Cuando era chico tenía héroes.
Me rodeaba la suerte en cada campaña. La felicidad en cada juego. Y claro, para eso hay que tener fe. Yo tenía mis héroes apilados en diferentes formatos. Dibujos animados, actores, profesores, familiares y otros.
Claro que en ese entonces no era tan rubio como el niño de la foto, pero sí tenía una pelopincho para hacer reposo y poner en práctica mis originales formas de nado durante el verano, o emigrábamos un mes a San Bernardo con mi familia donde tenía todo el mar para mí.
Como decía, tenía héroes. Y era amante de las películas de vampiros. Poco me importaba si eran viejas, nuevas, malas, arriesgadas o pretenciosas; grandes producciones o películas de bajo presupuesto. Yo las miraba todas. Las consumía como dulce de leche Chimbote y soñaba con que me transformaba en vampiro. O imaginaba despierto cómo sería serlo, mirando la ventana de mi viejo cuarto, que antes compartía con mis tres hermanos. Me topaba con los stickers que invadían el vidrio y pasaba sobre las copas de los árboles. Me fugaba en plan nocturno con la mirada lejana por los techos, apenas cruzándose con las luces de los postes.
Pero dentro del deseo, estaba el miedo. Esa ambigüedad tóxica que me despertaban los vampiros (que sigue viva aún hoy pero en menor medida) y quien la combatía era mi héroe favorito: el profesor Abraham van Helsing. Mi interpretración favorita era la de Peter Cushing, con su elegancia y sobriedad, siempre dispuesto a aniquilar a Drácula con prestancia.
Todo un sir. Ya veía su rostro y estaba tranquilo sobre mi cama. Sabía que mi héroe estaba en la pantalla para erradicar mis miedos y salvar Transilvania (y el mundo!) de los seductores vampiros con su estaca. Viéndolo bien, Chushing tiene cierto parecido a otros héroes, como Vincent Price y Narciso Ibáñez Menta. Caras siniestras, lánguidas. Combatían al mal como se unían a él.
Después, Peter se pasó al lado oscuro, y ahí ya no me impresionaba tanto.
Hoy, ya no tengo héroes. Tampoco ídolos, como sí los tuve en mi adolescencia. Tengo maestros, pero no héroes. Me alcanza con humanos que llamen mi atención y despierten mi asombro. A veces pasa, hay viernes generosos. El pasado fue uno, que me regaló un marinerito estrambótico que explora sonidos perturbadores de los que me fui apropiando durante este post, mientras salían inquietando a los parlantes de mi pc.
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