Dedicado a Domingo, esté donde esté.
Es tu canción.
No hay forma más cursi de evocarte que siguiendo su entonación
con el sonido motorizado de tu ronroneo en estéreo.
Hoy me puse mal mientras arrancaba brotes espinosos de tu arbusto favorito.
Necesitaba verte ahí trepándote con toda tu euforia,
esa velocidad potencial con la que te llevabas puesto todo.
Quería verte ahí, cómo te enredabas al follaje de las ramas
como el T-Rex de la primera Jurassic Park emergiendo por primera vez en la pantalla.
Porque puede sonar frívolo de mi parte -lo sé-, pero siempre me pregunto:
¿a dónde van los gatos desaparecidos como Winston y vos?
Sé que no a los vuelos de la muerte, pero sí víctimas posibles
del veneno de la maldad de los vecinos,
de manos apropiadoras,
o sucumbieron, quizás,
a bocas desgraciadas de perros o aves mutantes rencorosas.
Extraño tus mordidas a mi frente y a mis piernas, tu cuerpo desplomándose contra mis pies,
tus lamentos extendidos como suspiros que indicaban tu vejez prematura,
extraño que seas mi despertador en el medio de la madrugada y me dejes a la intemperie.
Extraño tu hambre invasiva al momento de cocinar y comer, robando como niño pobre que sos.
Lee también te extraña.
Te llora en la entrada del jardín,
te espera por las noches y duerme en tus rincones.
Extraña recrear escenas homosexuales con vos, esas de amor con persecuciones, lamidas y mordidas.
Te extraño y te amo mucho,
sos un forro por irte un viernes sin despedirte, por presentarte un domingo a la noche.
Porque vos llorabas esa noche y esta noche, soy yo quien no sabe llorarte,
no sé qué hacer con esta angustia de que ya no vivamos más juntos.