El combate duró aproximadamente una semana,
quizás dos sin tomar consecuencias severas sobre ello.
Entre la furia propia y el anhelo de sangre de los enemigos -mucho más numerosos-,
destinaba para mi interior todo el café posible contaminado de cigarro
para vislumbrar la mejor estrategia posible.
Que los aliados nunca se quebraran.
Dominar un lago con una flota imponente
o destrozar los puertos con artillería pesada pero efectiva.
Caballerías y soldados a pie embestiendo la furia de los imperios
de colonias mal construidas y con el sólo propósito de mantenerme en pie
con mis aliados suplicando claudicar el combate.
Una buena ciudad amurallada.
Un ejército en sus afueras provisto de variedad y cantidad hombres
resguardando zonas críticas.
Una buena economía de colonos productores
y una fábrica productora de madera.
El efecto devastador es instantáneo.
Los cigarrillos se consumen más pronto que el café tibio.
Mi conquistador ruso proclamado victorioso entre caídas y levantamientos
con los mejores puestos comerciales, las mejores aldeas indígenas.
Salir a la calle es difícil cuando todo tu imperio no puede terminar una batalla
y esa batalla se llama Saguenay.
Vos sos tan cobarde como tu conquistador,
impedido para salir a esas tierras que llevan siglos de sangre y muerte.
Ellas necesitan de un caballero pacificador
pleno de energía, vital
y con la mente clara y precisa.
El corazón dispuesto a amar y cuidar.
Saguenay, una pausa al planteo sobre la vida
entre los ruidos de destacamentos
y civilizaciones desmoronándose trágicamente.
Hacia el mundo paralelo, el más real de los visibles,
el campo de batalla más infranqueable a atravesar.