El miércoles 28 de este mes inauguró "Profecías pasadas" en Pasaje 17. Curada por Celina Marco, es la intervención del baño de mujeres de la galería. Los textos se basan en una selección de diferentes series de fotografías de Anatole (Rodrigo Salvador). El día de la inauguración Claudio Bidegain hizo una performance sobre la muestra llamada "Transmutación del recuerdo".
Un panorama de lo intervenido.
Profecías pasadas
En aquellas primeras décadas la música solía estar acompañada por infantes.
Vestían mamelucos bermellón, los peinaban con raya al medio inmaculada.
Repetían siempre un mismo paso coreográfico,
luego se quedaban quietos amontonados en un rincón.
Una señora de inmensa y exuberante cabellera pasaba a retirarlos,
los metía uno a uno en una bolsa de consorcio para la congoja y decepción del público.
Ese recuerdo inauguró mis primeras tristezas,
el mismo tenor violento de los cascotes que emergían del techo de la casa de mis padres.
Corría cuán rápido me permitieran mis piernas para esquivarlos al cruzar el living
hasta alcanzar mi habitación evitando los trazos de sangre
aquellos que decoraran aleatoriamente mi espalda.
Mientras una cuadrilla pavimenta mi calle
repaso entre cada interrupción de la obra,
entre cada pasaje de silencio -respiro, también-,
mi cuaderno de apuntes con mis primeras tristezas.
Cubiertos de olor a hidrocarburos
se propagan y expanden por mis sábanas
cubriendo mis manos de viscosidad.
Mis dedos se aventuran en páginas en blanco
intentando apresurarse a adelantar un futuro lleno de grietas,
tapizado por una mezcla de hormigón caliente,
tejido por la flota proletaria del ruido,
de las máquinas insolentes.
Bajo capas de asfalto resisten los baños portuarios primitivos
donde mis noches de desvelo me llevaban a ciertos parajes estivales.
Invitaba a marineros y pescadores por igual,
entre copas que trastabillan y caen junto a la saliva indescifrable y los insultos copiosos,
para que se prestaran a explorar mi cuerpo vuelto residuo cívico,
materia de testimonios orales distorsionados en cada nueva narración.
Me atraviesa el aviso profético del alemán de Camelle:
“En mi sueño, el alquitrán entra en mí, se me pega en los huesos.
Lo siento por todo el cuerpo. Seguirá llegando alquitrán hasta que no quede alquitrán en el mar, y cuando ya no llegue alquitrán, vendrá una ballena negra, muerta.
Entonces la enterraré y todo habrá acabado para mí. Diré adiós”.
Siento la nostálgica desaparición del mundo de Manfred Gnädinger y luego, años después, de su obra escultural, destrozada por un temporal que decidió llevarse toda su creación junto a la marea baja que deja su marca de sal y los recuerdos una ceniza.
1. Anatomía de una guerrera
Releo algunas anécdotas y siento el peso lejano de una angustia
que se traduce en otras, infinitas e incesantes mientras mi mente las embate.
Un yelmo pelado, repleto de heridas de disturbios ancestrales
que dejaron desnudo un heraldo con su soberana imagen
devenida criatura grotesca e incomprensible.
Una cota de malla deshilachada y empetrolada
con inscripciones adosadas aún visibles:
"En un campo de plata, un oso rampante de sable (negro) armado y linguado de gules (rojo).
Al timbre, una corona de oro decorada con ocho florones del mismo metal, vistos cinco".
El agua lavará tus pies pero jamás saciará tu sed.
2. Maqueta de un cumpleaños
La memoria de las páginas -es prudente mencionarlo- pierden sentido
a medida que el asfalto se extiende y el atardecer está signado por la demora.
El desvelo diurno se regocija en la exhibición obscena de situaciones,
nombres, apellidos, direcciones y un conjunto de coordenadas
que estallan la cartografía de mi organismo.
Intento escuchar esa vieja música de cumpleaños
que ponían mis tías en el cassette azul.
Veo las caras del grupo de niños repitiendo los pasos de baile
fosilizándose a cada segundo en un extremo de la casa.
La señora atraviesa mis recuerdos subida a una topadora,
empujando bolsas de consorcio desbordadas junto a mis memorias
traducidas en escombros y pedazos de tierra.
¡Líbrate de tu raíces materiales, húndete en las aguas de Walden!
Instrucciones para el papel higiénico:
Pergamino económico para utilizar con descuidada moderación.
Reúna una cantidad significativa de recuerdos.
Si acaso encontrara su primera tristeza, triturarla en el papel bajo algún signo de escritura.
Retire su contenido memorial del recipiente.
Haga un bollo con el mismo durante unos segundos.
Vuélquelo en el interior del inodoro.
No olvide presionar la cadena al despedirlo.
Y algunos consejos escritos en los zócalos:
El silencio de las voces oficia como carril para recuerdos asfixiantes.
Todo atardecer es desamparo, refugio para un pasado temeroso.
Ansioso de cuerpos, sediento de tristezas.
Finalmente, algunas fotos y un video de la performance de Claudio Bidegain que le dio cuerpo y voz a la dispersión de palabras e imágenes.