumbo a mi casa, que hizo mi ex jefe: que le entregara mi happi azul, que era el uniforme de trabajo que utilizaba, una indumentaria propia para festivales. Ese extraño pedido -nunca me lo habían pedido desde que había empezado a trabajar- tenía todas las connotaciones y sonidos alusivos a que no volverían a llamarme para trabajar. 



Pasaron muchos años hasta mi regreso, este sábado pleno de humedad. De un cielo histeriqueando a la tierra con gotas tacañas. Me sorprendieron algunos cambios en el lugar, las caras desconocidas de los empleados del Jardín, la suciedad del lago, no encontrar trabajando a Mariela ni a Kiku, a nadie de quienes conocía. 





Tras el damero hallé el vivero. Ya no está más como otros años pegado a la ligustrina de Figueroa Alcorta, sino donde estaba el taller de mantenimiento. En formal lúdica, sin dejar de ser un deseo siempre pendiente en relación a compras exóticas, no pude evitar pedirle a mi hermana el mecenazgo con una planta insectívora cuando vi en un rincón un sector de abundantes especies de este tipo. Y tomé una Drosera filiformis. Todo un capricho, más de hijo que de hermano. No hay forma de despejarle la compulsión del niño y sus ganas de consumo, igual que cuando me compró el helado de mango japonés, una hora antes de entrar el vivero. 



















Ahora en casa la planta reposa sobre la base de la pileta del patio, resguardada por la escalera que conduce a la terraza. Rodeada por plagas de mosquitos, moscas de la fruta y de todo tipo de variedad de insectos, los cuales espero nutran sus deseos y la abastezcan de la compleja necesidad de vida que requiere.



 


Esa misma,
que llevará a mi misión exótica 
hacia el éxito.
Desconocer el fracaso en este tipo de ética,
la ética de la mano verde. 

Así
estar un poco más en paz también con mi pasado,
en ese mismo acto,
en el que un bocado trepa sobre una de sus rosetas.

18/11/11

Pasión travesti


Ilustración inspirada en un informe noticioso dominical sobre la actividad travesti en los bosques de Palermo en las primeras horas de la mañana; de los desperdicios biodegradables -y otros que no- que deja esta práctica y cómo afecta al desarrollo de actividades recreativas de índole familiar. La deja picando el tópico ya de por sí, casi una obviedad. Que cobre sonido entonces con los señores Travesti.

26/10/11

Sentido


Sentir, sentir, sentir, sentir
y si el sentido se ha ido
no queda más que sentir, sentir, sentir...

Ay si pudiera salir
de mi cuerpo
y hundirme en el afuera
inexistente.

Ay si pudiera parar
de rebotar por mi interior
hecho pelota.

Sentir, sentir, sentir, sentir
y si el sentido se ha ido
no queda más que sentir, sentir, sentir...

de Roberto Jacoby.

Musicalizado por Pablo Dacal -y otros señores más- acá:

24/10/11

Umshini wam



Un cortometraje (a.k.a. Bring me my machine gun) de Harmony Korine lanzado durante 2011. Con los asquerosamente bellos integrantes de Die Antwoord.

El manuscrito de los secretos



Tiempos indefinidos donde todo se torna grandilocuente con drama, o apenas un rumor lejano corriendo por entre las rendijas de las persianas. Tiempos de confusión alborotada, donde algunas ideas comienzan a solidificarse -y otras ramificarse- junto con el renacimiento del espíritu épico, dando aires y deseos de albergar más luz e iniciar la búsqueda oceánica con escafandra flúor y la compañía de un coral movedizo con motor silencioso.

Pensarlo de algún modo como el escape de aquel lugar: el de la autosuficiencia y quizás eterna autocomplacencia del autodidacta. Tomar la rigidez de la institución para volcar seriedad a las manos y sus creaciones; emprender un camino de inquietudes con mucho más foco, con la linterna totalmente prendida, las velas ardiendo y la parafina dibujando los pasos por la noche.

Cuestionar dentro de la escasez morlaquera y el ocio, la actividad laboral. No buscando el placer en su núcleo, considerando simplemente no caer en los lugares por inercia ya pisados, los que serían las sanguijuelas de otros años, de siempre. Simplemente buscar un lugar más adecuado, donde la maldad y la aspereza no sean la norma fundacional y las energías puedan desenvolverse de otro modo.

Y pensar en esa gente bella que pasa y queda. Otras que sólo pasan, o dejan ser pasadas como por un portal hacia sitios desconocidos, no lejanos, simplemente desconocidos. Que dejan sus encantos, su amor. No pensarlos como cadáveres sino vivos y frescos como aquellos que quedan, o aquellos que están acercándose sin ser divisados aún. También aquellas bellas personas que se recuperan lentamente, porque uno -que es yo- posee la capacidad de la lentitud por lo que recuperar es un proceso complejo, lleno de detalles, metodismos y mecanismos no tan simples. No tan prácticos. Como su gestor -que es yo-.

Todo eso es auspiciante. Como el sol de la mañana eyectándose desde las profundidades de otro continente, quemando levemente los pastizales bañados en rocío de un campo abierto que infunde el temor del vacío, así como la grandeza de su amplitud. Pensar en los gestos, en las causas reales y merecedoras (portadoras) de la voluntad, del deseo y de la entrega. Como copos de nieve, como villancicos fuera de estación. Como el voto más bello de la historia de mi democracia, de mi elección natural ante la vida, escrita en bolígrafo sobre un papel borrador y llevado a la urna con una sonrisa amplia, secreta, colmada de fantasía y del deseo natural que comentaba:



 
VOTO A LA FUERZA DEL AMOR  

4/10/11

Exilio interior



El viento de un mar que está cerca pero no lo suficiente para verlo. Podés sentirlo flotando y migrando sobre la tierra en movimiento con un sentimiento raspante, podés olfatearlo e imaginarlo bañando tus manos en el frío de comienzos de primavera. El viento que te escupe encima recuerdos del tipo ancestrales, como flema llena de purpurina de épocas diferidas y llenas de glorias. Efervescencia adolescente llena de estímulos indescifrables y adrenalina. Noches sin sueño y cubiertas de etílico y música.

El calor fraternal, maternal y de toda índole que te abraza, te cobija y te hace sentir en casa, te invitan a tu hogar para que puedas dormir tranquilo y en paz. Sientas tu ansiedad en reposo alejándose en barrilete volando lejos hacia ese mar que descubrís en formas y recreás con retazos de otros mares. Olores de otros espacios y eras. Ese mar que inunda Bahía Blanca de noche y te llena de restos de conchilla las orejas, deja tus labios secos y tu cuerpo arenoso.

Un viaje largo, pero breve desde el anhelo. Lleno de millones de sensaciones, espejos, tertulias en silencio, cariño y la salud de encontrarse en buen camino. Siempre de viaje; distancias largas, breves, sin mediciones. Sin destinos claros. Sin idea del futuro, apenas del corto plazo. Entre el ruido de la marcha del tren, los portazos, el frío espeluznante, las miradas furtivas de los viajeros espectrales y los rifadores timadores. Y en mis ronquidos se ahogan las criaturas bellas junto al amanecer y al sol que nace de diferentes colores en las estaciones del universo. Para despertar nuevamente hacia otro viaje solo. Sentirse realmente solo al bostezar y despejar los ojos.