Mañana, ayer y hoy:
la pasta azul del cielo
despejado de águilas guerreras,
la densidad –y en exceso, intensidad- del calor con su particular olor
bajo la sombra de las plantas
y algunas brutas crudas sensaciones;
la electricidad induciendo la sinapsis sentimental
que se propaga viralmente por el interior,
un exilio hacia la bomba sanguínea,
los poros seborreicos de la piel
y la emoción fálica en tono blow up.
Es cierto, como decía aquel libro para niños en Liberarte.
1…2…3… ¡Mar!
Chapuzón de clavadista explorador
sin escafandra,
sin oxígeno
medio desnudo y con la lógica del impulso,
apretando las tiras de las antiparras quebradas
mirando fijo, sin vacilar.
Directo a su corazón puro
rodeado de corales turquesa
libres de agentes contaminantes,
ojos sinceros,
cálidos
que se reproducen en millones de arañitas observadoras e inquietantes.
Me invitan a dejar de pensar un poco,
considerar la opción de entregarme manso
a las aguas,
me limpien o enchastren de sustancias deliciosas.
Sus manos sobre las piernas levantadas,
despatarradas por todas las sillas
y alguna observación precisa con humor y el filo del facón oxidado del gaucho Rivero.
Discretamente me tapa
mientras mi pierna derecha se extiende por fuera de la sábana.
Me da el beso de buenas noches que se combina con el de buenos días.
Juntos pensamos y decidimos creer en los hechos inusuales.
Simplemente que sucede, sin dudas.
Nos arrastra.
Después te pasan cosas re lindas.
Te enamorás. Cosas de ese tipo.
Como cuando dicen que el mar te chupa. No te das cuenta mientras tratás de sortear la mejor ola,
la más desafiante. Después te recuperás del golpe y ves que estás en lo más profundo. Pero te quedás sin miedo, sin angustia, liviano. Sabés que te acompaña una tonina, después te parece que es una sirenita. Después entendés algo más.
Estás en la profundidad de un mar que va a insistir en que nades hasta transformarte en líquido.
Hermoso.
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