9/11/08

Todo tiene sabor a isla



El calor estival es fuente de imaginación –a pesar de que por el follaje tengo sospechas de que la película fue rodada durante otoño-. El agua y el calor son una excelente combinación. Había leído sobre Furia en la isla, e incluso tenía una versión bastante dañada. Sin embargo ayer encontré un dvd de calidad decente que pude ver en el marco de una noche pesada, invadido de sopor y sed. La Diosa blanca, o mejor dicho, Libertad Leblanc, eterna rival de Isabel Sarli, es una femme fatale con características de travesti coetánea de la Coca que sin dudas, sus mejores tributos no son los faciales (notar los pocos planos a su rostro durante toda la película).

Lilí. Despierta con los senos cansinos frente al despertador estimulada por su trabajo como vendedora de boletos para la lancha de transporte de su tío, puesto donde obtiene los mejores halagos y actos hidalgos por parte de los viajeros, provocando situaciones de conflicto marital en los esposos con láminas de baba corriendo por sus labios. El agua del Tigre, esa borrosa imaginación por la que pasamos tantos, nos bañamos tantos, nos hemos encastrado bagres entre las piernas o pisado extraños elementos que anhelábamos que sólo fueran rocas o cangrejos. En ese entonces era la tierra de recreos inhóspita y agreste donde afloraba el amor libre, tierra que había sido aclamada por Borges, habitada por aborígenes, Sarmiento, carpinchos, pirañas del Paraná. Todavía no existía ni el Tren ni el Parque de la Costa, ni contaba con la casa del exilio de Omar Chabán. Tampoco la invasión de turistas.

Tal como Pitufina, Leblanc es asediada desmesuradamente por todos los habitantes de la isla (aldea). Una referencia más para todas las que pude encontrar en este film. Al parecer, la mesera Tonina y sus encantos voluptuosos ya envejecidos no bastan para la testosterona de los machos cabríos que lanzan miradas lascivas sin cesar; arrebatan las manos de Leblanc cada vez que pasa por la fonda bruscamente.

Los cañaverales son el albergue transitorio de la isla, que luego prenderán fuego a raíz de los celos y como justicia heroica para combatir el espacio pecaminoso del territorio. Pero no todo es sexo. Hay denuncia política y social. Una red mafiosa, liderada por tres hombres (Excelencia es la cabeza del grupo) que siempre aparecerán a oscuras y a espaldas de los televidentes, son quienes organizan la espantosa Operación Tigre. Los elegidos son tres emisarios delictivos: una lesbiana mod, un Charles Bronson latino con dos líneas de diálogo y un hombrecito que decidió camuflarse para la misión como Raúl Juliá.

Oscar Cabeillou, el director, nada tiene que envidiarle a Jesús Franco o a Armando Bó. Produce un clima sinuoso, repleto de vorágine, diálogos poéticos sobre el arraigo contradictorio a la isla, acción y persecuciones que hacen de Furia en la isla una cinta enigmática, una pieza de culto para todos los amantes del cine. No dejar pasar el detalle de los policías motorizados persiguiendo a los emisarios del mal. También está presente el conflicto moral y ético producto de las riquezas mal usufructuadas, o bien, de obtener un dinero extra prestando servicios de transporte a tres engendros que tienen una operación entre manos muy destructiva, muy misteriosa de la cual nunca sabremos nada más que eso.

Las transiciones son increíbles. El congelamiento de cámara o el paso de un fotograma desplanzándose lateralmente hacia otro totalmente desconectado es una exquisitez única. O los cambios de color de escena (amamos tanto al Technicolor). Todo tiene su motivo, nada es al azar o mero capricho artístico. Como la comunidad afroamericana que está en la isla. Wes Anderson se inspiró en esa criatura negra que tocaba intermitentemente sus baladas de amor con su guitarra en escenas estratégicas, payador criollo exótico que iluminaba los amores y charlas en la intimidad de la fonda o la intemperie, alegrando las mañanas de Leblanc. Seu Jorge salido de la favela y los morros para llegar al Delta y cambiar su repertorio de David Bowie por otro (otro, otro, otro) está presente en este film cediéndole el espíritu a Rey Charol; la producción no escatimaba en ideas, ni en ponerlas en práctica en absoluto.

Los bailes a go-go cerca del muelle, donde mujeres y hombres sacuden piernas y brazos al ritmo del río que avanzaba y crecía, mientras sus pantalones oxford vuelan con la furia del deseo, la velocidad incierta de la moda. Roberto Sánchez, o por qué no, Isidoro Cañones, podrían haber estado entre los danzantes pero un detalle no menor, es que en esta película no existe la noche, factor importante para fundamentar la ausencia de ambos sujetos. O bien, existe el día que debería intepretarse como noche con la invasión de sonidos de grillos (también mosquitos y tábanos invisibles pero comprensibles) y sapos eructando el néctar tropical de The Buenos Aires Affair. De todas formas, el mejor baile lo hizo la Diosa blanca cuando con un diminuto vestido apretado blanco (valga la redundancia en gammas y matisses) generó una coreografía llena de candomblé que incluso dio lugar a un breve musical, donde Leblanc alzó la voz y fue la sirena del Tigre, cortejando a los tres morenos que bailaron junto a ella dejando obnubilados al resto de los danzantes, confinados al margen del asunto. La coreografía, en la que Leblanc y los morenos se tocaban mutuamente sus traseros sensualmente, culmina con ella alzada por seis manos negras y un plano a sus senos descubiertos y su cara siempre en éxtasis (en esta oportunidad no gemía apresurada ni forzosamente como en otras). Extrañamente, los tres morenos estaban sin sus camisas, las que tenían segundos atrás. El montaje es único, una pieza de realismo mágico de río y calor. Tom Sawyer los envidia mientras bastardea al agua y a la falta de pique.

