Sus ojos amarillos me recordaron mi aliento.
El maestro que nunca había tenido, hoy inclinóse sobre el pasto duro
era el gato negro que se revolcaba antes sobre su propia suciedad.
Lo miré largamente y aprendí sobre la precaución,
de cómo sus ojos atendían mis movimientos listo para lanzarse al otro patio.
Aprendí la enseñanza, mientras huía.
Ahora, antes de pisar una cabeza, me fijaré dos veces si lo es,
así podré pisotearla con precaución.
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