A gachas, curioso el mal se acicala
con el polvo rojo que calcina la vida,
envuelto en el sudor del hombre.
La sabana lejana escoltada por una jauría
y los niños, sentados alrededor de un dios,
consolados por el ciclo de las tardes.
El sabor del viento reclutando granos
y el olor de las vasijas mojadas,
aprisionadas por las axilas de las mujeres negras.
El vuelo bajo de un errante en esas tierras
conducto del sonido de la lava agitada,
para los reinos de trabajo,
para los reinos festivos.
Todos descansan de la siesta y la pereza.
Vestidos por los harapos de la ignorancia molesta,
aquella información vespertina acerca de ese
ese mundo.
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