Sexo. Claro que hubo. Debería remitirme a tres estadíos. El sexo permitido y bien visto, que Leblanc practicó con Enzo Viena, difunto actor que supo ser galán de época y ganarse los elogios de toda una tribuna femenina, quien hacía de novio ingenuo y laborioso, preocupado por el futuro de la pareja y de consgrarse eternamente a esa mujer de la naturaleza, tan libre, tan le blanc. En esta ocasión la lujuria fue escasa, así como el paneo anatómico. El segundo coito fue extraconyugal, con el tonificado y trabajoso cuerpo del malvado Charles Bronson. Un romance fugaz en un establo con caballos inquietos como testigos–Sarli debería estar revolcándose en su lecho de amor con Bó al ver ésto- y sus cuerpos totalmente desnudos fornicando sin pausa en posiciones extrañas y poco conocidas en tierras latinoamericanas. Infiero que deben haber consultado o haberse asesorado con algún sexólogo indio en estas cuestiones. No olviden prestar suma atención a las metáforas sexuales de la lluvia cayendo sobre el techo de chapa o drenando en un caño. Delicia. El tercer estadío fue divergente en toda su naturaleza contextual. La criminal mod, quien ya había echado sus ojos al cuerpo de Lilí, aprovecha la oportunidad cuando la rapta y la tiene bajo sus manos en el cuarto de la lancha, para consagrar sus manos y su boca al cuerpo de la platinum gold. Ante su negación, acude a la violencia y la escena lésbica es breve, pero dentro de lo acotada que fue, la chica mod dijo uno de los mejores parlamentos:

-No pensé que iba a encontrar algo tan de mi gusto en esta isla.

Estafas. Un mudo piromaníaco que sabe partir maderas con su abdomen. Vendedores de madera engañados y mal pagados. Maquetas de barcos en llamas. Pervertidos a la luz del día. El asesinato de Tonina y su viudo, Ambrosio, que consuma un nuevo matrimonio luego del velorio con la hermana de Tonina, una mujer más joven y de carnes más ligeras que su hermana mayor. La promiscuidad está en la sangre, la genética es exacta y no tiene errores. Gracias a ello pudimos ver una escena salida de una película de Luis Buñuel, donde Ambrosio, desconcertado por las insinuaciones de miradas speed entre un joven comensal de la fonda con su nueva esposa, tiene un brote de celos. Mira a cada mesa y de la naturalidad del disfrute culinario familiar, pasan a un plano alternativo en tintes rojos donde le hacen muecas expresándole que su nueva esposa es una Valeria Mesalina, una adúltera. Se repite el gesto en todas las mesas, incluso al verse en el reflejo de una damajuana está él mismo haciendo el gesto con sus manos ostentando un cuerno diabólico, cómo sino de otra manera. Insano onírico.

El planeta de los simios. Otra referencia que vaga en la Feria en la isla (no vi artículos de mimbre en todo el metraje). La pelea entre el Odiseo nacionalizado argentino y uno de los acechadores / pretendientes de su dama, en el que combaten con antorchas de fuego improvisadas, alimentadas por los testigos de la isla que le dan querosén y aliento a la riña. Todo desenlace, como se sabe, naturalmente es trágico. Y habría más muertes.

Los tres secuaces de Su Excelencia mueren en un marco de justicia impartido por los localistas tigrenses y el destacamento policial de la región. La muerte más movilizante es la de la chica mod, que luego de correr y disparar a sus persecutores, se refugia en el actual Museo de Arte Tigre, condenada a morir degollada por la chapa que transportaba un camión que pasaba casualmente debajo del puente de donde ella se cae. Aquí, hay una buena reflexión que creo que le pertenece a Fernando Martín Peña:

“Muchos films argentinos ubican en el mismo plano moral a la conducta homosexual con la criminalidad, pero ninguno desarrolla tanto el arquetipo de la lesbiana delincuente como Furia en la isla. La actriz María José Lefer interpreta a Elizabeth, miembro de una banda de delincuentes y admiradora de los abundantes encantos de la protagonista Leblanc. Eventualmente Elizabeth es descubierta y perseguida por la gendarmería, pero no sólo encuentra un final mucho más contundente que el de sus compañeros criminales, sino que además recibe una frase atroz a modo de epitafio: “Todas éstas terminan igual”.

La poética de la cabeza rodando por el pavimento. Luego la escena del crimen donde queda el cuerpo decapitado marcado con tiza y las ruedas de los vehículos pasando copiosamente sobre el rastro pericial. Las hojas, la metáfora del tiempo. Hasta que la tiza no es nada. Todo fue borrado por la distancia. La furia llegó a su fin. El polémico film llega al desencanto del final, porque tras la última sentencia de Su Excelencia, espero la secuela. Hay rumores de que Lucrecia Martel podría hacerla y Leblanc ya estaría firmando contrato en estos días. Es cuestión de esperar y calmar las aguas pantanosas cada vez menos transitables por cuerpos humanos, despiadadamente polutas. De todas formas, ¿qué le hace una lancha más al Tigre?

2 comentarios:

  1. che, me cagaste el film, el principio, el nudo y el desenlace

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  2. Suelo contar películas enteras sin darme cuenta mientras lo hago. Pero, si no me equivoco, esta película no la vimos juntos?

    Juaznete

    Beijo.

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