9/4/14

Thank you for smoking



Algunos puntos a refrescar previo a narrar una secuencia.

Lanzo algunas cuestiones para tener en cuenta (en el ahora) para disponer de las incongruencias del mercado / estado / mundo / universo humano. Quizás en los años venideros algún sociólogo o antropólogo se tope con los restos de lo que fuera este blog -o lo que considero desde hace años mi blog- y pueda hacer una reconstrucción para algún trabajo sobre residuos en la web. Obviamente, sería presumir demasiado si insinuara que esto puede generar atención ante una revisión historiográfíca, o sería sobrevalorar las incoherencias de la situación. 

Período final y mediocre de la década gangrenada. Un día antes de un paro general que sitúa dos polos fuertes en sus afirmaciones y posturas, agrupaciones de izquierda, gremios, sindicatos y en fin, empresarios, contra el gobierno e instituciones del estado nacional, sindicatos afines y entidades varias. En el medio de estas negociaciones de poder, resplandece la incertidumbre que no sólo se activa para la clase media argentina; atrapa todo un abanico con forma de ventilador que sacude los vestidos alargados llenos de sudor de la muestra de fin de año de un taller de baile flamenco. 

En esas redes de lógicas perversas, me comenta uno de los chicos que atiende el minimercado de YPF -la más próxima a mi casa- que él y sus compañeros tienen que ir a trabajar a pesar del paro para no perder el presentismo, aunque la estación va a estar cerrada porque los playeros forman parte de otro sindicato que sí adhiere al paro. 

En esa charla, que si bien fue breve pero me informó de ciertos actos de linchamiento simbólico, me entero con la presencia de Hugo ya en el diálogo -vecino devenido carpintero que trabaja en el taller al lado de mi casa- de la siguiente gestión logística llevada a cabo por los comerciantes de la zona.

Desde el año pasado los comerciantes del conurbano de Buenos Aires llegaron a un acuerdo respecto a los cigarrillos por sus aumentos y el poco beneficio económico que les da su venta. Este acuerdo los lleva a vender un paquete de cigarrillos a dos pesos más del precio oficial, aproximadamente. Eso es un denominador común en cualquier kiosco o mercado que se desprenda de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (y hasta quizás en sus tenebrosas periferias) que sólo tiene un amparo o un pulmón auxiliar de reparo para los fumadores que son las estaciones de servicio, las cuales los venden al precio oficial, como es el caso de la estación YPF desde donde surge este relato.

El cajero dice que el encargado del minimercado puso un tope de cinco paquetes de cigarros a los comerciantes de la zona que tienen la práctica de comprar en la estación para luego venderlos en sus comercios al precio que indiqué antes. Entre ellos están los chinos del supermercado como los argentinos de los kioscos de la zona. Al parecer, es un recurso muy utilizado para evitar comprar al por mayor, superando ciertas trabas y obteniendo mejores ganancias. 

Eso me recordó a la tarifa de recargo variable que rige tanto para celulares de cualquier compañía como para la tarjeta SUBE. Si bien esto sucede en todos los locales del conurbano (exceptuando lugares de servicio estatal como el Correo Argentino, las boleterías de tren y la mayoría de las agencias de Quiniela), también acontece en Capital Federal.

A modo de cierre de este relato quisiera agregar que debería dejar de fumar en el corto plazo tal como me había programado con fecha límite incumplida para el 20 de enero. Además, debería llevar mis adicciones piromaníacas al ejercicio exhaustivo y placentero de la quema de comercios varios, desintegrar organismos y bacterias estatales y relacionarme con temas que aporten a la integridad animal a la cual aspiro para practicar sexo grupal con pingüinos y gorilas de igual modo.

Y está bueno recordar una película como "Thank you for smoking", by the way.

Lecturas


"Cuando leía [Ambrosio, obispo de Milán] sus ojos corrían por encima de las páginas, cuyo sentido era percibido por su espíritu; pero su voz y su lengua descansaban. A menudo, cuando yo me encontraba allí, pues su puerta no estaba jamás prohibida a nadie, entrando todo el mundo sin ser anunciado, lo veía que estaba leyendo en voz muy baja y jamás de otro modo. (...) Quizás evitaba una lectura en alta voz, por temor a que algún auditor atento y cautivado le obligase, a propósito de algún pasaje oscuro, a perderse en explicaciones, a discutir sobre problemas difíciles y a perder así una parte del tiempo destinado a las obras cuyo examen se había propuesto; y después la necesidad de cuidar su voz, que se quebraba con gran facilidad, podía ser también una razón justa de leer en voz muy baja. Sea lo que fuese, y fuera cualquiera el motivo que a ello le indujese, sólo podía ser bueno en un hombre como él".
San Agustín, "Las Confesiones", Barcelona, Editorial Juventud, 1968.