6/10/08

El síndrome de Peter Pank




Abro nuevamente el cofre ¡Sorpresa! Me encuentro con una canción, un libro y una película en el cual el orden no es correlativo. El libro lo empecé a leer pero cumpliendo con su consigna, nunca lo terminé. La canción me sigue emocionando a pesar de que las emisoras radiales la pasen con menor frecuencia. La película (la primera, la única) fue la marca de la fantasía, el sello que llevaría el resto de mi vida para rebelarme contra todo tinte amargo y siempre apelar a la ficción. No podría pasar por alto Laberinto, que fue un hachazo a la cervical que terminaría por hundirme del todo en esos sueños descabellados de los que difícilmente un niño quiera despertar. Sólo esas noches antes de las vacaciones, en que tornaba los ojos y deseaba que el sueño finalizara en cuestión de segundos y estar libre sin rendirle tiempo a nada ni nadie; sin límites más que la noche para volver a casa a bañarte y cenar. Sí, lo sé. Es una etapa en la que me siento la voz en off de Kevin Arnold adulto, transmitiendo su enseñanza a la teleaudiencia antes de cerrar cada capítulo. Los años maravillosos son así, inquebrantables para cualquier ley humana o natural.

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