Tiempos indefinidos donde todo se torna grandilocuente con drama, o
apenas un rumor lejano corriendo por entre las rendijas de las persianas. Tiempos
de confusión alborotada, donde algunas ideas comienzan a solidificarse -y otras
ramificarse- junto con el renacimiento del espíritu épico, dando aires y deseos
de albergar más luz e iniciar la búsqueda oceánica con escafandra flúor y la
compañía de un coral movedizo con motor silencioso.
Pensarlo de algún modo como el escape de aquel lugar: el de
la autosuficiencia y quizás eterna autocomplacencia del autodidacta. Tomar la
rigidez de la institución para volcar seriedad a las manos y sus creaciones; emprender
un camino de inquietudes con mucho más foco, con la linterna totalmente
prendida, las velas ardiendo y la parafina dibujando los pasos por la noche.
Cuestionar dentro de la escasez morlaquera y el ocio, la
actividad laboral. No buscando el placer en su núcleo, considerando simplemente
no caer en los lugares por inercia ya pisados, los que serían las sanguijuelas
de otros años, de siempre. Simplemente buscar un lugar más adecuado, donde la
maldad y la aspereza no sean la norma fundacional y las energías puedan
desenvolverse de otro modo.
Y pensar en esa gente bella que pasa y queda. Otras que sólo
pasan, o dejan ser pasadas como por un portal hacia sitios desconocidos, no
lejanos, simplemente desconocidos. Que dejan sus encantos, su amor. No
pensarlos como cadáveres sino vivos y frescos como aquellos que quedan, o aquellos
que están acercándose sin ser divisados aún. También aquellas bellas personas
que se recuperan lentamente, porque uno -que es yo- posee la capacidad de la lentitud por lo que
recuperar es un proceso complejo, lleno de detalles, metodismos y mecanismos no tan
simples. No tan prácticos. Como su gestor -que es yo-.
Todo eso es auspiciante. Como el sol de la mañana
eyectándose desde las profundidades de otro continente, quemando levemente los
pastizales bañados en rocío de un campo abierto que infunde el temor del vacío, así como la
grandeza de su amplitud. Pensar en los gestos, en las causas reales y
merecedoras (portadoras) de la voluntad, del deseo y de la entrega. Como copos
de nieve, como villancicos fuera de estación. Como el voto más bello de la
historia de mi democracia, de mi elección natural ante la vida, escrita en
bolígrafo sobre un papel borrador y llevado a la urna con una sonrisa amplia, secreta, colmada de fantasía y del deseo natural que comentaba:
VOTO A LA FUERZA
DEL AMOR
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