Dedicado a la dulzura necrofílica del Capitán del espacio, Angelito y su magia titánica.
Viajar de veras y verdades como nunca hice,
como pocas veces sentí la necesidad.
Salir de casa, o de pronto ir al patio
y tener un cohete espacial esperándome en mi jardín.
Que esté cubierto de rocío, lleno de ramitas maltrechas y frutos secos.
Viajar como aquellos niños exploradores en los 80s
descubriendo magia en la ciencia
a través de revistas de catálogo
maquetas sci-fi en Thunderbirds,
la voz de Jack Paladance doblada al español,
una colección de mi padre de cartas ancestral de historias marcianas ,
secuencias extraordinarias del Cosmos de Carl Sagan,
autopsias a extraterrestres en video VHS.
Con todo ese instrumental
proveerme de la mejor nave y partir solito.
Aventurarme como nunca contra todos mis miedos
contra todas las gravedades
contra todas las seriedades.
Tocar el culo más oscuro del espacio
hasta la profundidad y abrirlo totalmente:
Eyectado hacia el medio de la nada.
Y que ese sea el espacio, cubierto de luces de neón,
escenografías baratas de sitios increíbles,
planetas deformes y de colores estridentes
de los que nunca recuerdo sus nombres exactos.
Ver entre el paisaje astronautas perdidos,
satélites obsoletos de la URSS o Estados Unidos,
robots trepados a chimpancés y perros
con música de Vangelis en cassette obrando como cortina musical.
Entre todos esos incidentes
de cosmonautas y ficciones increíbles
sentir cómo eyaculan esos planetas imaginarios,
un chorro impresionante de dulce de leche
desparramado entre capas abundantes de chocolate
y cómo todo eso lentamente cubre por completo el cosmos,
como si se tratase de The Blob
devorando a Carl Sagan, Jack Paladance,
Todos y cada uno de ellos,
envueltos por una cantidad desproporcionada
de dulce de leche y chocolate
derritiéndose al instante con toda la maravilla del sci-fi artesanal
como el de las maquetas de aquellos triunfantes capitanes de Thunderbirds.
Mis sentidos colapsados con el recuerdo de Quilmes
y mi primera ingesta del Capitán del espacio
como un debut epicurista,
acto iniciático de un brebaje druida
gula salvaje de la cual nunca me desprendería.
Magnánimo, el Capitán mirando solemne como una figurita
propia de una infancia anacrónica que no me corresponde
y sin embargo se apropia de mí.
Una porción de la infancia nunca vivida pero deseada
como mi nave exploradora.
El Capitán victorioso saliendo entre todo ese conjunto de dulzuras
vistiendo de un dorado plástico como envoltorio
con una presencia de falso 3D o en tres capas,
despegando con su nave o volando como Mighty Mouse
bañado en las victorias galácticas del dulce de leche
y esparciendo más chocolate a través de sus puños mágicos,
alimentando todas las bocas furiosas de la humanidad,
alienígenas y galaxias hasta saciarlos,
ensuciarles las comisuras de sus bocas
con un sabor vicioso difícil de despojar.
pequeño testigo en silencio,
aventurado en mi nave exploradora
comiendo la eternidad del espacio
en forma de alfajores triples.
Alentando épicas galácticas
venerando la figura de un Capitán dorado
manchado por dulce de leche.
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