Me invade una sed inconmensurable
capaz de expandir las acequias y
cerrar cada ventanal a la laguna;
el peso del cuerpo cobra un sentido profundo.
El desfile de gentilezas, gárgolas entusiastas
que se han tomado un descanso, comienza
y la piel se desdibuja con el calor.
Nuevamente me hablas,
nuevamente me inquietas.
Puedo sostener mi respiración sobre tu rostro
y que cese la desesperación,
esparcir la impaciencia de mi cuerpo en el tuyo.
Pero tengo mucha sed y la tierra agrietada
se representa sin cesar.
Acaba, dulcemente repite e insulta,
inquieta a las aves que reposan en la cornisa
pero no mires hacia atrás, ni a los costados.
Manten firme la vista en la luz de la vela
y siente como se incineran delicadamente tus pestañas.
No dejes de sostenerme que el abismo es amplio
tan inmenso que no podré calcular mi caída.
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