Como mientras veo su mano izquierda -minutos después notaré el cuello ortopédico cuando se levante y deje de darme la espalda- temblorosa a un ritmo constante, inquietantemente programado. Mano de colores pálidos con atisbo de marcas rosáceas. Repite - Qué bueno - a la señora que desayuna frente a ella.
Sopla un viento letal, el mismo que se enreda entre los médanos de las playas.
Se mezcla un - Sí, Sol - lanzado por la señora de la mesa contigua . Una mujer tras la ventana tiene sobre la mesa un bolso con la palabra Miami poblando toda su superficie de manera insistente. Pienso en Tati. Y en que mi sándwich de pan árabe no tiene amor.
Todos habitamos el mismo espacio común.
Un mismo preámbulo.
(mucho más tarde, cuando la señora que dijo - Sí, Sol - se hubiera marchado del café, la camarera diría en voz alta al retirar las cosas de su mesa que se olvidó su tarjeta Sube y el carnet de la obra social)
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