Desde los tiempos en que mi abuela comenzaba a ceder a la oscuridad y no gozaba de la salud y vigor que en otros tiempos eran parte de su idiosincracia, comenzaron a invadir su patio los gatos. Eran gatos de vecinos, otros no tenían dueños y algunos eran simples turistas sexuales. Después de la muerte de mi abuela, la casa quedó deshabitada y su patio se volvió inevitablemente en un lugar de recreo y entretenimiento ideal para los felinos, que incluso encontraban espacio suficiente para entregarse a sus pasiones nocturnas. También era un refugio seguro para sus reiteradas camadas de crías, que cuidaban allí hasta que fueran lo suficiente estables como para iniciar sus andanzas y cazas por sí mismas.
Ayer, siendo viernes 15 de febrero, cuando salí al patio a regar, escuchaba un sonido que relacioné con algún pichón en alguno de los techos o en los arbustos altos de la casa contigua. Ante el reiterado llamado, decidí localizarlo y en esta cruzada me di cuenta de que el ruido provenía de mi patio. Provenía de un rincón del jardín. Me mezclé con la maleza y bajo el jazmín encontré que no eran pichones, si no que cuatro pequeños gatos junto a su madre, a la que sólo podía verle su ojo amarillo, que amenazaba con dejarme ciego y lanzaba un código felino extraño que no pude descifrar. Después se marchó asustada ante mi insistencia por penetrar su nido. Nunca había visto gatos recién nacidos; son pequeños y similares a las ratas. Cuando los observé más detenidamente y los acaricié, pude ver que todavía tenían el cordón umbilical colgando de sus cuerpos.
Ayer, siendo viernes 15 de febrero, cuando salí al patio a regar, escuchaba un sonido que relacioné con algún pichón en alguno de los techos o en los arbustos altos de la casa contigua. Ante el reiterado llamado, decidí localizarlo y en esta cruzada me di cuenta de que el ruido provenía de mi patio. Provenía de un rincón del jardín. Me mezclé con la maleza y bajo el jazmín encontré que no eran pichones, si no que cuatro pequeños gatos junto a su madre, a la que sólo podía verle su ojo amarillo, que amenazaba con dejarme ciego y lanzaba un código felino extraño que no pude descifrar. Después se marchó asustada ante mi insistencia por penetrar su nido. Nunca había visto gatos recién nacidos; son pequeños y similares a las ratas. Cuando los observé más detenidamente y los acaricié, pude ver que todavía tenían el cordón umbilical colgando de sus cuerpos.
Nunca había visto gatitos tan chiquitos, es verdad parecen ratitas. Espero que le puedan encontrar hogar, yo ya tengo uno, pero si se de algún lugar aviso.
ResponderBorrarGracias por pasarte por mi blog y linkearme, volveré por acá, para seguir leyendo.
Saludos
me rei mucho con esto, en mi aburrimiento burgues y costero. el otro dia vi un documental en el que habia un par de pandas gigantes recien nacidos. tambien parecian ratas. curiosidades de la vida silvestre. en fin. se despide redundantemente su fiel servidor.
ResponderBorraradios.