¿Por qué tengo que aguantar que toda la gente “transgresora” y “diversa” como ustedes me meta en sus horribles casilleros sólo por ser un hombre capaz de enamorarme de otro hombre? Ustedes, tan transgresores (o “transgresorxs”, lo mismo da, es la misma mierda al fin y al cabo) y diversos/as como se pintan a sí mismas/os, están tan llenos de prejuicios, estereotipos y cadenas como los homofóbicos más recalcitrantes, a juzgar por el 90 por ciento de lo que se lee en su suplemento. Estoy tan hecho mierda por todas/os ustedes y sus obsesiones sexuales que, aunque me asquea y me da rabia, lo leo (a veces completo) semana tras semana porque por ahí (muy por ahí...) se pesca alguna palabra o frase con la que identificarse en medio de una vida, de un mundo tan hediondamente aburrido y falsamente diverso, tan aburrido o más aburrido o menos aburrido (quién sabe, lo mismo da) que el mundo “hétero” de allá afuera, donde todo está hecho para los hombres que se enamoran y/o garchan exclusivamente con mujeres y viceversa. Sólo muy “por ahí” hay algo o alguien con lo que identificarse, algo o alguien por lo cual sentirse vivo en este mundo de hielo, de risas falsas y crueles, donde todo amor es una putísima mentira, donde realmente lo único que importa, así se hagan muy los “queer” o las etiquetas que se les antoje inventar (primero impusieron como un dogma lo “gay”, ahora ya cada vez hay más “identidades” y “diversidades”, tantas que dudo de que alguna/o/u/i de ustedes/as/us/ws entienda algo de lo que tan “orgullosamente” proclaman como nuevo evangelio de liberación y no sé qué coños). Lo único que importa es cuánta guita ganes, cuánto produzcas, cuánto puedas comprar, cuánta imagen puedas vender, cuánto rindas en la cama, en fin... Por mucho que se hagan los antidiscriminadores, los abiertos, los superados, ninguno de ustedes podrá explicarme, y mucho menos aún sacarme este maldito dolor que me corroe la mente, el corazón y el alma, de saberme siempre paria, siempre señalado, siempre estigmatizado, siempre, de un modo u otro, una basura, un engendro asqueroso por más que me haga pasar por “persona”, frente a los normales “hétero” y a los normales “gays”, y a los normales “trans” y a todas/os los demás, por el solo hecho de ser varón y tener la maldita, la aborrecida y jamás merecedora de “orgullo” capacidad de enamorarme de otro varón. (...)
Carlos Dellepiane, un (a pesar de todo) ignoto lector.
Fuente: Soy, de Página 12
27/6/08
Soy lo que tú digas
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Misivas
19/6/08
Las ventanitas del Sr. Orsini
Entre la pasta cremosa que cae de las heladas la ventana cerrada
y los burletes ceden, entra el frío ¡Mierda, congela! Las nenas sin orejeras
se trenzan al ojerudo Orsini que no deja de rozarse con su gamulán crema, retazos rojos y un pin antipático que se estremece cual ojal, ojal porteño arrabalero con el logo de un nuevo oh-fantástica-nueva-promesa-grupo-musical oriundo de La Plata.
La pasta cremosa que cae del cielo se sucede, copiosa repetitiva. Aburrida.
