La ruta de hormigas habla por sí misma
describe una silueta
después sigue, trazando una curva femenina
y le pierdo el rastro.
Continúa tras los pastos largos
sobre la pared blanca contrasta
pequeñas hormigas rojas.
Me bajó el pantalón y les echo un chorro de meo
el líquido -un amarillento apagado- se esparce sobre ellas.
Caen, gritan e insultan, todo en voz baja.
Están todas esparcidas por el piso de tierra, inquietas
huérfanas
perdidas
buscan entre el olor a orina el camino,
la vuelta al hogar
y el sol se hace diminuto frente a ellas.
La ruta vuelve a colmarse, prolijamente
un solo andén como dibujado por Brunelleschi
muy prolija.
Me recuerda a cuando era chico y las mataba
una a una
diferenciando las jerarquías.
Sólo quería llegar a la reina
y convertirlas en hormigas anarquistas sufridas
apatriadas, acefálas, inmoladas las luchadoras muertas frente a mis manos
hiperquinéticas, asesinas.
Las despedazaba con ramitas y las atravesaba
hasta que me temían
pero esas eran hormigas negras, más temibles
éstas en cambio son rojas, pequeñas
débiles
de las que deambulan mareadas en tus brazos, piernas
cuando las mojás o pisoteás.
La ruta vuelve a la normalidad.
Las miro y ya no me molestan
ahora parecen una cadera de cubana
o una nariz prominente
y se alejan por la pared para irse del otro lado,
por el níspero y sus frutos rancios,
hedonistas.
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