Las licencias médicas llueven en la recepción y Orsini, el grand-cavalier Orsini,
primo sanguíneo por línea materna de Troilo - no, el otro- arma un habano enorme con los boletos recolectados dentro del envase de aceitunas gigante para la silla de ruedas para el chico punk minusválido en un pogo, querido por todas las grandes veteranas de piso porque lo conocían desde pequeño desde que su madre, Isidora Mendeluz, le daba la teta en la oficina de personal y le goteaba leche agria sobre la mesa de entrada cuando, santo frío pampero, atendía algún particular. El habano es grande inmenso molesto largo trecho hasta el techo lleno de teros chillones gritones, mal paridos, olor a salmuera y nostalgia de los buenos tiempos de porros ricos dulces que preparaba Perinola el Tuerto, que no le erraba nunca a la generosidad. Orsini, el cavalier, clava los ojos en sus asistentes y le muerde el pezón estrangula hemorragia sexual a la más gorda, protesta y se trenza, se lo transa se lo bebe se lo chupa hasta ah. La pasta cremosa cae y la cornisa se piquetea contra el frío y le hace un monumento al miedo y se va al vacío, que no es abismo, que no es una plaza bombardeada por mierda. El habano se quema y todos fuman con gripe catarro bronqueolitis cáncer pasivos activos versátiles indomables la pitada más sentida hasta clavarle la daga de Reynaldo al pulmón y los ojos se irritan. La trenza es tan larga como la de aquella muchacha del café de Congreso que se la manoseaba y engrasaba y la tía (o la dama de compañía) la retaba y le insistía:
-No, nena, dejala, dejala ser libre y cruda, sedosa y clara como mariposa capullo o santa rosa, agua sucia de Isla Maciel corriendo por los tablones del Docke, como gallina de campo que se mastica a su compañera luego de ser pollito en fuga, corrales en fuga, campos en fuga maizales incendiados asediados y el olor a ahumado en tu culo tan rosado.
La pasta cremosa la come Orsini, el grand-cavalier, hijo de un ingeniero y una modista, y la trenza larga de mujeres secretaria, no no, administrativas, que se fuman entre golpes codos chismes putañerías el último boleto que dice $1,50 por un viaje más corto que el de mi mente hasta el escroto.
y los burletes ceden, entra el frío ¡Mierda, congela! Las nenas sin orejeras
se trenzan al ojerudo Orsini que no deja de rozarse con su gamulán crema, retazos rojos y un pin antipático que se estremece cual ojal, ojal porteño arrabalero con el logo de un nuevo oh-fantástica-nueva-promesa-grupo-musical oriundo de La Plata.
La pasta cremosa que cae del cielo se sucede, copiosa repetitiva. Aburrida.
Las licencias médicas llueven en la recepción y Orsini, el grand-cavalier Orsini,
primo sanguíneo por línea materna de Troilo - no, el otro- arma un habano enorme con los boletos recolectados dentro del envase de aceitunas gigante para la silla de ruedas para el chico punk minusválido en un pogo, querido por todas las grandes veteranas de piso porque lo conocían desde pequeño desde que su madre, Isidora Mendeluz, le daba la teta en la oficina de personal y le goteaba leche agria sobre la mesa de entrada cuando, santo frío pampero, atendía algún particular. El habano es grande inmenso molesto largo trecho hasta el techo lleno de teros chillones gritones, mal paridos, olor a salmuera y nostalgia de los buenos tiempos de porros ricos dulces que preparaba Perinola el Tuerto, que no le erraba nunca a la generosidad. Orsini, el cavalier, clava los ojos en sus asistentes y le muerde el pezón estrangula hemorragia sexual a la más gorda, protesta y se trenza, se lo transa se lo bebe se lo chupa hasta ah. La pasta cremosa cae y la cornisa se piquetea contra el frío y le hace un monumento al miedo y se va al vacío, que no es abismo, que no es una plaza bombardeada por mierda. El habano se quema y todos fuman con gripe catarro bronqueolitis cáncer pasivos activos versátiles indomables la pitada más sentida hasta clavarle la daga de Reynaldo al pulmón y los ojos se irritan. La trenza es tan larga como la de aquella muchacha del café de Congreso que se la manoseaba y engrasaba y la tía (o la dama de compañía) la retaba y le insistía:
-No, nena, dejala, dejala ser libre y cruda, sedosa y clara como mariposa capullo o santa rosa, agua sucia de Isla Maciel corriendo por los tablones del Docke, como gallina de campo que se mastica a su compañera luego de ser pollito en fuga, corrales en fuga, campos en fuga maizales incendiados asediados y el olor a ahumado en tu culo tan rosado.
La pasta cremosa la come Orsini, el grand-cavalier, hijo de un ingeniero y una modista, y la trenza larga de mujeres secretaria, no no, administrativas, que se fuman entre golpes codos chismes putañerías el último boleto que dice $1,50 por un viaje más corto que el de mi mente hasta el escroto.
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Vísceras
9/6/08
En la previa al día de la bandera recomiendo...
Y el chiko en cuestión se llama Martín, que por cierto, también escribe en su cuarto del que siempre siempre se olvida cerrar la puerta.
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